Para las mujeres bolivianas, el agua es fuente de vida… y de desigualdades persistentes

Este es un artículo de opinión de Sarah Botton, socióloga a cargo de investigación en la Agencia Francesa de Desarrollo, Patricia Urquieta, investigadora en urbanismo de la boliviana Universidad Mayor de San Andrés, y de Ximena Escobar, investigadora asociada de la misma universidad.

Mujeres utilizan un lavadero comunitario para hacer la colada durante la emergencia por sequía que decretó el gobierno de Bolivia en 2017. Foto: EsGlobal

LA PAZ – En 2016, una gran crisis de agua afectó a la ciudad de La Paz, la capital política de Bolivia, dejando 94 barrios sin servicio durante varias semanas. Este acontecimiento arrojó luz sobre los retos a los que se enfrenta el país para abastecer a su población urbana, en constante expansión.

Lejos de ser una carga uniforme para los habitantes, las dificultades de acceso al agua afectan especialmente a la vida de las mujeres bolivianas. Así lo muestra la vida cotidiana de Eva Condori, documentada en 2020 en el marco del proyecto de investigación Desigualdades en el acceso a los servicios urbanos de agua en La Paz y El Alto, Bolivia.

La joven nació en Sud Yungas, ecorregión subtropical del departamento de La Paz caracterizada por un clima húmedo, caluroso y con abundante precipitación. La vivienda familiar de Eva en Los Yungas tenía una pileta de agua proveniente de un pozo que abastecía a toda la comunidad. Cuando no llegaba el agua, ella tenía la responsabilidad de acarrearla desde el pozo.

Como muchas otras mujeres jóvenes bolivianas, migró a los 19 años a la ciudad de El Alto con el propósito de estudiar y trabajar. El municipio de El Alto está ubicado en el departamento de La Paz. Es una de las principales ciudades del país por su intensa actividad comercial y de provisión de servicios, por ser un nodo para el transporte y la conexión vial y porque unida a la ciudad de La Paz forma el área metropolitana más grande del país.

El caso de Eva es muy común. La falta de oportunidades y, sobre todo, de acceso a la educación empuja a las familias de las zonas rurales desfavorecidas a enviar a la ciudad a sus hijos e hijas adolescentes, en muchos casos incluso cuando son niños/as. Su destino al llegar a la ciudad, debido al precio del suelo, generalmente es una zona periurbana alejada, sin servicio de agua.

El agua, primero al hijo mayor y al padre de familia

Eva y su familia vivieron de alquiler en El Alto hasta que un día avisaron a su mamá de que estaban urbanizando terrenos en otro sector. Y, aunque estaba lejos y no contaba con servicios de agua ni de luz, decidieron adquirir una parcela pagando a plazos. La construcción de la vivienda necesitó gran cantidad de agua, de modo que, para rebajar costos por la compra de agua del camión cisterna, recurrieron a recuperar el agua de lluvia.

Cuando llegaron a vivir al sector Señor de Mayo I del Distrito 8 de la ciudad de El Alto había pocas viviendas, todas ellas sin agua ni luz. Durante cinco años su forma de abastecimiento fue el camión cisterna, método caro y que requirió una fuerte inversión de tiempo para Eva. La joven organizaba sus días de doble jornada de trabajo en torno a múltiples actividades: cuidar a sus hijos, lavar, cocinar, coser y conseguir y administrar el agua.

En situaciones como esta, en que se paga mucho por el agua, hay una priorización de su uso y reciclado o reutilización. En el entendido que el aseo es muy importante para ir a la escuela y al trabajo, el hijo varón mayor y el esposo tienen prioridad. Las hijas y la madre utilizan el agua una vez que el resto de la familia ya dispuso de ella.

Eva, gestora del agua para la familia

Así, la responsabilidad de la gestión del agua –buscar, acarrear, recoger, ahorrar, reciclar– no es desconocida para Eva. También lo hizo de niña y adolescente en su comunidad de origen.

El trabajo de costura lo realiza en diferentes momentos: temprano en la mañana de 6 a 11, luego le toca cocinar, dar de comer a sus hijos e hija y despachar al mayor a la escuela por la tarde; retoma la costura “hasta las seis sin parar”. Después, añade, “les hago la comida hasta las ocho, a esa hora nuevamente comienzo hasta las 10 para avanzar un poco más”.

Eva tiene tres hijos, el mayor de 9 años, una niña de 4 años y un niño de 1 año y medio. Con hijos tan pequeños la necesidad de contar con agua es mayor, se los debe bañar e hidratar con mayor frecuencia, lo mismo que lavar su ropa diariamente porque juegan y se ensucian.

Si Eva recibe la visita de sus hermanos, se preocupa, porque necesitará más agua de la que normalmente utiliza. En muchas ocasiones debe comprar más y le falta dinero. A veces recurre al crédito del aguador: “Como me conocía, me dejaba”. Eva nos cuenta sus intercambios: “Por favor, no tengo, voy a terminar pronto una prenda de costura y te lo pago”, le decía. El aguador aceptaba: “Me lo suele conceder”.

El agua de las cisternas, un problema de salud

Abastecerse de agua por el camión cisterna significa una inversión de tiempo, dinero y posiblemente un coste para la salud de los niños y niñas. Para evitar lo último, Eva lava continuamente los turriles y el tanque donde recibe el agua del camión cisterna: “Una vez hijo mi mayor enfermó con una infección, y por eso lavo”.

Según su relato, el agua que acarrea el camión cisterna es de dudosa procedencia, de un color turbio, un olor desagradable y a veces contiene partículas de basura. Para recibir el agua, Eva cubre el turril con una malla milimétrica, de esta forma las basuras se quedan en la malla. Esta técnica también la aplica cuando recoge agua de lluvia que cae del techo a sus turriles.

Eva y la mayoría de las mujeres del sector deben estar pendientes del camión cisterna todo el día, porque no tiene un horario fijo. En ciertas épocas de sequía, el agua es todavía más escasa: “A veces no venía, teníamos que llamarle”, cuenta la joven. “Íbamos a esperarle allí abajo, nos decía desde lejos ‘paso, paso’, y, de hecho, salía a toda velocidad”.

El siguiente paso: nueve meses antes de instalar las conexiones individuales de los hogares al agua corriente, el operador local EPSAS instaló una toma de agua colectiva en el barrio.

Los residentes, incluidos Eva y su familia, pudieron obtener agua de la red, pero con un servicio muy deficiente. La pila pública solo funcionaba entre las 11 de la noche y las 5 de la mañana, cuando había suficiente presión, por lo que los vecinos necesitaban organizarse entre ellos. Por lo tanto, el problema se resolvió solo parcialmente.

El agua en el hogar, una revolución inconclusa

Eva está feliz por disponer de agua en la vivienda después de cinco años. Sus hijos pueden beber agua y bañarse en cualquier momento, tienen la libertad de jugar y ensuciar su ropa.

Sin embargo, aunque la organización de su tiempo ya no gira en torno a la búsqueda del agua, este sigue comprometido. Paradójicamente, al tener mayor acceso al agua, sus actividades domésticas se han multiplicado. Ahora lava, cocina y limpia con mayor frecuencia.

Con agua en casa, la joven boliviana pretende dedicarle más horas a su trabajo de costura, pero no menciona la posibilidad de retomar sus estudios, uno de los motivos por los que migró a la ciudad de El Alto. Hoy tiene 29 años.

En definitiva, el problema del acceso a los servicios de agua en Bolivia, junto con la perpetuación de los roles domésticos, demuestra que, independientemente del contexto en el que vivan –ya sea en comunidades rurales o en zonas periurbanas-, las mujeres heredan la responsabilidad de proveer de agua a sus familias.

Y, cuando por fin tienen acceso a este servicio en el hogar, su papel doméstico no se pierde sino que se intensifica. Sus aspiraciones se siguen posponiendo, ya que quedan en suspenso mientras se instalan, y acaban por diluirse cuando su vida familiar se estabiliza.

Desigualdades de género que persisten a través de las generaciones

Esta situación de desigualdad entre mujeres y hombres se repite de generación en generación. En su libro de 1998, el sociólogo estadounidense Charles Tilly describe las desigualdades persistentes como aquellas “que perduran a lo largo de una carrera, una vida o la historia de una organización y que se manifiestan u operan en los pares categóricos varón/mujer, aristócrata/plebeyo, ciudadano/extranjero”.

Esta noción de persistencia desarrollada por Tilly se ilustra aquí con el ejemplo de Eva. Nos permite comprender mejor lo que está en juego para las mujeres con el acceso a los servicios de agua, una cuestión que resuena fuertemente con el enfoque de la interseccionalidad.

Manifestación por los derechos de las mujeres en Bolivia. Video: Euronews

En definitiva, el agua actúa como reveladora de las desigualdades persistentes a lo largo de la vida de las mujeres. Así lo demuestra la observación de las rutinas diarias de recogida y uso del agua por parte de Eva en particular y de las mujeres bolivianas en general.


Artículo publicado en colaboración con Ideas4Development, un blog de la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD).

Este texto ha sido extraído del relato de la experiencia de una de las mujeres entrevistadas durante las encuestas de campo del proyecto de investigación Desigualdades en los servicios urbanos de agua en La Paz-El Alto, Bolivia, dirigido por CIDES-UMSA, coordinado por la AFD y financiado por el Servicio de Investigación sobre la Desigualdad de la Unión Europea.


 

Este artículo se publicó originalmente en The Conversation

RV: EG

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