A 70 kilómetros de Santiago, la capital de la provincia panameña de Veraguas, se encuentra Palo Seco. Como en otros poblados de la costa sur de la provincia, la actividad principal de la comunidad es la pesca.
Entre 2001 y 2008 se estableció una asociación de pescadores, y posteriormente, en 2011, fue refundada como la Asociación Agropecuaria de Pesca y Ecoturismo de Palo Seco.
Desde entonces ha logrado posicionarse como una de las mejores agrupaciones de pesca de la zona, gracias a su buena estructura, su organización y su resiliencia climática.
Tras ocho años de reanudar sus actividades, la asociación ha integrado la equidad de género como uno de sus pilares fundamentales.
“Las mujeres ingresamos a la asociación para apoyar a los pescadores, porque estábamos aparte. Ellos siempre estaban en reuniones y nos hacían a un lado. Tenían 33 miembros y hoy suman 42, de los que 19 somos mujeres”, destaca María Batista, quien es parte de la junta directiva.
Pero lograr la representación femenina en la asociación no fue tan sencillo.
“Cuando hay una comunidad de pescadores, el machismo impera. A la mujer le toca todo en el hogar y el hombre manda. El hombre piensa: ‘yo nada más pesco y ya’”, cuenta Batista.
Por eso la formación en género ha sido esencial. Lo han logrado gracias a capacitaciones brindadas por diferentes instancias, como la Estrategia Centroamericana de Desarrollo Rural Territorial (Ecadert).
De esta forma, junto con un proyecto de la Ecadert, los habitantes de Palo Seco, que en su mayoría forman parte de la asociación, tuvieron la oportunidad de mejorar su calidad de vida gracias a un programa enfocado en los quehaceres de las mujeres.
“El agua escaseaba y por medio de este proyecto se compraron tanques de reserva”, cuenta Batista. “Dos años atrás, los fogones eran de tres piedras. Se les hizo a todos una estufa Lorena (estufa ecológica).
También se les consiguió herramientas para hacer huertos caseros, lo que se convirtió en el complemento perfecto para la alimentación básica de sus hogares. Así los esposos traían los mariscos y las mujeres ya tenían los guisos de sus huertas”.
Las mujeres de Palo Seco también han diversificado sus actividades. Con el apoyo del Instituto Nacional de Formación Profesional y Capacitación para el Desarrollo Humano se han formado en ocupaciones como la confección de tembleques, arreglo personal, repostería y manualidades.
Asimismo, en la asociación están conscientes de que no pueden depender solamente de la pesca. Por eso han establecido una tienda y buscan fomentar el turismo de la región.
“La tienda, más que un negocio, es un apoyo a los pescadores. Hay semanas que se van en créditos de hasta 3 mil dólares, pero la empresa lo puede sostener. Así garantizamos la alimentación de quienes dependen de la tienda. El margen de ganancia es limitado, pero la idea es que la mercancía seca no sea tan costosa”, dice Batista.
Su ganancia real viene de la venta de mariscos, pero también de proyectos como la construcción de un pequeño hostal para visitantes. El procesamiento de nuggets (barritas de pollo rebozadas) y hamburguesas es otro de los planes que quieren implementar.
A partir de la organización igualitaria, la asociación ha formado una red de ayuda que beneficia a todos sus miembros. El cambio que han logrado se nota a través de la sede de la asociación junto a la playa Palo Seco.
El pequeño espacio en el que se iniciaron hace unos años es ahora una edificación de dos plantas con aire acondicionado, desde la que crean alternativas económicas para poner a su comunidad en el mapa.
Se necesita una mirada compartida
Este caso de éxito se inserta en una zona donde las oportunidades de las mujeres rurales para generar ingresos propios son limitadas. Se trata de Belice, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y República Dominicana, países que forman parte del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA).
Aunque en esta región las áreas rurales abastecen de alimentos y otras materias primas a toda la población, las mujeres tienen una menor participación que los hombres en dichas actividades productivas.
Según datos de la CEPAL (Comisión Económica de América Latina y el Caribe), Guatemala reporta la participación más alta, con 17,5 por ciento, mientras que en Costa Rica, El Salvador y República Dominicana oscila apenas entre un dos y cuatro por ciento.
Las mujeres jóvenes son las más afectadas por esta desigualdad, ya que en cuatro de los ocho países, más de la mitad de las mujeres rurales de entre 15 y 24 años no estudia ni trabaja. Esta situación es compleja y tiene múltiples causas, por lo que requiere de una atención integral y coordinada que nazca de una mirada compartida.
Y es que hasta ahora las políticas y planes de acción de empoderamiento económico han ignorado a las mujeres rurales, atendiendo más bien a los hombres y las mujeres urbanas.
Por esta razón es fundamental analizar en profundidad las situaciones que viven las mujeres rurales, para ayudarlas a liberar todo su potencial económico y laboral en áreas clave para el bienestar de sus países como la seguridad alimentaria y nutricional, y la gestión sostenible de los recursos naturales.
Es por eso que el Consejo de Ministras de la Mujer (COMMCA) y el Consejo de los Ministros de Agricultura (CAC) de los países del SICA, están trabajando en la implementación de una agenda conjunta para el empoderamiento económico de las mujeres rurales centroamericanas.
Esta agenda fue formulada y aprobada por ambos Consejos en julio de 2018 como una “resolución obligatoria para los Estados miembros”. El objetivo es contar con un instrumento regional de corto plazo que promueva acciones intersectoriales, regionales y nacionales, a fin de establecer más y mejores oportunidades para que las mujeres rurales centroamericanas generen sus propios ingresos.
Este artículo fue publicado originalmente por la Oficina Regional de la FAO para América Latina y el Caribe, en el marco de la campaña regional #MujeresRurales, mujeres con derechos. IPS lo distribuye por un acuerdo especial de difusión con esta oficina regional de la FAO.