URUGUAY: Calvario de Pavarotti en único recital en America Latina

Los 160 kilos del tenor Luciano Pavarotti se conmovieron sobre el escenario montado en la capital de Uruguay para su recital, cuando enfurecidos espectadores interrupimeron su actuación al grito de "ladrones, ladrones".

"Silenzio, per favore, signori", exhortó varias veces un Pavarotti que miraba desconcertado al director de la orquesta.

La situación se reiteró y mostró al tenor visiblemente molesto, un disgusto que aumentó como resultado de los aplausos a destiempo que interrumpieron las arias de La Bohème y O soave fanciulla que interpretó con la soprano Cynthia Lawrence.

Un empleado de la empresa organizadora dijo a IPS que el tenor estalló furioso detrás del escenario por el caos generado.

Seguramente en esa ocasión, al menos por un momento, el cantante de Módena dudó sobre su posición en el debate internacional generado sobre los megaconciertos líricos.

Pocas horas antes, en una conferencia de prensa, había sostenido que esa vía es la única para que todo el público pueda acceder a esta manifestación artística.

El tenor reveló que su colega español Alfredo Krauss, uno de los más acérrimos enemigos de los conciertos, lo había invitado recientemente para hacer uno juntos.

Antes del recital la prensa uruguaya destacaba sin excepciones que los melómanos del siglo XXI recordarían con unción la actuación en su pais del tenor de la voz dorada, la única que ofrecerá durante 1996 en América Latina.

Esa circunstancia fue la que determinó que fanáticos de Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil viajaran hasta Uruguay para ser testigos de ese acontecimiento irrepetible, al menos este año.

Los críticos tenían razon. El recital será inolvidable, pero por otras razones.

"Pudo ser un concierto y no lo fue. Pudo ser un caos y eso sí que lo fue. No hay derecho a traer a una estrella de la canción internacional y hacerla pasar por semejante calvario", dijo este martes Lincoln Maiztegui, crítico del diario "El Observador".

La principal responsabilidad cayó sobre los organizadores, que vendieron mayor número de entradas que los asientos de la tribuna del estadio de fútbol donde fue montado el escenario.

Cientos de personas de diversas nacionalidades que no pudieron ingresar, pese a que muchas de ellas habían pagado 200 dólares cada entrada, fueron el caldo de cultivo del escándalo posterior.

Algunos de los que lograron ingresar debieron sentarse en las escaleras de la tribuna que oficiaba de improvisada platea.

Otros, los que quedaron en el exterior, fueron dispersados por policías a caballo, que lanzaron golpes progurando disolver el mitin.

El caos se proyectó hacia el interior del estadio y allí comenzaron los abucheos que al comienzo un atónito Pavarotti no lograba comprender.

Es que quizá por primera vez en su carrera, que inició en 1961, comenzó un concierto con gritos, insultos y abucheos que aún cuando no lo tuvieron como destinatario, lo afectaron durante toda la noche.

Al panorama generado fuera del estadio se añadió la deficiente amplificación, que impedía una buena audición a los compradores de las entradas más baratas.

Al terminar la primera parte del recital la sorpresa se trasladó desde el escenario hacia los espectadores, entre los cuales estaban el presidente de Uruguay, Julio Sanguinetti y el intendente (alcalde) de Montevideo, Mariano Arana.

"Buenas noches y gracias", dijo Pavarotti con gesto adusto, arojando dudas respecto a si cantaría la segunda parte prevista en el programa.

Sin embargo el divo regresó. Pero ni su calidad interpretativa, ni el brillo del flautista Andrea Griminelli, ni el buen nivel de la orquesta lograron disipar la tensión del ambiente.

"Nunca se podra saber como hubiera estado Luciano Pavarotti en un entorno normal, pues el cantante no pudo superar los nervios provocados por el clima hostil. Una lástima, una lástima de un millón de dolares", sentenció el crítico Maiztegui. (FIN/IPS/rr/jc/cr/96)

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