VIGO, España – La temperatura es la propiedad ambiental con mayor influencia en la biología de los organismos y, en consecuencia, en la forma en la que estos interactúan entre sí y con el medio que les rodea. Ella determina la velocidad a la que ocurren las reacciones químicas del metabolismo y, de esta forma, rige el tempo de procesos vitales como el crecimiento, la fecundidad o la reproducción.
Podría decirse que la vida en la Tierra se comporta de la misma manera que una olla en el fogón: a mayor temperatura, todo ocurre más rápido.
En los ambientes acuáticos, además de esta relación directa entre temperatura y biología, la temperatura del agua determina otras propiedades físicas del medio como la cantidad de oxígeno disuelto (fundamental para la respiración de los organismos) y la capacidad de absorción del CO₂ atmosférico (clave en el control del efecto invernadero y de la acidez de los océanos).
Si juntamos las piezas de este puzle y nos centramos en los océanos, es de esperar que un aumento de la temperatura del agua acelere el metabolismo de los organismos. Aumentaría su respiración y, por tanto, su demanda de oxígeno (elemento que será cada vez más escaso en su medio).
No parece una situación ideal, desde luego. Aunque sabemos que unas especies resistirán mejor los impactos del cambio climático, otras (más vulnerables) verán sus poblaciones mermadas pudiendo llegar a extinguirse.
Proyecciones para saber qué pasará en el futuro
Ante este panorama, y para estudiar de forma pautada las consecuencias globales futuras del calentamiento del planeta, los científicos trabajan con escenarios predefinidos de futuro, conocidos como escenarios RCP.
Basados en potenciales patrones de emisión de gases de efecto invernadero, estos escenarios predicen que la temperatura media de los océanos aumentará entre 0,8 y 3,1℃ a finales del siglo XXI.
Considerando estos rangos de temperatura, los científicos tratan de predecir cuál será la respuesta de los ecosistemas a las condiciones ambientales futuras a través de experimentos en los que las especies marinas son sometidas a esos niveles de temperatura.
Los resultados de estos estudios de laboratorio y las observaciones in situ de condiciones ambientales apuntan ya a que estaríamos acercándonos a los rangos fisiológicos tolerables por las especies de zonas tropicales. Por tanto, el límite de habitabilidad de estas regiones podría estar más próximo de lo que pensábamos.
Las especies huyen de los trópicos
En abril, un estudio publicado en la prestigiosa revista PNAS constató que la respuesta de los organismos marinos de zonas tropicales al calentamiento global lleva en marcha al menos unas décadas.
El trabajo comprobó que entre 1955 y 2015 ha habido un desplazamiento general de especies marinas desde la zona ecuatorial hacia los polos (zonas más templadas de mayores latitudes).
Este patrón de abandono de las zonas tropicales, calculado usando datos de unas 50 000 especies marinas, podría ser de tal dimensión que estas regiones estarían dejando de ser los lugares del planeta con mayor biodiversidad.
Y no solo eso, parece ser que el número de especies desplazadas aumenta década tras década, acelerando la “huida” de especies tropicales.
Fenómenos así no son nuevos en la historia de la Tierra. Los científicos ya han observado este tipo de patrones en el registro fósil coincidiendo con periodos de calentamiento global en el pasado.
Lo novedoso (y más preocupante) de la situación actual es la velocidad a la que todo está pasando. Este estudio sería la primera evidencia científica a gran escala del abandono generalizado de especies de las zonas tropicales por culpa del calentamiento global de forma abrupta y acelerada.
Efectos también para los humanos
Si esta tendencia continúa, el impacto de la desaparición de la biodiversidad tropical será incalculable para la humanidad.
En las zonas tropicales (donde se estima que vive 85 % de la población humana más pobre del planeta) se ha estimado que la pesca podría caer 40 % hacia 2050 en relación a los valores del año 2000 debido al cambio climático. Esto supondría un riesgo para la seguridad alimentaria y los ingresos provenientes del turismo en estas zonas.
Además, se estima que el aumento de la temperatura húmeda (medida en condiciones de humedad máxima) terrestre por encima del límite fisiológico soportable por los humanos (35℃) dificultará la supervivencia de las sociedades en estas áreas y desencadenará migraciones climáticas cuyas consecuencias a nivel geopolítico son aún difíciles de predecir.
Ante esta perspectiva, y en vista de la insuficiente ralentización de las causas que favorecen el cambio climático, la comunidad científica se centra ahora en la búsqueda de opciones de mitigación y adaptación a las consecuencias del cambio climático en la pesca.
Estas medidas –que no son exclusivas de las pesquerías tropicales porque el desplazamiento de stocks pesqueros hacia los polos es global– tienen sus pilares principales en la capacidad organizativa de las comunidades humanas e instituciones, y en el aprovechamiento del conocimiento científico y local.
Cumplir los acuerdos internacionales que establecen el límite del calentamiento global del planeta en 1,5℃ para el siglo XXI (Acuerdo de París, 2015) es, a día de hoy, la única medida paliativa que podría frenar esta tendencia catastrófica. Si bien todo parece indicar que llegaremos tarde a esta meta, no todo estará perdido si se reactiva la voluntad política.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
RV: EG