RÍO DE JANEIRO – El mar, las playas y las ensenadas a un lado y los montes boscosos del otro componen el paraíso costero que une los estados de São Paulo y Río de Janeiro en el sudeste de Brasil. Pero una lluvia de 600 milímetros en menos de 24 horas lo convirtió en una trampa letal.
“La montaña se rompió y cayó sobre nosotros”, describió a los periodistas una pobladora de Villa Sahy, la comunidad de unos 3000 habitantes donde vivía la mayor parte de los 49 muertos confirmados hasta la mañana de este jueves 23 en el llamado Litoral Norte de São Paulo.
Torrentes de fango, arrastrando árboles, sepultaron o destruyeron decenas de casas, y probablemente parte de sus habitantes. Calles se convirtieron en ríos de lodo.
Los desaparecidos alcanzan 36 según los datos provisionales de la Defensa Civil, pero son probablemente muchos más, porque hay víctimas que llegaron de otros lados y no tienen familiares locales para notificar su ausencia. Los damnificados que perdieron o tuvieron que dejar sus casas suman 2500.
También conocida como Barra do Sahy, nombre del río que desemboca en su playa, la villa hace parte del municipio de São Sebastião, compuesto del centro y una decena de localidades playeras, con 91 000 habitantes fijos. En el carnaval, que como todos los años en Brasil se festejó entre el viernes 17 y el miércoles 22, el municipio esperaba medio millón de visitantes.
Lluvias de récord
Allí llovió 626 milímetros en las 24 horas anteriores a las 9:00 del domingo 19. Pero el récord tuvo lugar en la vecina Bertioga, con 680 milímetros, en las mediciones del Centro Nacional de Previsión y Monitoreo de Desastres Naturales (Cemaden).
Ese volumen de precipitación, nunca registrado en Brasil anteriormente, derrumbó parte de los cerros, árboles incluidos, sobre decenas de casas y unos 14 puntos de la carretera que cruza la zona costera desde Río de Janeiro a Santos, por 554 kilómetros entre el mar y los costados de la llamada Sierra del Mar.
Santos, ciudad de 434 000 habitantes a 80 kilómetros de São Paulo, tiene el principal puerto de Brasil.
La belleza natural de esa Costa Verde, tan atractiva como vulnerable a las frecuentes lluvias torrenciales, atrajo las familias ricas de Brasil que construyeron sus condominios y mansiones en las playas. Las personas que les prestan servicios domésticos y de otro tipo se instalaron en los alrededores vulnerables, al pie de las montañas.
De esa forma se multiplicó el riesgo de derrumbes en ese litoral privilegiado. El Cemaden alertó las autoridades locales, con dos días de anticipación, sobre la llegada de lluvias torrenciales con probables derrumbes en el Litoral Norte de São Paulo. Pero el aviso no desató la adopción de las medidas preventivas necesarias.
Se trata de una región vulnerable a la intensa pluviosidad, porque la evaporación del océano es bloqueada por la sierra y se precipita allí mismo, en la zona costera. Por eso el monitoreo es permanente.
Sistemas de alarmas para áreas de riesgo
Cemaden y el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, órgano oficial del censo y de estudios demográficos, identificaron 27 660 áreas de riesgo de derrumbes e inundaciones en una evaluación de los datos de todo el país, en 2018. En esas áreas vivían 8,27 millones de personas en 2,47 millones de viviendas.
Hoy el centro monitorea 1 038 de los 2 570 municipios brasileños que concentran mayores riesgos de desastres hídricos y estima que se elevó a más de diez millones la cantidad de brasileños amenazados por las aguas, dos millones de ellos bajo “alto riesgo”.
Es una tarea hercúlea en un país de 8,5 millones de kilómetros cuadrados, el quinto mayor en extensión del mundo y con 215 millones de habitantes.
En ese extenso territorio imperan las desigualdades, entre la pobreza de las regiones del Norte amazónico y del Nordeste semiárido en su mayor parte, y la riqueza concentrada en las regiones del Sudeste, donde se ubican São Paulo y Río de Janeiro, y en el Sur.
Cemaden, creado en 2011 tras los derrumbes que provocaron 918 muertes en Teresópolis, ciudad serrana de 185 000 habitantes a 100 kilómetros de Río de Janeiro, recomienda un sistema de sirenas y otros avisos a la población amenazada, para que dejen sus casas ante la inminencia de lluvias torrenciales.
En algunas grandes ciudades brasileñas, como Teresópolis y Petrópolis, otra ciudad serrana cercana a Río de Janeiro donde fuertes lluvias ocasionaron la muerte de 233 personas en febrero de 2022, instalaron sus sistemas de alarmas. Pero son excepciones, el Litoral Norte de São Paulo no cuenta con ese recurso que podría salvar vidas.
Carlos Nobre, el más conocido climatólogo de Brasil y fundador del Cemaden, desplegó una campaña personal por los medios de comunicación para promover esa medida preventiva, ya que exige largo tiempo la solución definitiva, reasentar la población amenazada en viviendas seguras.
Eventos extremos como el diluvio en São Sebastião se harán cada día más frecuentes debido al cambio climático, pero son previsibles en 90 % por los servicios meteorológicos y Cemaden, es decir su letalidad es evitable en la mayor parte, argumentó.
Cambio climático, más desastres
No es difícil comprender la causa de las lluvias más intensas. El recalentamiento del planeta provoca una mayor evaporación, especialmente en los océanos, y la mayor humedad en el aire resulta mayores precipitaciones.
Con el aumento de la temperatura planetaria en 1,5 grados centígrados en este siglo, si se cumple el acuerdo mundial de Paris, de 2015, será inevitable una mayor cantidad de tales eventos extremos y con más intensidad, advirtió Nobre.
Eso exige mecanismos para mitigar sus daños, incluso porque la ausencia de acciones efectivas para reducir la emisión de los gases invernadero apunta al incumplimiento de la meta.
Brasil sufrió en los últimos años una sucesión de catástrofes por exceso de lluvias. En diciembre de 2021 la crecida de los ríos inundó 165 ciudades en el sur del estado de Bahía, en el Nordeste brasileño, desalojó temporalmente a 850 000 personas y dejó al menos 26 víctimas mortales.
Las precipitaciones se extendieron al vecino estado de Minas Gerais, en el centro del país, donde se prolongaron hasta mediados de febrero siguiente. Puso en estado de emergencia a 422 municipios y provocó la misma cantidad de muertes, 26, pero desalojó menos personas, cerca de 65 000.
También le pueden interesar:
Metrópolis cosechan inundaciones en Brasil tras sepultar sus ríos
Cuidar el agua donde la minería crea riquezas y tragedias en Brasil
Inundaciones fomentan soluciones urbanas en metrópoli brasileña
Luego, en mayo y junio de 2022, fue la vez de Recife, capital del estado de Pernambuco, con 1,6 millones de habitantes, también en el nordeste del país. Inundaciones y derrumbes en esa capital y ciudades cercanas provocaron 132 muertes.
Mientras, el extremo sur de Brasil sufre hace tres años una sequía en más de mitad de sus 497 municipios, con severas pérdidas agrícolas.
Parte de ese desequilibrio se atribuye al fenómeno de La Niña, que empezó en fines de 2021 y baja la temperatura de las aguas del Pacífico ecuatorial. La consecuencia es justamente el incremento de las lluvias en las regiones Norte y Nordeste de Brasil, con su reducción en la del Sur.
De todas formas, los desastres climáticos relacionados a las lluvias se hicieron usuales en un Brasil que celebra ausencias de terremotos, huracanes y volcanes. La lucha ahora es reducir las muertes y poner en marcha políticas públicas para reparar las pérdidas materiales y sufrimientos, que afectan principalmente las capas pobres de la población.
ED: EG