CHIRILAGUA, El Salvador – Los insuficientes sistemas de tratamiento de aguas residuales en El Salvador han terminado golpeando al ambiente y a la salud de la población durante décadas, pero en medio de esa carencia resaltan algunos municipios que le apuestan al procesamiento de sus desechos líquidos.
Diversos informes advertían ya en 2014 de que en El Salvador, con 6,7 millones de habitantes, solo 8,52 % del agua residual recibe algún tipo de tratamiento, y el panorama no ha cambiado mucho desde entonces.
No es de extrañarse, entonces, de que solo 12 % de los ríos cuentan con agua de buena calidad y que decenas de personas mueran al año por diarreas: este año, hasta el 30 de septiembre 63 fallecieron por esta causa, en más de 164 000 casos reportados, incluyendo los de gastroenteritis.
Por aguas residuales se entiende las generadas en actividades domésticas, como uso de servicios sanitarios, lavatorios, fregaderos, lavado de ropa y otras similares. También son residuales las producidos por la industria, pero por sus propias características requieren otros tratamientos más complejos.
Con ayuda internacional
Son pocos los municipios y comunidades que poseen sus propios sistemas de tratamiento de aguas residuales, montados, en algunos casos, como esfuerzos colectivos que incluyeron fondos propios, de instituciones internacionales y del Estado.
“Mi trabajo consiste en darle el mantenimiento adecuado para que la planta funcione bien y así nos aseguramos de que no se contamine el medio ambiente.”, comentó a IPS Eduardo Ortega, operario de una de las pocas plantas de tratamiento localizada en el este de El Salvador.
Ortega le da mantenimiento de la planta ubicada a un costado de La Española, un asentamiento rural del municipio de Chirilagua, que linda con el océano Pacífico, en el sur del departamento de San Miguel.
“Mi trabajo consiste en darle el mantenimiento adecuado para que la planta funcione bien y así nos aseguramos de que no se contamine el medioambiente”: Eduardo Ortega.
La Española, una aldea de 40 casas, fue construida con fondos de la cooperación española para beneficiar a igual número de familias que se dedicaban a la pesca y que resultaron damnificadas por el huracán Mitch, que dejó una estela de muerte y destrucción en América Central, en octubre de 1998.
Ese proyecto habitacional, financiado por la Junta de Andalucía, el gobierno de esa sureña región española, incluyó un sistema de saneamiento básico inusual en la zona rural: una red de alcantarillado que transportara las aguas residuales, incluyendo las excretas humanas, hacia la planta de tratamiento.
Otra iniciativa similar cercana, de 278 viviendas, para 1500 personas, llamada Flores de Andalucía, siempre en las inmediaciones de Chirilagua, fue financiada también por la comunidad autónoma andaluza, con el mismo propósito humanitario.
Actualmente existen en el país 196 plantas de tratamiento del tipo “ordinarias”, es decir, que se ocupan de filtrar las actividades higiénicas domésticas.
De esas, 90 son privadas, 78, públicas y 17, comunitarias, entre otras categorías, según datos del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
Bacterias y filtros de grava
El proceso comienza en el “desarenador”, una estructura hidráulica que remueve arena y otras partículas pequeñas que, antes de pasar a un tanque, son filtradas al atravesar una rejilla, explicó a IPS Edwin Guzmán, jefe de la Unidad Ambiental de la alcaldía de Chirilagua, un municipio que engloba 25 000 habitantes, incluyendo su cabecera y todos los asentamientos de su jurisdicción.
Posteriormente, los líquidos pasan a otro tanque que contiene bacterias que eliminan la materia orgánica que llega disuelta en partículas.
Luego los desechos pasan a las áreas de biofiltrado: estanques rectangulares de dos metros de profundidad, rellenos de capas de piedra volcánica y de grava.
Finalmente, todo pasa a otro estanque con filtros “percoladores”, que contienen más bacterias que terminan de eliminar cualquier remanente de materia orgánica.
“Esta agua ya tratada no va a contaminar el río San Román, que está a unos tres kilómetros de distancia”, acotó Guzmán.
Y agregó: “Si no estuviera esta planta de tratamiento, habría una contaminación brutal del río, que es uno de los pocos de la zona que siempre mantiene un buen caudal”.
Y si el río se contaminara también se afectaría las aguas del Pacífico, a donde va a desembocar, en este pequeño país del istmo centroamericano, con solo costas a ese océano.
Un mar más limpio
La planta de Flores de Andalucía, de mayor capacidad, recibe también las aguas servidas de El Cuco, la playa ubicada a unos dos kilómetros hacia el sur, visitada por turistas atraídos por sus kilométricas playas de arenas grises y por el oleaje suave del mar.
Los habitantes de El Cuco se han dedicado desde siempre a la pesca, pero también hay comercios, pequeños hostales y restaurantes, cuyas aguas residuales ya no van a dar directamente al mar.
Esos desechos de colectan en un tanque y con la fuerza de un motor a gasolina se bombean colina arriba, por medio de una tubería, hasta la mencionada planta, su destino final.
“Antes toda esa agua iba directo al mar”, afirmó a IPS José Henríquez, uno de los operarios de la planta.
“Es importante tratar las aguas, porque si no estamos contaminándonos a nosotros mismos”, acotó Henríquez, mientras realizaba tareas de limpieza de los conductos de la planta.
Sin embargo, pese a esa iniciativa, se calcula que solo se logra tratar 60 % del agua servida de El Cuco y zonas aledañas, pues siempre hay personas o negocios que, por alguna razón, saltándose la normativa, suelen seguir con la práctica antigua de verter sus aguas a la playa.
Además, también habrá que considerar que los municipios cercanos a Chirilagua no cuentan con plantas de tratamiento y, consecuentemente, muchos de sus desechos van a dar a los ríos y estos los llevan al mar.
Cifras oficiales revelan que 61,5 % de los hogares salvadoreña echa a la calle o al aire libre las aguas grises o “jaboneras”, producto de lavados de ropa, manos, platos, etc., 33 % se deshace de esos desechos mediante alcantarillado y 2,3 % por medio de fosa séptica.
El restante 3,1 % vierte las aguas al río o usa otros medios.
Una bahía sin contaminación
Más hacia al oeste, siempre en la franja costera salvadoreña, se encuentra la bahía de Jiquilisco, el principal humedal del país, un lugar de exuberante belleza natural de más de 600 000 hectáreas de extensión, hogar de numerosas especies vegetales y animales marino-costeras.
Al borde del estero de la bahía se levanta el municipio de Puerto El Triunfo, de unos 20 000 habitantes, en el sur del departamento de Usulután. Y en sus alrededores se encuentra una planta de tratamiento que procesa las aguas servidas de ese municipio, desde finales de 2009.
La planta de Puerto El Triunfo también fue financiada, aunque parcialmente, por la cooperación española, que aportó aproximadamente 50 % del costo de la obra, que totalizó 660 000 dólares.
El resto de la inversión lo otorgaron la municipalidad y el Estado.
“Las aguas que antes iban en crudo al manglar, a la bahía, ahora van tratadas, más limpias”, aseguró a IPS Evelio Álvarez, a cargo de la Unidad Ambiental de la alcaldía de Puerto El Triunfo.
Álvarez contó que en 2010, por problemas financieros, la municipalidad ya no pudo costear la planta y cedió el control a la estatal Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados, que la maneja desde entonces.
Esa instalación también procesa los desechos líquidos de Jiquilisco, un municipio de unos 50 000 habitantes, localizado unos ocho kilómetros al norte de Puerto El Triunfo, y desde allá se bombean para que bajen hasta la estación.
Antes, esos desechos de Jiquilisco iban a dar directo al río El Paso, que desemboca en la bahía.
“La mayoría de las familias viven de la pesca y toda esa contaminación iba en crudo a depositarse al manglar”, explicó a IPS la agroecóloga Etelvina Pineda, jefa de la Unidad Ambiental de la alcaldía de Jiquilisco.
Desde el manglar, con su red de canales, la polución se extendía a las tierras bajas, aledañas a la bahía, y por esa razón los pozos de agua caseros, con que se abastecían las comunidades costeras de la zona, tenían altas concentraciones de Escherichia coli, una bacteria presente en las heces humanas.
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Además, en el manglar “terminábamos contaminando los moluscos, los crustáceos y toda la fauna marina que vive ahí, a través de heces fecales y materiales pesados”, subrayó Pineda.
De ahí que las personas se contaminaban al consumir mariscos cocinados inapropiadamente, con efectos perjudiciales en la salud. La polución diezmaba también la fauna marina, fuente de ingresos para esas familias.
Sin embargo, al igual que en Chirilagua, Pineda advirtió que no se puede afirmar que la contaminación se ha detenido en un cien por ciento.
Eso requeriría, subrayó, un esfuerzo más amplio e integral, que incluya a los otros cuatro municipios con incidencia en la bahía: Usulután, San Dionisio, Concepción Batres y Jucuarán.
Además de la falta de recursos económicos para impulsar un programa así, Pineda sostuvo que hace falta voluntad política de gobiernos locales y del gobierno central, que no le apuestan a resolver las problemáticas ambientales de esta zona y del país.
ED: EG