El viento que sopla desde la costa se cuela por las puertas y ventanas abiertas de las humildes casas del barrio rural de Las Caobas, en el este de Cuba, donde sus habitantes dependen de una agricultura en condiciones climáticas adversas.
Como banderolas, las cortinas a flores se agitan dentro de algunas viviendas, la mayoría de madera o ladrillos al descubierto con techos ligeros. Una chica transporta hierba en un carro a caballo y se tapa los ojos por la nube de polvo que provoca el paso de un automóvil por el único camino, sin pavimentar, del lugar, donde el Estado anunció la construcción de una carretera que no termina de llegar.
En esta comunidad del municipio de Gibara, de 71.000 habitantes, vive Maité Sarmiento, que guarda en el cobertizo botellas con jalea de mango. “En 2007, aprendí a hacer conservas y hoy abastecemos el hogar y vendemos en la ciudad”, explicó a IPS en la finca familiar Soledad III, de 3,3 hectáreas.
“Este año no se pudo hacer puré (pulpa en conserva) porque el tomate salió malo por las plagas”, lamentó Joel Fernández, que el esposo de Sarmiento y dueño de la finca asociada a la Cooperativa de Créditos y Servicio Abel Santamaría, que suma 514 hectáreas entre sus 137 integrantes, de las cuales apenas 160 son cultivables.
Con su familia arraigada en el lugar y productor desde los 17 años, Fernández describió que este “es un lugar seco, el agua disponible para riego no es buena de acuerdo con los análisis realizados, aplicamos hasta 60 por ciento de materia orgánica por encima de la media del país y las plagas han aumentado y son más agresivas”.
El cambio climático resulta cada vez más un riesgo evidente para el sector productivo de este país insular caribeño, en especial las pequeñas fincas establecidas en lugares vulnerables como Las Caobas.
Aquí, las familias campesinas tienen la tradición, en parte por necesidad, de producir ecológicamente, con prácticas como mejorar los pedregosos suelos con toneladas de estiércol y acopiar agua en cavernas subterráneas naturales.
“Antes sembrábamos maíz y había que fumigar, si acaso, una vez”, ejemplificó Fernández. “Ahora hay que fumigar tres o cuatro veces. Usamos productos ecológicos para las plagas, pero en otras ocasiones hay que recurrir a químicos, que están escasos y caros”, describió sobre la finca que cosecha pequeños volúmenes de vegetales y frutas.
Pese a todos los esfuerzos, reconoció que “en los últimos cinco años hemos perdido varias producciones, ha sido un desastre”.
“Gracias al Proyecto de Innovación Agropecuaria Local (PIAL) aprendimos a probar y comparar, buscar nuevas semillas y diversificarnos”, explicó Fernández.
El agricultor se refiere a una iniciativa que comenzó en 2000, gracias al esfuerzo conjunto de entidades cubanas con la cooperación internacional, sobre todo de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, que hoy llega a 75 de los 168 municipios cubanos con propuestas de innovación y empoderamiento de jóvenes y mujeres.
“Muchos productores están conscientes de que es real la situación del cambio climático”, compartió la agrónoma Miriam Rojas, sentada en la sala del hogar de la familia de Fernández y Sarmiento. Ella brinda asistencia científico-técnica a las 79 entidades productivas de Gibara, de las cuales siete cooperativas integran el PIAL.
“Pero resulta más lento el proceso de conversión y concientización de los productores, que el impacto del cambio climático”, valoró la especialista en extensión agraria, que ayuda a aplicar los conocimientos técnicos a los productores. “Debemos desarrollar una labor más fuerte”, propuso.
Investigaciones cubanas señalan que las variabilidades del clima como las cada vez más frecuentes y severas sequías y el aumento de la temperatura mínima del aire y del nivel del mar, presionan al sector productivo.
El estudio “Propuesta de medidas de adaptación al Cambio Climático en el sector agropecuario local en Cuba”, publicado en 2017 en la revista Ingeniería Agrícola, identifica nueve medidas como reforestación, conservación de suelos, modernizar las tecnologías de riego, cultivares más tolerantes y enfrentar las plagas con bioproductos.
“El tema ambiental juega un papel importante”, sostuvo el ingeniero en mecanización agropecuaria Norge Díaz, que coordina el PIAL en la provincia de Holguín, donde se sitúa Gibara. “A los productores hay que hablarles de diversidad, porque si falla algo, se continúa con otro cultivo y la economía de la casa no decae”, apuntó.
Justamente, el PIAL es pionero en organizar las llamadas Ferias de la Diversidad, donde las y los productores se reúnen para intercambiar semillas, experiencias y otras mercancías más elaboradas como los alimentos en conservas y artesanías, de modo que la familia campesina tenga ingresos sostenibles.
“Tenemos varias experiencias en adaptabilidad al cambio climático, manejo integrado de cultivos y el trabajo con las fincas agroecológicas, entre otras”, continuó Díaz, sobre el proyecto que en Holguín llega a 25 cooperativas de siete municipios. “Y estamos haciendo sinergia con las acciones de la Tarea Vida”, amplió.
Tarea Vida es el nombre más conocido del primer plan del Estado cubano para afrontar el cambio climático, que fue aprobado por el gobierno en 2017 y establece medidas a corto, mediano y largo plazo, con especial énfasis en las zonas costeras del archipiélago.
Semillas de cebollín (Allium schoenoprasum) se secan al sol sobre los techos de la vivienda y otras precarias instalaciones de la finca El Mirador, también en Las Caobas, donde los sembradíos reverdecen a pesar de la sequía gracias a la dedicación y experiencia del productor Alexis Bauta, que junto a sus dos hermanos trabaja una parcela de 8,5 hectáreas de tierra.
“Los campesinos tenemos que buscarle alternativas a esta situación de la sequía, y el cambio climático en general, con cultivos que sean de ciclo corto, aplicar mucha materia orgánica para no erosionar el suelo, poner barreras vivas y muertas para minimizar los daños al suelo”, propuso el campesino, que preside la cooperativa Abel Santamaría.[related_articles]
Con una fuerte brisa proveniente del mar donde termina la finca, Bauta detalló a IPS que apuestan por el plátano (banano para cocinar) para sembrar “por ser más resistente a la sequía, pero no a gran escala”, junto a yuca, boniato (batata), frijol, pepino y ajíes, que en conjunto suman en el año hasta 12 toneladas de cosecha.
“Las autoridades deben apoyar más al campesino, con recursos y capacitación, ya que cada año es más difícil lograr las cosechas”, agregó Bauta, que identifica otras limitantes como la ausencia o pésimo estado de las carreteras y acceso a medios de transporte.
Economistas consultados por IPS señalan que el sector agropecuario cubano debe considerar cada vez más los riesgos ambientales en su planificación, sobre todo los pequeños productores. Junto a las medidas de adaptación, recomiendan mejorar otros mecanismos existentes como el aseguramiento de ganado y cosechas.
Las cooperativas gestionan 67 por ciento de las tierras cultivables en Cuba y logran 80 por ciento de la producción de leche, tubérculos, hortalizas, maíz, frijol y frutales, en un país donde todavía se importa cada año hasta 70 por ciento de los alimentos para la población de 11,2 millones de habitantes.
Edición: Estrella Gutiérrez