Mientras ordeña su vaca, el salvadoreño Gilberto Gómez lamenta que las malas cosechas, por exceso de lluvia o de sequía, prácticamente forzaron a sus tres hijos a abandonar el país y emprender el riesgoso viaje, como indocumentados, a Estados Unidos.
Gómez, de 67 años, vive en La Colmena, en el municipio de Candelaria de la Frontera, en el occidental departamento de Santa Ana.
El pequeño caserío está ubicado en el llamado Corredor Seco de Centroamérica, una vasta área que atraviesa buena parte del istmo, pero sobre todo golpea con su clima extremo las cosechas en Guatemala, Honduras y El Salvador.
“Eso los fue decepcionando, al ver que casi cada año perdíamos buena parte de las cosechas, y decidieron que tenían que irse”, comentó Gómez a IPS, mientras desamarraba las patas traseras de la vaca, al terminar su ordeño.
Narró que su hijo mayor, Santos Giovanni, por ejemplo, trabajaba sembrando también maíz y frijoles, en una parcela de la misma extensión que la suya, “pero a veces no sacaba nada, ya sea porque llovía mucho, o a veces por una sequía que no dejaba prosperar los cultivos”.
El año en que sus hijos partieron, en 2015, Santos Giovanni perdió dos tercios de la cosecha por una sequía en un periodo inusual.
“Así no se puede”, lamentó, Gómez, que ha visto como en La Colmena parte de la quincena de familias del caserío ha quedado diezmada por la migración por problemas parecidos a los de su hijo.
El Corredor Seco, en particular en esas tres naciones, ha experimentado las sequias más graves de estos últimos 10 años, dejando a más de 3,5 millones de personas necesitando asistencia humanitaria, advertía ya en 2016 un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO).
Ahora la hija de Gómez, Ana Elsa, de 28 años; sus dos hijos, Santos Giovanni, de 31 años, y Luis Armando, de 17, todos de apellido Gómez, viven en la ciudad estadounidense de Los Ángeles.
“A veces nos llaman, y nos dicen que están bien, tienen empleo”, sostuvo.
El caso de la familia Gómez ejemplifica el fenómeno de la migración y su vínculo con el cambio climático y su impacto en las cosechas, y con ello, en la inseguridad alimentaria en las familias campesinas centroamericanas.
La Colmena, que carece de servicio de agua por cañería y luz eléctrica, se benefició hace algunos años con un proyecto para colectar agua lluvia, que los pobladores filtran para beberla, así como de reservorios para abrevar el ganado.
Sin embargo, sus cultivos aún se encuentran vulnerables ante la embestida del clima, con lluvias prolongadas y sequías, cada vez más imprevisibles e intensas.
Además de la violencia y la situación económica, el cambio climático es la tercera causa que está generando el éxodo de centroamericanos, sobre todo de Guatemala, Honduras y El Salvador, según el nuevo Atlas de Migración en el Norte de Centroamérica.
El informe, difundido el 12 de diciembre y elaborado por la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (Cepal) y la FAO, subraya que la mayoría de los migrantes de esos tres países provienen de áreas rurales.
Entre 2000 y 2012, agrega, hubo un aumento sustancial, de casi 59 por ciento, en el número de personas que emigran de esos tres países, que conforman el llamado Triángulo del Norte. Dentro de este, 77 por ciento de las personas que viven en el campo en Guatemala son pobres, y 82 por ciento en Honduras.
En los últimos meses, oleadas de ciudadanos de Honduras y El Salvador han emprendido el viaje a pie hacia los Estados Unidos, con la convicción de que el trayecto sería un poco más seguro al viajar juntos.
Viajar como migrante indocumentado hacia esa nación del norte implica una serie de riesgos, ya sea por el peligro de caer víctima de bandas criminales, sobre todo al cruzar México, o de morir en la ruta debido a las largas y extenuantes caminatas por desiertos.
Otro informe publicado por la FAO este mes, Mesoamérica en tránsito, establece que de los cerca de 30 millones de migrantes internacionales latinoamericanos, unos cuatro millones provienen del Triángulo del Norte y otros 11 millones más de México, al que suman al estudio.
El estudio agrega que entre los principales factores que relacionados con la migración en El Salvador se encuentran la pobreza en los departamentos de Ahuachapán, Cabañas, San Vicente y Sonsonate; la vulnerabilidad ambiental en Chalatenango, Cuscatlán, La Libertad y San Salvador; y los problemas de violencia en La Paz, Morazán y San Salvador.
Mientras que la migración hondureña está fuertemente relacionada con la falta de oportunidades, pobreza y violencia en el noroeste del país y con la vulnerabilidad ambiental en la zona centro-sur.
Sobre Guatemala, el reporte indica que aunque en este país se observa una relación menos fuerte del comportamiento migratorio en función de las características territoriales, la tasa de expulsión aumenta en los municipios donde el porcentaje de población sin educación secundaria es mayor.
En México, la migración está relacionada con la pobreza en la zona sur y con la violencia en el occidente, noroeste y noreste; mientras que los problemas de vulnerabilidad ambiental parecen ser transversales.
“El informe muestra de forma contundente una mirada comprensiva del fenómeno, la decisión de migar es del individuo, pero es condicionada por el entorno”, dijo Luiz Carlos Beduschi, oficial de Desarrollo Rural de la FAO, en conversación con IPS desde Santiago de Chile, la sede regional del organismo.
Añadió que comprender lo que sucede en el campo es fundamental para entender la dinámica migratoria como un todo.
El estudio, publicado el 18 de diciembre, hace un “análisis multicausal, la decisión de quedarse o migrar está condicionada por conjunto de factores, entre ellos el climático, especialmente en el Corredor Seco de Centroamérica”, acotó Beduschi.
Para el especialista de la FAO, hay que promover políticas que ofrezcan a los productores rurales “mejores oportunidades para ellos y sus familias en sus lugares de origen”.
Se trata, detalló, “de garantizar que tengan las condiciones necesarias para decidir libremente si permanecen en casa o si migran a otro lugar”, sin que la pobreza, la violencia, el cambio climático y la falta de oportunidades mantengan a los territorios rurales como “expulsores” de su población.
En el caso de El Salvador, si bien hay conciencia a nivel gubernamental sobre los impactos del cambio climático en las cosechas y en el riesgo que implica para la seguridad alimentaria, poco se ha hecho para impulsar políticas públicas para enfrentar el fenómeno, dijo a IPS el activista Luis González.
“Hay planes nacionales y estrategias para enfrentar el cambio climático, para abordar el tema hídrico, entre otros, pero el problema es la implementación: se ve bonito en papel, pero poco se hace, mucho de esto es por falta de recursos”, añadió el integrante de la Mesa por la Soberanía Alimentaria, un conglomerado de organizaciones sociales que luchan por ese objetivo.
Mientras, en La Colmena, el campesino Gómez le ha dado ya la leche recién ordeñada a su esposa, Teodora Gómez, con la cual prepararán un poco de queso.
Están contentos de que tienen esa vaca lechera, comprada con el dinero que envió su hija desde Los Ángeles, y esperanzados a que el clima no eche a perder las cosechas venideras.
“Con ese queso ya tenemos para una comidita”, recalcó.
Edición: Estrella Gutiérrez