AFGANISTÁN: Relaciones peligrosas

El reagrupamiento de cientos de combatientes del movimiento islamista Talibán en varias aldeas de las conflictivas provincias del sur de Afganistán coincide con la cosecha de amapola en este país.

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Talibán controló buena parte del territorio afgano y su capital entre 1996 y 2001, cuando una invasión encabezada por Estados Unidos lo derrocó y puso en fuga a sus integrantes. Hoy, observadores le acusan de vinculación con la mafia del narcotráfico.

Este año, el movimiento islamista se comprometió a defender las plantaciones de adormidera (o amapola, materia prima del opio, la heroína y la morfina).

Al comienzo de la temporada de siembra, en diciembre, proporcionó dinero en efectivo, tractores, semillas y fertilizantes a los cultivadores, para permitirles sacar provecho de grandes superficies.

Los afganos, dependientes de la agricultura, están agradecidos por el apoyo. A cambio, están dispuestos a defender sus campos y a resistir los esfuerzos del gobierno por la erradicación de la amapola.

Los narcotraficantes procesan el opio extraído de la adormidera en laboratorios ilegales para convertirlos en heroína. La producción de 2005 se calculó en 173.000 millones de dólares.

El gobierno es acusado de falta de comprensión y de sensibilidad hacia los agricultores. Su estrategia represiva en materia de cultivo de adormidera, apoyada por la comunidad internacional, perjudica los intereses de los campesinos en un país que carece de dirección.

Los resultados de las actividades oficiales contra el narcotráfico, por otra parte, son inciertos.

Si las autoridades continúan destruyendo plantaciones de amapola sin ofrecer compensaciones significativas, los agricultores tendrán poco interés en apoyar las iniciativas del gobierno y las instituciones.

Por el contrario, formarán alianzas con la mafia del narcotráfico y con Talibán para asegurar la protección de su medio de vida.

En abril, la coalición internacional que invadió Afganistán, encabezada por Estados Unidos, y las fuerzas de seguridad nacionales lanzaron la denominada Operación León de la Montaña en el este del país, en un intento por erradicar a las fuerzas contrarias al gobierno.

A mediados de junio se lanzó otra campaña militar llamada Operación Estocada de la Montaña, que está hoy en pleno despliegue. Sus impulsores la describen como la mayor ofensiva armada en Afganistán desde la caída del Talibán en 2001.

Expertos calculan que más de 11.000 militares de la coalición apoyados por el ejército y la policía del país asiático participan en el plan.

El objetivo de la operación es despejar la conflictiva región que abarca a las provincias de Kandahar, Helmand y Zabul, en el sur, y Urozgan, en el centro del país, de elementos de Talibán y otros grupos armados.

Versiones procedentes de la región indican que las acciones de Talibán se han cobrado numerosas víctimas, pero resulta difícil acceder a información confiable sobre las pérdidas sufridas por la coalición y las fuerzas de seguridad afganas.

Algunos analistas creen que, como las batallas son frecuentes y la operación militar abarca una vasta superficie de una de las regiones más difíciles del mundo, es difícil asegurar el número exacto de víctimas o verificar informes.

Sin embargo, dada la reciente concentración de combatientes del Talibán en las montañas de Helmand, Urozgan y Kandahar, y el uso de armamento avanzado y altamente letal por parte de las fuerzas de la coalición, las víctimas del Talibán probablemente sean muchas.

Es posible que la Operación Estocada de la Montaña reduzca al mínimo, aunque temporalmente, la actividad de Talibán en la región. Pero la pregunta difícil es si ésta y otras futuras operaciones similares podrán erradicar la insurgencia en la región.

La experiencia de operaciones previas mostró su impacto limitado y transitorio. Para que los avances militares de corto plazo tengan un impacto duradero, Afganistán debe fijar estrategias de estabilización bien planificadas y luego implementarlas de modo apropiado.

Luego de afianzar su control sobre esas áreas, las autoridades deberán diseñar un programa de reconstrucción que satisfaga las necesidades básicas de la población, con la seguridad como prioridad.

Sin una protección adecuada del gobierno, la gente común es presa fácil de Talibán.

Para que la población apoye al gobierno, debe apreciar un programa de desarrollo y reconstrucción real y tangible, que incluya la reducción del desempleo y la pobreza, una reforma de la burocracia corrupta y abusiva y el combate contra la economía de la droga.

Es probable que la insurgencia regrese a áreas ya "limpiadas" en esas operaciones militares específicas y de corto plazo, lo que obligará al gobierno y a la comunidad internacional a mantener la ofensiva.

Si esta tendencia persiste, todo lo que se logrará será el lanzamiento y contralanzamiento perpetuo de operaciones militares. La carga financiera de semejante estrategia será enorme y la coalición no tiene recursos ilimitados para operaciones tan costosas.

El Talibán cuenta, según las evidencias, con un enorme apoyo en territorio pakistaní, notablemente en los seminarios religiosos ("madrasas"). Si cada una de las 20.000 madrasas de Pakistán suministran al mulá Omar de un combatiente talibán por mes, el líder religioso tendrá a su disposición 20.000 nuevos reclutas mensuales.

Por lo tanto, la derrota de Talibán únicamente por medios militares es altamente improbable. Resistir a la insurgencia solo es posible si la población rural es capaz de defender sus vidas y propiedades e impedir que el Talibán ingrese en sus aldeas.

La actual campaña militar es necesaria. En sus postrimerías, el gobierno deberá implementar programas de reconstrucción y desarrollo a gran escala.

De lo contrario, el resentimiento generalizado, alimentado por las prácticas abusivas de los gobernadores provinciales y distritales y los jefes de policía, deteriorará aún más las relaciones entre el gobierno y el pueblo. Y esto alentará su involucramiento con la mafia de la droga y el Talibán.

Mientras continúe el sufrimiento de los afganos comunes y corrientes, el resentimiento hacia Kabul y la desconfianza en los gobernantes, definitivamente, aumentarán.

* Publicado en acuerdo con el Killid Media Group.

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