TRINIDAD, Bolivia – “Hemos perdido todo”, lamenta Martín Cayacuma un joven agricultor que junto a su familia está refugiado en una gran tienda de campaña instalada en una carretera que bordea Puerto Varador, en las extensas llanuras del departamento de Beni, en el noroeste de Bolivia.
Junto a su esposa, apenas consiguió salvar a sus dos hijos pequeños, algunos bienes y huir rápidamente del campo agrícola cultivado en esta región amazónica, que quedó sumergido bajo las aguas que llegaron de manera silenciosa, como suele suceder en esta época y esta vez lo hicieron con una intensidad inusitada.
Las llanuras de Beni tienen una altura promedio de 130 metros sobre el nivel del mar, y son afectadas en la época de lluvias por el desbordamiento de los ríos alimentados por aguas que descienden desde las zonas montañosas de occidente ubicadas por encima de los 4000 metros sobre el nivel del mar y los valles centrales del país.
Esta ecorregión de unos 126 000 kilómetros cuadrados, es conocida como Los llanos de Moxos, caracterizados por un inmenso humedal, selvas y sabanas integrado a la cuenca del Amazonas donde se alternan climas extremadamente secos con inundaciones generadas por las lluvias iniciadas en el mes de diciembre y extendidas hasta mayo.
Cubiertos por agua y lodo quedaron los cultivos de bananos, yuca (mandioca) y los árboles de papaya que cuidaba Cayacuma para la alimentación familiar y la venta del excedente en Trinidad, la capital del departamento de Beni, localizada a 11 kilómetros al este de Puerto Varador y a unos 500 kilómetros al noroeste de La Paz, la capital política boliviana.
En la carretera que une Trinidad con el occidente de Bolivia, decenas de familias han debido abandonar sus hogares inundados por intensas precipitaciones y ahora sobreviven en tiendas de campaña instaladas por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Mientras, siguen a la espera de ayuda humanitaria y sortean como pueden las enfermedades propias de las bajas temperaturas, según observó IPS.
“Nos ha llegado el agua de sorpresa. La “gateadora” ha llegado de un momento a otro, describe el joven jefe de familia. “Gateadora” es el nombre con el que se conoce a las aguas que avanzan sigilosamente entre la sabana y sorprende a los habitantes de la región generalmente por las noches y madrugadas.
“Hay un mundo de necesidades”, responde Cayacuma cuando se le pregunta por los servicios urgentes requeridos. Casi sin muchas expectativas de apoyo estatal, ahora emplea su motocicleta para prestar servicio de taxi y generar el dinero necesario para comprar alimentos.
Al fondo y separado por un gran espejo de agua se pueden ver las plantas de bananos rodeadas de agua hasta sus hojas y casi en descomposición de Cayacuma, mientras alrededor de la carpa algunas gallinas salvadas de la inundación buscan alimento entre el barro.
En su carpa viven unas tres familias y tiene la suerte de estar al lado de su pequeña finca, mientras otras están algo más lejos. Pero las tiendas de campaña están desperdigadas y cerca de las viviendas que tuvieron que abandonarse y a las que esperan volver en cuanto las lluvias cesen y las aguas se sequen.
Familias refugiadas, ganaderos huyendo con sus reses de las crecidas de los ríos y afecciones de salud por las bajas temperaturas contrastan con el deseo de supervivencia y actividad productiva de los damnificados habitantes de las llanuras benianas.

Bajas temperaturas y afecciones respiratorias
Un informe del estatal Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología (Senamhi) registró lluvias con “valores por encima de lo normal” con una precipitación de 258 milímetros en la estación de Riberalta, en Beni, para el mes de abril, superando el rango normal de 150,4 milímetros. La entidad estatal había anticipado antes “lluvias ligeras” hasta el 23 de mayo.
El departamento tiene un promedio de temperatura de unos 27 grados centígrados, pero registró un descenso de hasta unos 16 grados que afectó a la salud de sus moradores.
En Puerto Ballivián, a unos siete kilómetros al norte de Trinidad, estos cambios de temperaturas y las inundaciones afectaron a la salud de cerca del centenar de habitantes de esta zona turística, según relató a IPS la médica general Dara Arteaga.
Para llegar hasta esta pequeña población instalada al borde mismo del río Ibare, es necesario atravesar una parte de la carretera inundada. Los habitantes del lugar y visitantes caminan unos 40 metros descalzos y con el agua hasta casi las rodillas, tratando de seguir la huella de lo que queda del asfalto degradado por la humedad.
Los resfríos y problemas respiratorios generados por las aguas frías de la zona inundada son frecuentes, y entre 10 y 15 pacientes por día visitan el centro de salud dependiente del gobierno municipal de Trinidad, explicó Arteaga.
Las diarreas y vómitos por la contaminación de las aguas también aparecen en el registro de las atenciones médicas.

Conviviendo con la inundación
“Ni la gobernación ni el municipio reparan el asfalto destruido por los desbordes”, se quejó Daniela, una joven que habita junto a sus niños, de uno y tres años, una casa construida con tablones de madera rústica y techada con hojas de palma, a la entrada de Puerto Ballivián.
La mayoría de viviendas en esta zona se construyen sobre plataformas elevadas sobre pilares de hasta dos metros de altura, en previsión de la crecida del río y las inundaciones cíclicas cuando las lluvias son intensas y largas, como este año.
Aunque se percibe una emergencia en el ambiente, la vida cotidiana continúa y Daniela, quien prefirió no dar su apellido, sabe acomodarse al momento. La llegada de visitantes que quieren contemplar el río en su máximo nivel, disfrutar de un paseo por los alrededores y comer algún platillo del lugar es una oportunidad para ella.
Sobre una pequeña parrilla alimentada por carbones, cocina unas alitas y riñones de pollo, y carnes de res y las ofrece jugosas acompañadas de una salsa picante a los viandantes. Un sabor de un condimento que solo ella conoce, acaricia el paladar e invita a repetir otra porción.
Se anima a nombrar uno de los ingredientes al explicar que la recolección de la semilla del cacao es una de las actividades de la zona, un fruto silvestre abundante y del cual se extrae también un “vinagre de chocolate”, el mismo que emplea en la preparación del delicioso platillo.
Aquí la vida tiene historias de fantasía. Relata que hace unos días, un lagarto (caimán) emergió de las aguas que pasan ahora por debajo su casa, y atrapó y devoró a un pato silvestre.
A Wilde Rioja Chayana, un indígena del pueblo canichana, no le resulta extraña esta subida de las aguas porque en sus 45 años aprendió que cada cuatro años llegan inundaciones que cambian los hábitos de los agricultores.
“Las inundaciones fertilizan la tierra, trae sedimentos y es una ventaja” para la agricultura, dice este hombre de un metro y 79 centímetros de estatura, de piel morena, y figura delgada y definida por una fina musculatura que le permite trozar fácilmente troncos al borde del río caudaloso.
El nivel del río sube hasta 27 metros en esta zona histórica que anteriormente se llamaba Puerto el trapiche y cambió a Puerto Ballivián, cuando el presidente José Ballivián (1841-1847) llegó a bordo de una embarcación y desde aquí se trasladó hasta la ciudad de Trinidad, recuerda mientras mastica unas hojas de coca y fuma pausadamente.
Con sus manos fuertes y marcadas por el trabajo, parte un fruto del cacao e invita al corresponsal de IPS a probar el sabor dulce de la pulpa blanca que rodea la semilla y que se emplea en la fabricación del “vinagre de chocolate”.
Con el torso desnudo y ambientado en su mundo de naturaleza de selva y ríos, declara su adhesión a la religión evangelista, pero explica que una luna emergiendo por el norte, la presencia de delfines rosados o los cantos de algunas aves son anuncios confiables de un próximo descenso de las aguas.

La lluvia moja a todos por igual
A falta del alimento que queda sumergido, el ganado vacuno abandona las zonas tradicionales, busca algunas zonas altas o las carreteras, explicó a IPS el productor ganadero Óscar Hugo Suárez.
Vacas buscando alimentos al borde de la carretera son vistas sobre la vía que conecta Trinidad con el occidente de Bolivia. Otras no sobrevivieron y la Federación de Ganaderos del Beni reportó la muerte de más de 8255 reses y alertó del riesgo para la vida de otras 516 000 cabezas.
Desesperadas acciones de salvamento de ganado fueron relatadas por el médico veterinario Arturo Moreno. Este especialista vio morir decenas de reses que no pudieron ser rescatadas en medio de las inundaciones.
El aconsejó a varios productores que usen embarcaciones de gran plataforma para trasladar vacas y toros hasta zonas altas, pero lamenta que muchos no aplicaron sus recomendaciones.
El ganadero Suárez considera que solo la construcción de una gran red de carreteras puede ayudar a resolver problemas derivados de las inundaciones y atender las emergencias de los productores con rapidez.
ED: EG