Un movimiento de indígenas y otros agricultores guatemaltecos se emplea a fondo en reforestar tierras degradadas y mejorar prácticas agrícolas, para contribuir a “sanar los pulmones de la Tierra”, con auspicio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Se trata de unas 40 comunidades y asociaciones de agricultores, 90 por ciento de los cuales son indígenas y cuya suma comprende unas 200 000 personas, reunidas en la Asociación de Forestería Comunitaria Utz Che (“árbol bueno” en lengua quiché).
Las tareas centrales de Utz Che son la protección de unas 74 000 hectáreas de bosque en las montañas de Guatemala, capacitar a miles de familias en mejores prácticas agrícolas, y reclutar voluntarios para plantar árboles en zonas degradadas de este país de 108 889 kilómetros cuadrados y 17,2 millones de habitantes.
“Los bosques se están agotando y sin el trabajo de las comunidades indígenas el planeta puede perder su vida”, dijo Balvina Soledad Jutzutz, portavoz de Utz Che, y la expresidenta de la asociación, Paulina Par, acuñó la frase “somos parte de los pulmones del país, de la Tierra”.
Más allá de la protección y replantación de bosques, Utz Che facilita el intercambio de conocimientos y el aprendizaje entre sus miembros, cuyos enfoques tradicionales de tenencia de la tierra proporcionan medios de vida sostenibles y prósperos para las 33 000 familias de la red.
Los agricultores indígenas capacitan a sus pares en el conocimiento ecológico maya y las prácticas agrícolas tradicionales, y se complementan con talleres de agricultura ecológica para proteger las cuencas hidrográficas.
También hay empleo de nuevas tecnologías: con uso de drones, las comunidades han podido modernizar el manejo forestal y capturar información sobre la salud de las plantas, que de otro modo sería inalcanzable, y monitorean incendios forestales o la presencia de plagas como el gorgojo del pino.
Para reforestación se han separado casi 2500 hectáreas de tierra y se han plantado más de 30 000 árboles en tierras de cultivo. Solo en 2020, Utz Che plantó unos 60 000 árboles en el departamento de Totonicapán, en el centro-oeste de Guatemala.
Utz Che asumió que cuidar la foresta equivale a proteger la salud, el sustento y el agua, ya que los bosques son acuíferos importantes. Sus prácticas orgánicas contrastan con la dependencia de pesticidas de la agricultura a gran escala que opera en las cercanías y amenaza la salud de las comunidades.
Grupos indígenas integrados al proyecto sufrieron desplazamientos, asesinatos y otras formas de represión durante los conflictos civiles que asolaron este país centroamericano entre 1960 y 1996, y ahora deben encarar la amenaza de las empresas mineras y madereras sobre los bosques de su entorno.
Incluso tratan de aprovecharse del trabajo de la asociación, pues como dijo Rodolfo Pérez Santiago, uno de sus integrantes, “personas que no tienen nada que ver con el bosque que hemos plantado aquí ahora vienen a quitarlo”.
Utz Che utiliza la autogestión y procesos democráticos y equitativos en todas las actividades de promoción, adaptándose a las necesidades de los diferentes pueblos indígenas y comunidades locales. La dirige una asamblea, que incluye un Consejo de Mujeres para influir la política y decisiones de la organización.
En 2020, Utz Che recibió el Premio Ecuatorial del PNUD por su trabajo de conservación, liderado por la comunidad y a través de soluciones basadas en la naturaleza.
Jutzutz dijo que “no basta con admirar y disfrutar de los bosques. Los Estados deben comprometerse a incluir a las comunidades y poblaciones en las agendas y políticas, reconociendo y haciendo cumplir sus propias formas de organización y gobernanza, sin alterar ni dañar sus formas y modos de vida”.
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