Opinión

El conflicto de Sudán marca el fracaso del plan de transición

Este es un artículo de opinión de Andrew Firmin, redactor jefe de Civicus, la alianza internacional de la sociedad civil.

LONDRES – Los actuales enfrentamientos en Sudán marcan el fracaso de los supuestos procesos de transición hacia un gobierno democrático. La comunidad internacional debe aprender las lecciones de esta catástrofe y trabajar con la sociedad civil.

Democracia traicionada

Por un lado está el ejército, dirigido por el actual líder de Sudán, el general Abdel Fattah al Burhan. Por otro, las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, en inglés), una facción paramilitar dirigida por el general Mohamed Hamdan Dagalo, conocido comúnmente como Hemedti. Ambas partes se culpan mutuamente y dicen que se negarán a negociar.

Los dos trabajaron juntos en el golpe de octubre de 2021 que derrocó a un gobierno de transición, instaurado en agosto de 2019 después de que el dictador Omar al Bashir fuera derrocado tras una revuelta popular.

Nunca estuvieron comprometidos con la democracia. Al principio, las fuerzas militares intentaron reprimir las protestas por la democracia con violencia letal. El día más sombrío fue el 3 de junio de 2019, cuando la RSF puso fin a una sentada con disparos indiscriminados, matando a más de 100 personas. No ha habido rendición de cuentas por la violencia.

El golpe militar de octubre de 2021, que provocó protestas masivas y desobediencia civil, fue seguido de un intento efímero y palpablemente insincero de un acuerdo civil-militar de reparto del poder que solo duró de noviembre de 2021 a enero de 2022.

Las protestas, y la violencia militar contra ellas, continuaron. En diciembre de 2022 se firmó un acuerdo entre los militares y algunos grupos civiles.

Estgaba previsto que que este acuerdo iniciaría una transición de dos años hacia la democracia. Algunos grupos prodemocráticos y partidos políticos rechazaron el plan, pero la comunidad internacional instó a todas las partes a respaldarlo.

El ejército ya intentaba dar marcha atrás en sus compromisos antes de que comenzaran los combates. Ahora se ha dado la razón a quienes dudaban de la sinceridad de las intenciones de las dos fuerzas y de su voluntad de ceder el poder.

Civiles en la línea de fuego

Las relaciones entre los dos jefes militares eran cada vez más tensas, y el 15 de abril estallaron los combates. Los intentos de alto el fuego humanitario han fracasado hasta ahora.

Los civiles están en la línea de fuego. Hay mucha confusión sobre el terreno, por lo que es difícil obtener cifras exactas de víctimas, pero en la actualidad hay más de 300 civiles muertos y miles de heridos.

El autor, Andrew Firmin

Los principales focos de conflicto de Jartum, como el aeropuerto y las bases militares, conviven con viviendas civiles, por lo que la población es vulnerable a los ataques aéreos.

La gente está atrapada en sus casas y en sus lugares de trabajo, con escasas provisiones de alimentos y cortes de agua y electricidad. Los combatientes de la RSF han tomado las casas de algunos. Miles de personas han huido.

Muchos hospitales se han visto obligados a evacuar o se están quedando sin suministros vitales para su labor, y hay informes de ataques contra instalaciones de salud. También hay informes de que el personal de la ONU y otros trabajadores humanitarios están siendo atacados y las oficinas de las organizaciones humanitarias han sido saqueadas.

Una batalla por el poder

Los orígenes de la crisis actual se remontan al despliegue por parte de Al Bashir de fuerzas paramilitares, los Janjaweed, para aplastar brutalmente una rebelión en Darfur en 2003. La violencia fue tal que sobre Al Bashir pesa una orden de detención de la Corte Penal Internacional por genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra.

En reconocimiento de su brutal eficacia, Al Bashir reorganizó formalmente a los Janjaweed para convertirlos en la RSF. Le convenía tener dos fuerzas con las que enfrentarse, aunque al final colaboraron para derrocarlo.

Las tensiones que han surgido desde entonces reflejan en parte un choque de culturas entre los dos líderes y la evidente ambición de Hemedti por ocupar el cargo más alto.

Pero sobre todo se trata de una competición por la supremacía política y económica. El ejército siempre ha sido el poder detrás de la presidencia, y se dice que controla importantes empresas, habiéndose hecho con muchos negocios que antes eran propiedad de Al Bashir y su círculo íntimo.

Hemedti tiene sus propias fuentes de riqueza, incluida la minería ilegal de oro, algo que le conecta con Rusia, con fuerzas mercenarias del oscuro Grupo Wagner que supuestamente vigilan las minas de oro a cambio de exportaciones de oro a Rusia. Ahora Wagner supuestamente suministra misiles a la RSF.

Hemedti se había posicionado como partidario de los procesos de transición, una artimaña que le permitió disputar el poder al ejército. Al Burhan siempre fue una figura comprometida, que supuestamente dirigía la transición en Sudán al tiempo que defendía los amplios intereses del ejército.

Las propuestas de integración de las dos fuerzas parecen haber sido la gota que colmó el vaso, amenazando con erosionar la base de poder de Hemedti, convirtiendo esta lucha en algo existencial.

Fracaso internacional

Los Estados democráticos que apoyaron el plan de transición querían creer en él y básicamente esperaban lo mejor.

El interés propio nunca ha estado lejos de los cálculos de las fuerzas exteriores. En los últimos años, la financiación de la Unión Europea (UE) ha llegado indirectamente a RSF por su función de control fronterizo, ayudando a impedir que la gente se dirija a Europa. La preocupación de la UE por controlar la inmigración ha prevalecido sobre las preocupaciones por la democracia y los derechos humanos.

El gobierno egipcio, un actor influyente en Sudán, apoya directamente a Al Burhan: quiere que su modelo nacional de gobierno represivo a cargo de un hombre fuerte y militar se aplique en su vecino del sur.

Rusia apoya firmemente a Hemedti, mientras que Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos podrían no tener una preferencia clara entre los dos, siempre que el resultado no sea la democracia.

Lo que todos los enfoques adoptados tienen en común es que son en gran medida verticalistas, que confían en los líderes y no abordan las tensiones que condujeron a la violencia. Ahora, las limitaciones de este enfoque deberían ser evidentes.

El movimiento democrático de Sudán ha sido ignorado sistemáticamente.

Pero la gente no quiere que su futuro se reduzca a una triste elección entre dos señores de la guerra. Este conflicto debe poner fin a la idea de que cualquiera de los dos jefes militares puede liderar una transición a la democracia.

Los Estados democráticos deben exigir con más firmeza no sólo el fin del conflicto, sino también una verdadera transición dirigida por civiles. Esto debe ir acompañado de la rendición de cuentas por la violencia.

A partir de ahora, el mundo exterior debe escuchar y dejarse guiar por las voces de la sociedad civil sudanesa, para restaurar la paz y para instaurar la democracia.

Andrew Firmin es redactor jefe de Civicus, codirector y escritor de Civicus Lens y coautor del Informe sobre el Estado de la Sociedad Civil de la organización.

T: MF / ED: EG

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