Las monitoras comunitarias del clima que salvan vidas en El Salvador

Lucía Medina, de la comunidad El Castaño, en San Francisco Menéndez, se encarga del monitoreo pluviométrico. Ella lleva nueve años como monitora del clima en su comunidad. Imagen: Emerson Flores

SAN SALVADOR – Es octubre de 2022. Es una mañana lluviosa en el municipio de Guaymango. La tormenta Julia, una depresión tropical que entró a El Salvador, golpeó fuertemente a este pequeño pueblo que se ubica entre las montañas del departamento de Ahuachapán, a unos 96 kilómetros de la capital de San Salvador.

La intensa lluvia sobre Guaymango levantó las alarmas en un grupo de mujeres que monitorea el clima de su comunidad: el agua que había caído sobre el municipio sobrepasaba los límites en las cuatro estaciones pluviométricas que funcionan en varias zonas de este pequeño pueblo.

“Llovió por más de dos horas y el pluviómetro había marcado 30 milímetros. Existía una amenaza de crecida sobre el río Cauta”, recuerda Sara Guardado, monitora climática y presidenta de la Asociación de Mujeres La Colmena, del municipio de Guaymango.

Guardado y las demás monitoras de Guaymango alertaron sobre el desbordamiento del río Cauta, un cauce de agua que nace en la zona alta de Ahuachapán y que desemboca en la zona baja de varias comunidades del municipio de Metalío, ya en el departamento de Sonsonate, en el occidente del país.

“¡El Cauta se desbordó, peligro! Evacúen a las personas que viven a las orillas del río”, fue la alerta que escribió Guardado en un grupo de WhatsApp para las lideresas comunitarias de la zona baja de Metalío.

Las acciones no se hicieron esperar. Lideresas comunitarias del Comité Ambiental de Metalío (Asprofema) lograron salvar la vida de dos adultos mayores y dos habitantes con discapacidad física, quienes vivían en las riberas del Cauta; el desbordamiento del río destruyó las casas de las personas, según relató Guardado.

Las alertas de las monitoras y la respuesta de las lideresas evitaron que cuatro personas de la comunidad perdieran la vida.

María de Jesús Barrera, del caserío El Porvenir, mide la cantidad de agua disponible que tiene su pozo de punta. Este monitoreo la ayuda a prepararse en tiempos de sequía y a proveerse de agua mediante otros métodos. Imagen: Emerson Flores

Siempre alertas

Alertar para salvar vidas; es una de las acciones principales de otro grupo de mujeres del departamento de Ahuachapán, que monitorean el clima de sus comunidades. Ellas son las portavoces y las encargadas de comunicar a las poblaciones de las situaciones de emergencia por lluvia, inundaciones, desbordamiento de ríos, sequías y otros fenómenos naturales.

El sistema de monitoreo hidroclimático nació en 2012 en una comunidad del municipio de San Francisco Menéndez, también en Ahuachapán. Entonces, un grupo de mujeres participaron en talleres para utilizar el pluviómetro, instrumento diseñado con una probeta, un vaso protector y un embudo, que se usa para medir la cantidad de lluvia que cae en un lugar y tiempo determinados.

No fue sino hasta en 2014 que se instalaron en el municipio 10 estaciones pluviométricas en varias comunidades costeras.

La iniciativa surgió luego que las mismas poblaciones identificaran lo vulnerable que eran ante la crisis climática y los fenómenos naturales, según explicó Asunción Martínez, responsable del proyecto de monitoreo climático y técnica de la Unidad Ecológica Salvadoreña (Unes), organización no gubernamental.

“Las y los líderes entendieron la importancia de registrar estas precipitaciones porque son conscientes de que hay una crisis climática. Ellos están visibilizando la vulnerabilidad de sus comunidades y generando información muy valiosa a través de datos científicos”, mencionó Martínez.

Benigno Gómez, líder del Comité de Microcuenca El Aguacate, monitorea la salinidad del agua de los manglares de Garita Palmera. El monitoreo biofísico ayuda a la comunidad a tomar acciones de restauración de los ecosistemas de manglar. Imagen: Emerson Flores

A partir del 2014, según señaló Martínez, otras estaciones pluviométricas se replicaron en varias comunidades de Jujutla y Guaymango, en los municipios de Ahuachapán y Metalío, y la de Acajutla, en Sonsonate.

Años después, un grupo de 12 mujeres de un total de 19 personas comenzaron a involucrarse en otros tipos de monitoreo, entre ellos el biofísico, que consiste en inspeccionar la calidad y el balance del agua dulce y salada de los manglares; medir los niveles de calor y humedad de los territorios; y verificar las cantidades de agua de los pozos comunitarios.

Las monitoras comunitarias fueron instruidas por expertos climáticos del Centro Alexander von Humboldt, promotor del desarrollo sostenible de Nicaragua, que fue disuelto por el régimen de Daniel Ortega.

En los procesos de formación aprendieron a conocer el comportamiento de las nubes y tormentas; fueron capacitadas para utilizar instrumentos de medición del clima, como el pluviómetro, el higrotermómetro, el termómetro y la cinta métrica, entre otros, afirmó Guardado.

Red comunitaria 

Fue en 2019 cuando ella se integró al grupo de mujeres de Ahuachapán que hacen monitoreo hidroclimático en la zona occidental del país.

Ella forma parte de la Red de Observación Climática Comunitaria (Rocc), iniciativa que procura generar información científica para la prevención y mitigación de riesgos frente a eventos climáticos extremos. En la red participan 12 mujeres y siete hombres.

“Nosotras salvamos vidas, porque alertamos. El sistema de monitoreo climático es una herramienta de alerta temprana”, señaló.

Odilia Lara es una de las monitoras del clima en el caserío El Porvenir y una de las encargadas de la estación pluviométrica de la comunidad. Imagen: Emerson Flores

La red está conformada por mujeres que, durante años, se han dedicado a la agricultura de subsistencia, a la pesca y a la defensa ambiental de los territorios. Una de ellas es María Magdalena Del Cid Torres, de 47 años.

Es monitora climática y lideresa del Comité de Microcuenca El Aguacate (ACMA), en la comunidad Playa Bola de Monte, en el municipio de San Francisco Menéndez.

Playa Bola de Monte es una comunidad frente a la costa salvadoreña de Garita Palmera, sobre el océano Pacífico y cerca del punto fronterizo entre El Salvador y Guatemala. En ella viven 137 familias, que trabajan la tierra, siembran maíz, frijol, hortalizas y frutas y también viven de la pesca y extracción de moluscos en el manglar.

El territorio, según lo describe la lideresa, es muy vulnerable en época de lluvias intensas y sequías.

María es una de las primeras lideresas que tomó la responsabilidad de la estación pluviométrica de Playa Bola de Monte. Por más de una década, ha monitoreado la cantidad de lluvia que cae en su comunidad; asimismo, se encarga de emitir las alertas durante las emergencias climáticas, como sucedió durante la tormenta Julia.

“En el caso de la tormenta Julia, en octubre de 2022, nosotras estábamos en el monitoreo y ya sabíamos que iban a venir fuertes lluvias. Se avisó a la comunidad de ese fenómeno, los agricultores lograron sacar sus cosechas de maíz antes de que se les inundara», relató Del Cid.

Antes, precisó, «no estábamos preparados. En 2012, llegaron los desastres y no estábamos preparados, como sucedió durante el Huracán Mitch en 1998”.

La lideresa reconoce la importancia de los monitoreos, ya que les permite a los agricultores de la zona saber en qué tiempo cultivar, además de prevenir posibles inundaciones. En pocas palabras, la producción de alimento en Playa Bola de Monte depende, en cierta medida, de la información y las alertas del monitoreo que hace Del Cid en la comunidad.

“La zona aquí es de alto riesgo. A la comunidad se le da a conocer el tipo de lluvia que está cayendo y por medio del conocimiento que hemos aprendido, podemos indicarle a la comunidad cuánta es la humedad en los suelos, cuándo puede ser la siembra y cuándo no”, explicó.

Desde que se implementaron los monitoreos climáticos, los cambios son notables en Playa Bola de Monte, según dijo Del Cid.

Ella desconocía los momentos en que los agricultores debían sembrar sus cultivos durante la época de invierno; ahora sabe que si ha llovido durante tres días consecutivos, no se puede sembrar por falta de humedad en las tierras. Pero si la lluvia cae por más de 15 días, es un buen momento para que las poblaciones de la comunidad puedan sembrar sus semillas.

“Como mujeres, desconocíamos estos temas porque siempre nos manteníamos en casa. No sabíamos de la agricultura ni del cambio climático. Hoy en día todo eso lo conocemos y nos ayuda a mejorar la vida en nuestras comunidades”, concluyó con orgullo.

Este artículo se elaboró con apoyo de LatinClima, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) y el Centro Científico Tropical (CCT) por medio de la iniciativa Historias que cuentan cambios.

RV: EG

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