Néstor Vidaurre nació en la provincia de Jujuy, en el extremo noroeste de Argentina y fronteriza de Bolivia. Con 18 años, no conocía el mar ni sabía nadar cuando fue a la guerra en el crucero General Belgrano, hundido hace 25 años por un submarino británico.
"Fue un milagro", asegura Vidaurre hoy en diálogo con IPS. "Muchos otros de Jujuy no volvieron", añade con pesar.
El hundimiento del buque de guerra con 1.093 militares a bordo llevó a la muerte a 323 de ellos, casi la mitad de las bajas de Argentina en la guerra de poco más de dos meses con Gran Bretaña por las islas Malvinas iniciada el 2 de abril de 1982.
Y fue a su vez un punto de inflexión en el conflicto armado. "Hasta ese momento había gestiones para frenar las operaciones, pero a partir del ataque al crucero no hubo vuelta atrás, fue como si los ingleses hubieran decidido dinamitar los puentes", explicó a IPS Ernesto Alonso, del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas.
El 2 de mayo de 1982, la tripulación del buque había recibido la orden de retroceder cuando se encontraba a 400 kilómetros del archipiélago de Malvinas, ubicado cerca de la costa sur americana del océano Atlántico y ocupado por Gran Bretaña desde 1833.
Había fallado en su intento de avanzar junto al portaaviones 25 de Mayo para dar apoyo a un ataque aéreo sobre las islas.
Algunos creen en Argentina que el ataque del submarino nuclear británico Conqueror fue un crimen de guerra, porque el crucero estaba en retirada y fuera del área de exclusión fijada unilateralmente por Gran Bretaña. Pero el propio capitán del siniestrado barco, Héctor Bonzo, descarta de plano esa hipótesis.
"Crimen de guerra nunca. Fue un hecho de guerra, lamentablemente lícito", declaró Bonzo en una entrevista publicada en el matutino local Clarín este miércoles a 25 años de la tragedia. "Yo, desde el 30 de abril tenía orden de disparar y si el submarino salía a la superficie le hubiera tirado hasta hundirlo", agregó Bonzo.
En el buque viajaban muchos soldados con instrucción escasa y mal pertrechados para enfrentar la guerra y el frío helado del turbulento sur del Atlántico. Los sobrevivientes recuerdan haber cargado armas al embarcar y en el puerto de Ushuaia, cerca de las islas. También hicieron prácticas de tiro en Isla de los Estados.
"Yo soy de la provincia de Tucumán (en el norte del país) y podía soportar mucho calor, pero no el frío", contó a IPS Raúl Barros, quien logró sobrevivir pese a las condiciones extremas que debió afrontar al arrojarse al agua con apenas un pantalón, una camisa de trabajo y borceguíes.
Barros tampoco conocía el mar cuando se embarcó en Puerto Belgrano, al sur de la provincia de Buenos Aires. "Me impactó intensamente ver ese azul que conocía de fotos, y el barco tan enorme. Tenía miedo, pero todo funcionaba tan bien. Yo estaba en la comisión de víveres, me ocupaba de repartir comida y café", recordó.
El crucero, construido en 1938 en Estados Unidos para la flota de guerra de ese país, tenía 185 metros de largo y llevaba ametralladoras, cañones, lanzamisiles y tubos lanza-proyectiles antiaéreos. "Era el segundo buque más importante de la flota argentina después del portaaviones 25 de Mayo", cuenta orgulloso su capitán.
El primer torpedo impactó en la proa. La tripulación, que siempre temió un ataque aéreo, miraba al cielo sin entender. "Fue una catástrofe, muchos murieron ahí, quemados o asfixiados", recordó Barros. El ruido sacudió el barco y se cortó la luz. Eran poco más de las 16 hora local (media tarde) pero en mayo en esa zona ya está anocheciendo.
Enseguida un segundo golpe dio en la popa y en minutos nada más el gigante se fue a pique. Comenzaba así el tiempo de descuento para una guerra que finalizó el 10 de junio con la rendición argentina.
"Cuando salí a la cubierta la balsa que me correspondía se había ido, muchos, en la desesperación de ver que el barco se hundía, se tiraban al agua de cabeza", sigue narrando Barros. Según el simulacro, él debía bajar por babor, pero de ese lado la cubierta estaba al nivel del agua así que trepó al otro lado y quedó a 15 metros de la superficie del mar.
"Me largué con lo puesto y nadé hasta una balsa", recuerda. "El agua estaba helada y con petróleo y al intentar subir me resbalaba, me tuvieron que ayudar".
Eran 33 personas en la balsa salvavidas construida sólo para 20. "Remábamos con las manos para alejarnos del buque, por miedo a que nos llevara con él. Hasta que nos acercamos a otra balsa donde había siete tripulantes y algunos se pasaron para evitar que la nuestra se hundiera. Estábamos empapados, congelados y las olas no daban tregua", añade.
Antes del hundimiento, Barros vio como una ola gigante levantaba una de las balsas y la arrojaba contra la proa que se despedía. "Algunos se aferraban al buque, otros cayeron al agua, quedó un tendal", dice con pena. Pero no había tiempo para lamentarse, el agua entraba en la balsa con cada ola y había que sacarla o naufragar.
Su balsa fue rescatada 26 horas después por el buque Piedrabuena, de la armada argentina. "Estuvimos tres días en el aviso buscando a otros sobrevivientes, mientras nos recuperábamos". "Yo creo que me salvé porque pensaba en que tenía que ver a mis viejos (padres) y gritaba para que nadie en la balsa se durmiera", concluye.
Para Vidaurre, la situación fue más extrema aún. "Estaba descansando en sollado (cubierta inferior) después de una guardia y me desperté con fuego en los pies. Estaba oscuro y todos corrían, gritaban, se empujaban. En eso vi como un destello, yo digo que fue un milagro de Dios que me indicó por dónde subir y hasta ahí llegué, pero me desvanecí", narra.
En la cubierta ya inclinada, todo era caos y terror. "Escuché que había que abandonar el barco pero no podía pararme por el dolor, así que me arrastré hasta estribor y conseguí atar una soga para bajar, pero era el lado más alto, estaba como a 20 metros del agua y a los cinco se me terminó la soga y quedé colgando", relata.
"Escuchaba que me gritaban tiráte, tiráte, pero el mar estaba muy bravo y yo veía que otros se tiraban y se ahogaban, o que las olas los golpeaban contra el barco. Era un dilema, yo pensaba no sé nadar, es el fin, acá me muero. Pero entonces tiraron una balsa y me lancé con tal suerte que caí en el techo", recordó.
Enseguida comenzaron a subir otros náufragos y entre todos "remaron" con las manos para evitar el embudo que haría el crucero al sumergirse. "Al alejarnos recogimos a un compañero que flotaba muy quemado. Lo subimos, pero después de unas horas de quejidos murió y tuvimos que tirarlo", lamentó.
"Ese recuerdo me sigue afectando mucho. Ese y el de muchos amigos de Jujuy que fueron en el barco y nunca volvieron", señala conmovido.
Vidaurre cuenta que después del conflicto tuvo muchos problemas psicológicos. "En estas fechas y en otras, se le vienen a uno todos estos recuerdos, y es difícil seguir".
En la guerra por las islas Malvinas murieron 649 argentinos, pero en los años sucesivos las secuelas físicas y sobre todo psicológicas aumentaron fuertemente el saldo de víctimas fatales. Los centros de veteranos estiman que 450 de los ex solados de Malvinas murieron desde el fin de la guerra, 369 de ellos se suicidaron.
El último ex combatiente que se quitó la vida fue Miguel Boyero, quien se ahorcó el 11 de abril. Precisamente, era uno de los sobrevivientes del General Belgrano. El crucero nunca fue hallado, aunque se cree que yace a 4.500 metros de profundidad.