IRÁN: Seis días para la hora señalada

Luego de meses de disputas aceleradas por plazos arbitrarios, Irán respondió al paquete de incentivos de seis potencias mundiales para que detenga sus actividades de enriquecimiento de uranio.

Y lo hizo con puntualidad, en las vísperas del plazo que se había autoimpuesto para el martes.

Como era previsible, el punto más conflictivo fue la condición de la oferta de las seis potencias: la suspensión del enriquecimiento antes de abrir ninguna conversación al respecto.

A pesar del rechazo de Teherán a esa demanda —cuya aceptación sería percibida por el régimen islámico como una capitulación—, se abre una pequeña ventana que permitiría la suspensión antes del 31 de agosto, el plazo impuesto por el Consejo de Seguridad de la ONU.

Las actividades de enriquecimiento es el gran premio de la negociación para las seis potencias (Alemania y los cinco miembros permanentes del Consejo, China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia), e Irán no quiere renunciar a ellas antes de que se registre el diálogo.

Así sucedió cuando firmaron en noviembre de 2003 el Acuerdo de París, de lo que se han arrepentido desde entonces.

Para el nuevo equipo negociador, dirigido por el asesor del Consejo de Seguridad Nacional, Alí Larijani, llevar a Occidente a la mesa de diálogo sin ofrecerles de antemano la suspensión del enriquecimiento de uranio es la prueba de fuego para su táctica.

Las conversaciones que precedieron el Acuerdo de París se refirieron también al enriquecimiento de uranio.

Los iraníes querían vincular la suspensión voluntaria de esas actividades a los avances en la negociación, con el fin de asegurarse de que no fuera un compromiso cerrado que los convirtiera en rehenes de las deliberaciones.

Pero Europa insistió en vincular la suspensión del enriquecimiento, su principal objetivo, al simple mantenimiento de las negociaciones más que a los avances en la mesa de diálogo.

De ese modo, la mera existencia de un diálogo al respecto habría garantizado el logro de esa meta, aunque ese diálogo no derivara en avances concretos.

Finalmente, Irán cedió, y, como era previsible, hubo pocos avances. En agosto de 2005, el régimen islámico rechazó el paquete de incentivos europeo, que carecía de compromisos firmes y no atendía el problema de la seguridad.

Fue entonces que las negociaciones se rompieron y, liberado al fin del Acuerdo de París, Irán avanzó agresivamente con su programa de enriquecimiento de uranio para recuperar el tiempo perdido.

Teherán se declaró preparado para negociar con Occidente, pero advirtió que acordaría, bajo ningún concepto, suspender su programa.

La retórica dura de Irán no impresionó al gobierno de George W. Bush. Pero la Casa Blanca decidió volver a la mesa de negociaciones, luego de ausentarse de ellas tres años, si bien puso como condición la suspensión del enriquecimiento de uranio.

La precondición fue considerada por analistas como un callejón sin salida, y tanto Irán como la Unión Europea quedaron preguntándose si Estados Unidos quería, en realidad, que su oferta fuera rechazada o aceptada,

¿Pretendería Washington obligar a Teherán a "desaprender" la lección de París, o que el régimen islámico rechazara su oferta para que su enfoque belicista del vínculo tuviera mayor legitimidad?

Cualesquiera fueran las intenciones estadounidenses, los iraníes rechazaron —como era previsible— la posibilidad de suspender el enriquecimiento de uranio.

Pero la respuesta se refiere al alcance de las negociaciones, de una eventual suspensión y su duración y las garantías de que Irán no abandonaría el Tratado de No Proliferación de armas nucleares.

Pero, desde la óptica de Washington y Bruselas, hay poco espacio de avance a partir de la Resolución 1.696 del Consejo de Seguridad de la ONU (Organización de las Naciones Unidas).

Ésa fue la resolución que ordena a Irán suspender antes del día 31 "todas las actividades relacionadas con el enriquecimiento y reprocesamiento (de uranio), incluida la investigación y el desarrollo", y que tal suspensión debería ser verificada por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA).

Como consecuencia, la única opción para Irán es convencer a los europeos para iniciar negociaciones sobre las modalidades de la suspensión de actividades de enriquecimiento antes del 31 de agosto, con la esperanza de que los avances en ese diálogo obliguen a Bruselas a obviar el plazo del Consejo de Seguridad.

Europa está tentada de aceptar el juego de Irán. Un rechazo de la contraoferta convertirá en realidad la imposición de sanciones por parte del Consejo. Pero, en privado, los negociaciones europeos admiten que las sanciones servirán para aceitar el camino hacia la próxima fase del conflicto: la fase militar.

Las sanciones que es posible aplicar no tendrían rigor. Aquellas que podrían dañar a Irán son demasiado costosas para el público europeo, por el daño que infligirían a la población iraní.

De todos modos, Washington no parece de humor para explorar otra fórmula que sus ultimátum, y podría presionar a Europa para que evite una nueva negociación con Irán.

A pesar del riesgo de guerra, Bruselas podría elegir el camino de las sanciones —y una posible guerra— para reconstruir las relaciones transatlánticas y la necesidad de evitar divisiones internas como las causadas por la guerra de Iraq.

Los iraníes no se ayudaron a sí mismos. Al responder el 22 de agosto, apenas nueve días antes del plazo del Consejo de Seguridad, le dejaron poco tiempo a Europa para analizar las opciones.

(*) Trita Parsi, experto en política exterior iraní de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, es autor de "Treacherous Triangle — The Secret Dealings of Iran, Israel and the United States" ("Triángulo traicionero: Las relaciones secretas de Irán, Israel y Estados Unidos"), a publicarse por Yale University Press en 2007. (FIN/IPS/traen-mj/tp/ks/mm ip nu nr gb/06)

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