En un mercado del distrito de Mehmoodabad en Karachi, Bindiya Rana, de 35 años, comienza su jornada de trabajo como vendedora de ropa. Para ella y para muchos de los habitantes de una de las zonas más pobres de la austral ciudad portuaria de Pakistán, la supervivencia es una lucha diaria.
De complexión fuerte, con el pelo teñido y muy maquillada, las dificultades que Rana y otras como ella padecen son mucho mayores que las de la mayoría.[pullquote]3[/pullquote]
Integrante de la comunidad transgénero o hijra, el estigma social y la discriminación la convierten en una paria en la conservadora sociedad paquistaní. Aunque no existen cifras oficiales sobre el número preciso de personas trans en Pakistán – o del tercer género, como se conocen en este país de 200 millones de habitantes – se calcula que existen entre 80.000 y 500.000.
De una familia de clase media baja, Rana tomó conciencia de su identidad en la infancia. En público se vestía como un varón, pero sola en su dormitorio se ponía ropa de niña y lápiz labial. Tras fugarse de su casa durante dos meses, sus padres gradualmente llegaron a aceptar su identidad.
La mayoría no tiene tanta suerte. Rechazadas por sus familias, muchas no tienen más remedio que unirse a las comunidades hijra, que son sumamente unidas y están dirigidas por lideresas que asumen el papel de guardianas y les ofrecen protección.
Pocas terminaron la educación formal, por lo que sus oportunidades de empleo son limitadas. Muchas tienen que soportar el ridículo y bailan en la calle o en bodas para ganarse la vida, o simplemente recurren a la mendicidad. Otras se dedican al trabajo sexual, aunque tienen escasa educación sobre el sexo seguro y los peligros del VIH.
Vulnerables ante el abuso físico y verbal, también tienen que soportar la humillación a la que las someten la policía, los médicos en los hospitales y los funcionarios públicos, se queja Rana. Las denuncias de palizas y otras formas de violencia contra ellas son habituales.
El 25 de mayo, una persona trans llamada Alisha ingresó a un hospital de Peshawar, en la noroccidental provincia de Jiber Pajtunjwa, con heridas de bala y murió porque, según se alega, el personal demoró en atenderla cuando otros pacientes se quejaron por su presencia y los médicos discutían si le correspondía estar en la sala de hombres o de mujeres.
Fue el quinto caso de violencia contra personas transgénero denunciado en la provincia en lo que va del año.
«A la luz de la actitud apática y su justificación por las autoridades del hospital, no sería descabellado concluir que en Pakistán impera una forma aberrante de mentalidad del apartheid por la que las personas trans provocan tal desprecio que a su vidas no se les da ni un ápice de valor», denunció un editorial del diario Daily Times.
Las hijras batallaron durante muchos años para ser aceptadas como ciudadanas con igualdad de derechos ante la Constitución. En 2012, una decisión histórica de la Corte Suprema decretó que se les emitieran documentos nacionales de identidad, con lo cual, por primera vez, se reconocía oficialmente su existencia como un tercer género.
«Estábamos en la gloria», comentó Rana sobre la decisión que les concedía los mismos derechos que a los demás ciudadanos, como el voto, la propiedad y la herencia.
Sin embargo, la Autoridad Nacional de Base de Datos y Registros, encargada de expedir las tarjetas de identidad a través del Ministerio del Interior, en un principio demoró la implementación de la medida y solicitó que las personas interesadas se sometieran primero a exámenes médicos humillantes.
«Salimos a las calles en protesta y logramos revertir la decisión», explicó Rana.
Sin embargo, más de cuatro años después, muchas de ellas aún carecen de la tarjeta de identidad. Uno de los principales obstáculos es que estas solo pueden expedirse a quienes tienen padres biológicos o que fueron adoptadas oficialmente con la debida documentación.[related_articles]
Eso resulta imposible para las trans que fueron expulsadas por sus familias o simplemente no saben nada de ellas, por haberse unido a las comunidades hijra siendo muy jóvenes.
Las autoridades no tomaron medida alguna para remediar la situación, lo que significa que muchas aún están privadas de sus derechos civiles, así como de la inscripción en el Programa Benazir de Apoyo al Ingreso y el Programa Nacional de Salud, ambos gratuitos.
Otros intentos de mejorar la situación de las hijras mediante políticas de empleo y otras oportunidades también resultaron insuficientes, mal remunerados e incluso inadecuados. La oficina regional de Hacienda en Karachi decidió emplear mujeres trans para el cobro de deudas, con el fin de que bailaran frente a las casas de los deudores y así, mediante la vergüenza social, los obligaran a pagar.
«Era muy humillante para nosotras», observó Rana.
A pesar de los avances, Rana se queja de la falta de apoyo y las actitudes hostiles. Una de las cinco candidatas trans en las elecciones generales de mayo de 2013, la primera vez en la historia del país en que se pudieron postular, ella perdió como candidata independiente para integrar la Asamblea Provincial de Sindh.
«En vez de apoyarme, la gente se burlaba de mí de todas las maneras posibles», subrayó.
Decidida a mejorar la situación de las hijras de Karachi, fundó su propia organización no gubernamental en 2009, llamada Alianza de Género Interactiva de Pakistán, dedicada a brindar vivienda, empleo, formación vocacional básica e incluso un servicio de atención telefónica.
«Somos las personas olvidadas, pero lucharé por la igualdad hasta el final», aseguró.
Traducido por Álvaro Queiruga