MUJERES-BRASIL: La cruenta guerra de los sexos

Una de las mujeres sobrevivió a dos tiros en la cabeza, otra a puntazos con insistentes amenazas de muerte a cuchilladas y la tercera a palizas que llegaron a la fractura de la nariz y cortes en varias partes del cuerpo. Son sólo muestras del grado de violencia familiar en Brasil.

En la Casa Abrigo Maria Haydée Pizarro Rojas, de la alcaldía de Río de Janeiro, se juntan historias que parecen poner a prueba los límites humanos de sufrimiento. Allí se refugian mujeres víctimas de ataques domésticos que han puesto en riesgo sus vidas.

Una de ellas es Ana (nombre ficticio para su protección), quien sufrió las agresiones de su pareja por 10 años. ”Pero la violencia en mi vida empezó antes, ya que cuando niña fui golpeada por mi padre, adicto a las drogas y al alcohol. Lo ocurrido en mi matrimonio fue una continuación”, narró a IPS.

Ana se casó a los 17 años, dos meses después de conocer a quien luego sería su marido. ”Quería huir de la brutalidad de mi padre”, explicó.. Pero poco después se dio cuenta, añadió, que había elegido ”un desequilibrado”, cuyo ”primer síntoma” fue un intento de abusar sexualmente de su hermana de 10 años, ”ofreciéndole dinero”.

Las tundas se hicieron frecuentes, incluso cuando estaba embarazada o con hijos recién nacidos. Su violencia no es producto de ”beber alcohol”. ”Él no tiene vicios, ni siquiera fuma”, su desequilibrio viene de familia”, de padres y hermanos ”nerviosos, sin respeto, que se insultan y agreden”, según Ana.

Los maltratos se atropellan en su relato. Falta de alimentos en casa, el rechazo a los hijos, ”torturas sicológicas”, los insultos soeces a Ana, una devota evangélica, acusaciones de adulterio, el contagio por enfermedades que él contrajo de sus amantes y las palizas contra ella y los hijos pequeños. Pese a vivir en ese infierno, el matrimonio tuvo cinco hijos.

”Creía que era así la vida, que tenía que acostumbrarme a sufrir, esperaba que algún día podría cambiar”, porque estaba ”desinformada” y no sabía a quién recurrir, admitió Ana. Por ”tres o cuatro veces” no aguantó las agresiones y salió de casa, pero volvió por sus hijos, el menor hoy de tres años y el mayor de ocho.

Una vez pidió ayuda al Consejo Tutelar de defensa de los derechos de la niñez, pero el marido logró convencer a sus especialistas e ”invirtió el cuadro”, calificándola de ”loca”. De hecho ”yo estaba perturbada, sentía estar perdiendo el control”, reconoció Ana.

A ese incidente le siguió ”un mes de violencia duplicada”, que culminó en una ”larga sesión de golpes, patadas y cabellos arrancados” en la que también participaron el hermano y la madre de su esposo.

Fue tras esa golpiza feroz que lo denunció a la Comisaría Especial de Atención a las Mujeres (DEAM) y pidió ayuda. Enviada al hospital para cuidar las heridas, logró rescatar a sus hijos dos días después por orden de un juez y hace dos semanas que está con ellos en la Casa Abrigo.

Una trágica experiencia similar vivió Lea (también nombre ficticio), de 28 años, quien buscó amparo en la Casa Abrigo hace cinco meses, cuando se convenció que su marido desde hace cinco años se preparaba para asesinarla.

En el refugio tuvo, hace un mes, a su cuarta hija, nacimiento que su pareja intentó abortar con golpes en el vientre de la madre.

”Él no me dejaba usar anticonceptivos, no me dejaba ir al médico, buscaba siempre incrementar mi dependencia, intimidaba a mis amigas para alejarlas, me hizo sentir dominada, al punto de temer salir a la calle”, contó a IPS.

En este caso el alcohol era una agravante, pues ponía más violento al esposo golpeador. Los intentos de poner fin a la violencia física y sicológica, con una denuncia a la policía hace tres años y una fuga hace un año, sólo lograron aumentar la furia del atacante y una amenaza con el cuchillo en el cuello. ”La llegada de una vecina me salvó” la vida, reveló Lea.

Para evitar tales intervenciones de vecinos, las agresiones que incluían puntazos en el vientre y violación, pasaron a concentrarse en las madrugadas, cuando volvía de trabajar en un restaurante. Un día apareció con un cuchillo de hacer sushi (comida japonesa a base de pescado crudo), de filo especialmente fino, y la amenazaba con descuartizarla, afirmó joven agredida.

”Mi hija de cuatro años, que tenía miedo incluso de ir al baño, me pidió que nos fuéramos” de la casa, añadió.

La hospitalización de otra hija con neumonía le permitió informarse sobre la DEAM y Casa Abrigo, mientras el marido intentaba entrar al hospital para atacarla. Pero aún así vivió un mes y medio más en la casa, hasta que las amenazas de muerte aumentaron y amigos le aseguraron que su esposo se preparaba para asesinarla, incluso con sepultura clandestina.

Eva también tuvo su hijo refugiado en la Casa Abrigo, de donde salió recientemente tras recuperarse de un balazo que le descerrajó su pareja a quemarropa en el mentón y de otro en el alto de la cabeza. ”Fue la mano de Dios que quitó las balas” de un camino mortal, dijo.

A un milagro ella atribuye también el nacimiento de su hijo, sano pese a que su novio apaleó su vientre e intentó ahogarla durante el embarazo, antes de dispararle. La agresión fue motivada porque no quería el hijo, explicó. Eva se considera feliz y lista para una nueva vida después del período en la Casa Abrigo Haydée Pizarro.

En general, las mujeres que llegan al refugio se quedan cuatro meses, para recibir asistencia social, médica, sicológica y jurídica, además de capacitación en actividades remuneradas, según sus aptitudes, explicó Vania Ricci Winzap, directora de la Casa.

Pero hay flexibilidad, en casos que necesitan más tiempo, como el de Lea. El objetivo es proteger a las mujeres y sus hijos, pero también darles condición de sobrevivencia, por eso se les ofrece un posterior acompañamiento de un año, con lo cual se busca asegurarles vivienda, escuela, beneficios de programas sociales y oportunidades de trabajo, informó la directora del centro.

”Ahora me siento segura, en paz, bien cuidada”, con tratamiento sicológico incluso para mis hijas que antes vivían ”atemorizadas”, reconoció Lea, ahora más tranquila porque su marido ”no tiene como hallarnos”. Es que la dirección de la Casa Abrigo es un secreto bien guardado.

Ana se confesó sorprendida de recibir este tipo de ayuda. ”Solo acepté una solución así, con los hijos”, por eso demoró la fuga, dijo. Ahora ”ya sé sonreír de nuevo”, acotó, pero aún teme que el marido se vengue en su madre. La expectativa para el futuro es que ”pueda borrar todo de la memoria”.

La Casa Abrigo, inaugurada en 1997, tiene capacidad para 14 mujeres y, en promedio, para tres hijos de cada una. El periodo de permanencia es corto para atender a nuevas mujeres en riesgo.

Este es uno de los servicios prestados por Río Mujer, el programa de la alcaldía de Río de Janeiro que trata de impulsar políticas de género en la ciudad.

En todo el Brasil hay ”casi 80” Casas Abrigo, según Maria Edite Dantas, directora de Rio Mujer, quien entiende que es necesario ”descontruir la cultura machista” y ”reeducar la sociedad” para reducir efectivamente la violencia contra las mujeres.

Un estudio de la Fundación Perseu Abramo, con datos recogidos hasta 2001, estimó en 2,1 millones las mujeres agredidas cada año en Brasil y también que 6,8 millones de ellas habían sido golpeadas por lo menos una vez en la vida.

La Casa Haydée Pizarro, única de ese carácter en Río Janeiro, se destina a amparar a las mujeres bajo ”alto riesgo inminente”, pero Rio Mujer también desarrolla un trabajo ”preventivo”, para evitar que más personas tengan que recurrir al Abrigo, explicó Silvana Villaça Russo, que actúa en esa área.

Cada víctima tiene ”su momento para romper el ciclo de violencia”, denunciándola y abandonando al marido, por ejemplo, y eso exige preparación, pues esa persona ”deja todo lo que se construyó, la historia y la familia es un gran sufrimiento”, explicó. Por ello muchas vuelven atrás, retiran sus quejas en la policía o regresan a vivir con el agresor.

De mayo a diciembre de 2004, el Polo de Atención de Río Mujer trabajó con 884 mujeres agredidas, ”de todas las clases sociales”, informó. A ellas se les presta asistencia individual y reflexiones en grupo, sobre orígenes de la violencia, la cultura que hace de los hombres ”dueños de las mujeres e hijos”.

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