Indignidad, enfermedad y muerte: la vida de los trabajadores del alcantarillado en Pakistán

Un trabajador de alcantarillado conocido por todos con el apodo de Mithoo emerge de la alcantarilla en que se ha hundido para destapar un desagüe. Imagen: Zofeen Ebrahim / IPS

KARACHI, Pakistán – Una cabeza oscura emerge, seguida del torso. El hombre de pelo escaso se levanta con las manos apoyadas en los lados de la alcantarilla, ayudado por otros dos. Jadeando, el hombre que aparenta unos 40 años y al que todos conocen con el apodo de Mithoo, se sienta en el borde, vestido únicamente con unos pantalones oscuros, del mismo color que el agua putrefacta de la que sale.

Se trata de una imagen demasiado familiar en de Karachi, donde sus más de 20 millones de habitantes producen 1800 millones de litros diarios de aguas residuales que van a parar a los sistemas de alcantarillado en ruinas de esta ciudad pakistaní desde hace décadas.

Curtido ya con más de 100 inmersiones en el alcantarillado en los dos últimos años, Adil Masih, de  22 años, dice: «He demostrado a mis superiores que puedo hacer bien el trabajo». En los próximos seis meses espera pasar de ser un kachha (empleado informal) a un pucca (empleado fijo) en la Compañía de Agua y Alcantarillado de Karachi (KWSC), propiedad del gobierno de la urbe más poblada del país.

Con un sueldo de 25 000 rupias (90 dólares) al mes, que Adil recibe como pago único de 75 000 rupias (269 dólares) cada tres meses, la paga subirá a 32 000 rupias (115 dólares), que es el salario mínimo para los puccas en la sureña provincia de Sind, de la que Karachi es su capital.

La primera vez es siempre la experiencia más aterradora, recuerda Amjad Masih, de 48 años, que adorna su oreja izquierda con un pendiente metálico. Es uno de los 2300 limpiadores de alcantarillas contratados por la KWSC para desatascar los desagües, afirma haber enseñado a Adil lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer para zambullirse en la putrefacción del fango.

«Hay que ser listo para ganar a la muerte, que es nuestra compañera mientras nos hundimos», dice.

No es el ejército de cucarachas y el hedor que te recibe cuando abres la tapa de la alcantarilla para entrar, ni las ratas que nadan en el agua sucia, sino las cuchillas y las jeringuillas usadas que flotan lo que preocupa a muchos cuando bajan a sacar las piedras y los cubos de cieno mugriento.

Pero meterse en las alcantarillas es el último recurso. «Primero intentamos desatascar la tubería utilizando una larga vara de bambú para pinchar y aflojar los residuos; cuando eso falla, bajamos a las alcantarillas y las limpiamos con las manos», explica Amjad, quien comenzó en la empresa de agua y saneamiento en 2014, y le convirtieron en fijo en 2017.

El trabajo de alcantarillado es una labor sucia y peligrosa pero esencial en una ciudad populosa y con un sistema de saneamiento ruinoso como Karachi, la urbe más poblada de Pakistán. Un trabajador conocido como Mithoo descansa tras desbloquear el atasco de aguas residuales en un desagüe. Imagen: Zofeen Ebrahim / IPS

Caldera tóxica

La empresa pública afirma que los trabajadores disponen de equipos de protección individual para protegerse de los riesgos químicos, físicos y microbianos, pero son muchos,  los que se niegan a ponérselos, como es el caso de Amjad.

«Tengo que palpar las rocas y las piedras con los pies para poder subirlas», dice. «No pasa nada», añade Adil, «vamos al médico para que nos trate y volvemos al trabajo».

Un antiguo funcionario de KWSC, que habló con IPS bajo condición de anonimato, dijo que ha habido varias muertes y lesiones. «Depende de los supervisores asegurarse de que solo envían al pozo a hombres que cumplen las normas de seguridad», subraya.

Asegura que el equipo de protección debe incluir, como mínimo, máscaras antigás, escaleras y guantes, ya que existen riesgos para la salud, además del riesgo de perder la vida.

Más que los peligros físicos, son los peligros invisibles los que acechan a estos hombres y en ocasiones acaban con su vida. Se presentan en forma de gases como el metano, el monóxido de carbono, el dióxido de azufre y el óxido nitroso producidos cuando las aguas residuales contienen lejías cloradas, disolventes industriales y gasolina al mezclarse con el hormigón de las tuberías de desagüe.

En marzo, dos jóvenes trabajadores de saneamiento, Arif Moon Masih, de 25 años, y Shan Masih, de 23, murieron tras inhalar gases tóxicos en Faisalabad, en la oriental provincia de Punyab. Antes, en enero, dos trabajadores de Karachi corrieron la misma suerte mientras limpiaban alcantarillas.

Según Sweepers Are Superheroes, un grupo de defensa de los derechos humanos, en los últimos cinco años han muerto unos 84 trabajadores del alcantarillado en 19 distritos de Pakistán. En la vecina India, un trabajador de alcantarillado muere cada cinco días, según un informe de 2018 de la Comisión Nacional para Safai Karamcharis.

«Una vez estuve a punto de morir», recuerda Amjad sobre una ocasión en que le echaron gas y ello le desvaneció. «Por suerte para mí, hice el trabajo, me levanté y luego me desmayé», narra.

Pero reconoce que ha habido bastantes colegas suyos que han muerto por inhalación cuando aún estaban dentro del alcantarillado.

Adil dice que él también ha inhalado gases bastantes veces. «Me arden los ojos y, cuando salgo, vomito, me bebo una botella de gaseosa fría y vuelvo a estar bien», dice. Pero la realidad es que la última vez que le ocurrió, tuvo que ser hospitalizado porque se había desmayado.

Con el tiempo, dice Amjad, han aprendido a tomar precauciones.

«Abrimos la tapa de la alcantarilla para dejar escapar los gases antes de entrar», dice. «Una rata muerta flotando en la superficie indica que hay gases», añade.

Los limpiadores del KWSC trabajan en equipos de cuatro. Uno de ellos baja con un arnés atado a una cuerda. Si algo no va bien o ya ha hecho su trabajo, tira de la cuerda y los tres hombres que esperan fuera le sacan inmediatamente.

Cuando han pasado tres o cuatro minutos sin que quien está dentro haya dado el tirón, lo sacan igual, por si ha quedado inconsciente, explica Amjad. Afirma que es capaz de aguantar la respiración hasta cinco minutos, «porque a veces tengo que sumergirme hasta 30 pies (9,2 metros)».

Adil solo es capaz de hacer un máximo de 2,3 metros y aguantar la respiración no más de dos minutos, pero aún así está en peligro cuando se sumerge porque los gases se encuentran en desagües menos profundos.

Además de cubos de cieno, los desagües suelen estar atascados con piedras y cantos rodados que hay que sacar para que el agua fluya de nuevo libremente.

Amjad y Adil también realizan trabajos privados, como el resto de los trabajadores de saneamiento de la KWSC. La agencia lo sabe, pero hace la vista gorda. «Si pueden ganar un poco más, no pasa nada», dice un empleado de la compañía.

«Los residentes y la gerencia de los restaurantes nos llaman para que abramos desagües atascados y, por un par de horas de trabajo, podemos ganar bien», dice Adil.

Adil Masih (de pie) y Amjad Masih trabajan desatascando las alcantarillas de la ciudad pakistaní de Karachi, una ocupación tan peligrosa como mal remunerada. Imagen: Zofeen Ebrahim / IPS

Trabajo de limpieza reservado a los cristianos

Adil y Amjad no están emparentados, pero llevan el mismo apellido Masih, lo que indica su religión: ambos son cristianos. Según la organización WaterAid Pakistán,  80 % de los trabajadores de saneamiento en Pakistán son cristianos, a pesar de que solo representan 2 % de la población general según el censo de 2023.

El informe Shame and Stigma in Sanitation (Vergüenza y estigma en el saneamiento), publicado por el Center for Law & Justice (CLJ) en 2021, relaciona el trabajo de saneamiento con el ancestral sistema de castas imperante en el subcontinente indio, que vinculaba el nacimiento a las ocupaciones.

«Esta práctica despiadada ha desaparecido en gran medida en Pakistán, pero el saneamiento es probablemente la única ocupación en la que continúa esta estructura tradicional de castas», señala el informe.

El informe de CLJ incluye una encuesta a los empleados de la Agencia de Agua y Saneamiento (Wasa, en inglés), que suministra agua potable y garantiza el buen funcionamiento de los sistemas de alcantarillado, y de la Compañía de Gestión de Residuos de Lahore (LWMC, en inglés), encargada de recoger y eliminar los residuos sólidos de los hogares, industrias y hospitales de la ciudad de Lahore, capital de Punyab.

La Wasa tiene 2240 trabajadores de saneamiento, de los cuales 1609 son cristianos. La LWMC tiene 9000 trabajadores y todos ellos son cristianos. Además, 87 % de los empleados de ambas organizaciones cree que el trabajo de conserje es solo para cristianos, mientras que 72 % de los trabajadores cristianos afirma que sus compañeros musulmanes creen que esta tarea no es para ellos.

Lo mismo ocurre en Karachi. Hasta hace unos cinco años, la KWSC publicaba anuncios para el trabajo de limpiadores de alcantarillado, pidiendo específicamente que no fueran musulmanes, pero dejó de hacerlo tras recibir críticas de grupos defensores de los derechos.

«Eliminamos esta condición y empezamos a contratar a musulmanes para la limpieza de alcantarillas, pero se niegan a bajar por ellas», dijo el antiguo empleado de la KWSC. En la provincia de Punyab, la política discriminatoria de emplear solo a no musulmanes pertenecientes a minorías para trabajos de limpieza fue derogada en 2016.

Ahora que se está excavando la mitad de Karachi y se están tendiendo nuevas líneas de drenaje, gran parte del trabajo lo están realizando pathanes (musulmanes pertenecientes a un grupo étnico) y, hasta el año pasado, también afganos. «Están chapoteando en la misma agua sucia», dice Amjad.

Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.

Él acaba de conseguir un empleo mucho más digno y lucrativo trabajando como barrendero en un edificio de apartamentos y ganando más.

«Ser empleado fijo de un departamento gubernamental significa seguridad para toda la vida; el trabajo es para siempre», explica. «Y el día a día también es un poco más fácil. No te acosa la policía, tienes baja por enfermedad, asistencia sanitaria gratuita, jubilación y no te pueden echar por capricho de nadie», prosigue, entusiasmado con la vida que está por comenzar.

El camino a seguir

El trabajo de alcantarillado de gente como Amjad y Adil y el trato que reciben de sus empleadores contrastan totalmente con lo que el gobierno pakistaní ha firmado en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Especialmente están muy alejados del ODS 8, el del trabajo decente y crecimiento económico, que incluye entre sus metas la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores de saneamiento.

También parece poco probable que la meta 8.5, la del pleno empleo y trabajo decente con igualdad de retribución, y la 8.8, la de proteger los derechos laborales y promover entornos de trabajo seguros, se logren cumplir en ciudades pakistaníes para 2030.

Farah Zia, directora de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Pakistán, señaló a IPS que este país ha hecho pocos progresos en el cumplimiento de los criterios de trabajo decente para los trabajadores de saneamiento, considerados entre los grupos laborales más marginados de la mano de obra nacional.

«Al no recibir un salario digno ni vivir en un entorno libre de estigmas sociales», Zia dijo que» ni siquiera se les proporciona un amplio equipo de seguridad y formación para protegerse de los riesgos laborales». Además, aseguró que la Política Nacional de Saneamiento, que data de 2006, «está anticuada y no aborda estos problemas».

Lo mismo se observó en la provincia de Sind, donde viven Amjad y Adil. «Aunque el gobierno de Sind había adoptado una política provincial de saneamiento en 2017, no abordaba las preocupaciones relacionadas con las condiciones de trabajo y de vida de estos trabajadores en la provincia», señaló Zia.

En 2021, en consonancia con el ODS 8, WaterAid Pakistán (WAP) trabajó con el gobierno local en el distrito de Muzaffargarh, en la provincia de Punyab, con el fin de  garantizar la seguridad de los trabajadores de saneamiento.

Además de buscar proporcionar equipos de seguridad y acceso a agua potable, la organización abogó por que estos trabajadores esenciales recibieran el respeto y la dignidad que merecen, declaró Muhammad Fazal, responsable del Programa de Estrategia y Política de WAP.

Naeem Sadiq, ingeniero industrial residenciado en Karachi y activista social que lleva mucho tiempo luchando por los derechos de los trabajadores del alcantarillado, ha calculado los salarios más altos y más bajos del sector público.

«La relación entre el salario de un conserje y el del burócrata de mayor rango en el Reino Unido es de 1:8, mientras que en Pakistán es de 1:80. La relación entre el salario de un conserje y el del juez de mayor rango en el Reino Unido es de 1:11, mientras que en Pakistán es de 1:115. La relación entre el salario de un conserje y los jefes de las organizaciones del sector público mejor pagadas en el Reino Unido es de 1:20, mientras que en Pakistán es de 1:250», detalló a IPS.

Sadiq quiere la prohibición total de la recogida manual de residuos y más aún en las alcantarillas. «No sé cómo permitimos que nuestros semejantes entren en una cloaca burbujeante de desechos humanos y gases venenosos», dijo a IPS, y añadió: «Necesitamos máquinas para hacer este trabajo sucio y peligroso».

«La KWSC tiene 128 camiones cisterna equipados con máquinas de succión que eliminan el agua de las alcantarillas para que los limpiadores puedan bajar a una boca de 30 pies (9,2 metros) sin tener que sumergirse en ella para eliminar el limo, la madera y las piedras que no pueden ser succionadas y tienen que ser sacadas manualmente», reconoció el funcionario de la KWSC.

A Sadiq eso no le basta. Hace un año, él y un grupo de filántropos sociales idearon un prototipo de máquina sencilla de limpieza de alcantarillas (que utiliza el esqueleto de una moto), que según él es la más barata del mundo, pues cuesta 1,5 millones de rupias (5382 dólares).

«Puede introducirse en el alcantarillado para sacar piedras, rocas, lodo y sedimentos, y un artilugio de chorro a alta presión para desatascar las tuberías», dijo.

Ahora le toca al gobierno utilizar el diseño y empezar a fabricar el artilugio llamado Bhalai (amabilidad, beneficio, en urdú). «Estamos absolutamente dispuestos a compartir el diseño», dijo Sadiq.

T: MF / ED: EG

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