Las mujeres, vencedoras en las últimas elecciones de las Américas

El virtual presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante una de sus comparecencias poselectorales, junto a Kamala Harris, que sería la primera vicepresidenta de Estados Unidos y que se considera clave en la determinante y mayoritaria votación femenina a la fórmula demócrata. Foto: @joebiden

Bolivia tiene ahora el Senado más femenino del mundo. Chile vivirá la experiencia inédita de una convención constituyente con paridad de género. En Estados Unidos las mujeres decidieron la virtual derrota del presidente Donald Trump, que tendrá variados efectos en América Latina.

Los últimos actos electorales en el continente americano reflejaron el ascenso de las mujeres como actoras decisivas y de creciente protagonismo en la política, cuya movilización tiende a crecer en la resistencia a gobiernos ultraconservadores que imponen retrocesos en la vida social y política.

El triunfo del demócrata Joe Biden se debió a una mayoría de 56 por ciento en las intenciones de voto femenino recogidas en una encuesta de boca de urna del instituto Edison Research para un consorcio de medios periodísticos estadounidenses, contra 43 por ciento a favor de Trump. Entre los varones, fue casi parejo, 48 y 49 por ciento, respectivamente.

Encuestas anteriores de otros institutos ya apuntaban una discrepancia similar entre hombres y mujeres en la evaluación del cuatrienio de Trump.

El voto femenino y el voto en general para Biden se subraya que se reforzó gracias a Kamala Harris, que sería la primera vicepresidenta de Estados Unidos, además de un símbolo de la diversidad étnica y el empoderamiento femenino. Es afroamericana con ascendencia india y se destacó como fiscal, senadora y participante en el movimiento #MeToo.

Por su capacidad de liderazgo y su carisma ya se la apunta como posible candidata a presidenta en 2024 desde antes que termine el agónico recuento de los votos de 2020.

Las elecciones del 18 de octubre en Bolivia compusieron un Senado con una mayoría femenina de 55, 5 por ciento, 20 en un total de 36 bancas. En la Cámara de Diputados esa participación baja a 47 por ciento, o sea 62 diputadas entre los 130 escaños.

Bolivia ya era uno de los tres países del mundo con más mujeres en sus parlamentos, junto con Ruanda y Cuba, según la Unión Parlamentaria Internacional. En 2014 había incluso elegido más diputadas que ahora, 69, o 53,1 por ciento del total, pero solo senadores.

En Chile, el plebiscito del 25 de octubre decidió que el país tendrá una nueva Constitución elaborada por una convención en que mitad de sus miembros será femenina, sorpresa en un continente marcado por el poder masculino.

Los 155 representantes serán elegidos el 11 de abril de 2021 con la meta de concluir sus labores en nueve a 12 meses, para sustituir la Constitución heredada de la dictadura militar del general Augusto Pinochet, impuesta al país en 1980 y mantenida durante las tres décadas de redemocratización, aunque con paulatinas enmiendas.

Chile está lejos de los países latinoamericanos con más de 40 por ciento de participación de las mujeres en el Poder Legislativo, como México, Costa Rica y Argentina. Se limita a 22,6 por ciento, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Las políticas bolivianas dominarán el Senado en la próxima legislatura, que será la cámara legislativa con más presencia femenina del mundo. En la imagen, legisladoras bolivianas durante la apertura de la anterior legislatura hace un año. Foto: Cortesía de la Coordinadora de la Mujer
Las políticas bolivianas dominarán el Senado en la próxima legislatura, que será la cámara legislativa con más presencia femenina del mundo. En la imagen, legisladoras bolivianas durante la apertura de la anterior legislatura hace un año. Foto: Cortesía de la Coordinadora de la Mujer

Pero las mujeres chilenas conquistaron su protagonismo en las protestas que desde octubre de 2019 pusieron en jaque las herencias dictatoriales y estremecieron el gobierno del conservador presidente Sebastián Piñera.

Emocionó el mundo la presentación del colectivo feminista #LasTesis que combate la violencia machista coreando el himno “el violador eres tú”.

La violencia y la inequidad de género, los feminicidios, nuevas restricciones a los derechos sexuales y reproductivos conquistados en las últimas décadas, la pobreza y la inseguridad fomentaron la acción política femenina por todas partes.

En Estados Unidos desde 2017 el movimiento #MeToo agita el país a partir de las denuncias sobre acoso sexual de gran repercusión. Las elecciones parlamentarias de 2018 registraron un record de representantes elegidas y elevaron a 23,7 por ciento la participación femenina en el Congreso, sumando las dos Cámaras.

La ampliación de la diversidad étnica y social, no solo de género, es otra tendencia Aparecieron las primeras legisladoras musulmanas e indígenas, aumentaron las de origen árabe y latinoamericana.

Casi todas afiliadas al Partido Demócrata, que se hizo más femenino, en contraste con el Republicano, caminos que prenunciaban el resultado de la disputa actual, al nutrir el rechazo a Trump, caracterizado como misógino.

En Brasil, uno de los países con menor representación femenina, solo 15 por ciento en el legislativo Congreso Nacional, el ascenso del presidente Jair Bolsonaro, de extrema derecha y discípulo de Trump, también activó el movimiento feminista.

Una campaña nacional bautizada #Elenão (#Élno) movilizó multitudes en un intento de impedir el triunfo de Bolsonaro en octubre 2018, sin éxito. El movimiento se replegó, pero parece latente y puede reactivarse ante las medidas retrógradas del actual gobierno, como impedir los abortos legales, en casos de violación o riesgo de muerte de la madre.

El cambio del poder en Washington tendrá, probablemente, su mayor impacto en Brasil, ante las “relaciones carnales” (expresión adoptada por el expresidente argentino Carlos Menem en los años 1990), que vinculan Bolsonaro a Trump.

La ola conservadora que es mundial seguirá, coinciden los analistas, pero no será lo mismo sin la influencia de la Casa Blanca, más aún porque América Latina parece vivir una nueva fase, de recuperación de las fuerzas progresistas o dichos de izquierda.

Los triunfos electorales en México, Argentina y Bolivia, además de los avances chilenos hacia una nueva Constitución y protestas populares en países hace tiempo dominados por la derecha, como Colombia, no apuntan al crecimiento de la extrema derecha.

El gobierno brasileño profundiza su aislamiento regional y mundial. Dejará de disponer del aliado más poderoso para enfrentar el mundo con su política antiambiental, bajo fuertes presiones internacionales, especialmente debido a la deforestación en la Amazonia.

Biden ya anunció su reincorporación inmediata al Acuerdo de París, el esfuerzo mundial contra la emergencia climática y un aporte de 20 000 millones de dólares para la conservación amazónica, iniciativa de difícil acuerdo con Bolsonaro y sus generales, que siempre acusan intenciones coloniales en la preocupación extranjera por la Amazonia brasileña.

En temas económicos no se esperan grandes novedades. En Brasilia se evalúa que mejor para Brasil es un gobierno de Biden sin mayoría en el Senado, que parece que seguiría bajo control republicano, aunque debilitado, situación que obstaculizaría alteraciones mayores en la economía y el comercio estadounidenses.

La principal consecuencia para Brasil, sin embargo, con reflejos en América Latina, seria política y en derechos humanos. La derrocada del gran líder del Norte debe contener las tentaciones autoritarias de Bolsonaro, que tiene como referencia el “Brasil Grande” de la dictadura militar (1964-1985) y su guerra al comunismo.

Las luchas femeninas podrán quizás ampliarse sin el riesgo de las agresiones y muertes que ya obligaron al exilio a muchas activistas y se agravan por estímulos de gobiernos extremistas.

Para América Latina una política sin el anticomunismo retrógrado y poco eficaz tenderá a evitar las confrontaciones con gobiernos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela, sin que eso signifique que Washington deje de promover la democratización en esos países, aunque con menos estridencias.

De esa forma se despejarán piedras en la convivencia regional, estimulando la cooperación y la integración olvidadas en los últimos años.

ED: EG

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