Jóvenes peruanos proyectan aprovechar los saberes adquiridos en el Semiárido brasileño para llevar agua a poblaciones que carecen del recurso, tras intercambiar experiencias en aquella ecorregión sobre los múltiples usos de las energías renovables en comunidades afectadas por fenómenos climáticos.
Freyre Pedraza y Yeffel Pedreros, ambos de 24 años e ingenieros ambientales, fueron parte de los 10 peruanos que junto con activistas de Bolivia y Brasil participaron en el Primer Curso Internacional de Energías Renovables, realizado este mes de octubre en Cajazeiras, en el estado de Paraíba, en la agreste región del Nordeste brasileño.
“Hemos conocido experiencias concretas de cómo la energía solar puede mejorar la vida de las familias en comunidades rurales”, dijo a IPS la joven Pedreros, quien en Lima es activista ambiental del Movimiento Ciudadano frente al Cambio Climático (Mocicc), una plataforma nacional de instituciones, colectivos y activistas.
Ella opera en la parte alta del distrito de San Juan de Lurigancho, el municipio más poblado de los que conforman la capital peruana, con más de un millón de habitantes provenientes en distintas olas migratorias de las diferentes regiones del país. Ubicado al noreste de Lima, sus familias más pobres carecen de agua y energía eléctrica.
“Colocando paneles solares se podría generar energía para bombear agua hasta las casas de las zonas más altas y reemplazar las bombas de petróleo que se usan actualmente”, proyecta Pedreros, mientras asciende por las laderas de los cerros, donde se asienta el Grupo Familiar 24 de Junio, compuesto por 62 hogares.
En esta zona de la periferia limeña, a unos 40 minutos en automóvil de la Plaza Mayor de Lima, sede de los gobiernos nacional y provincial, no existen sistemas de tuberías de agua, ni de desagües, y tampoco redes de energía eléctrica, lo que endurece las condiciones de vida de hombres, mujeres y niños.
En ese contexto, las experiencias adquiridas en los municipios de Cajazeiras, el vecino de Sousa y otros de Paraíba, significan para estos jóvenes ingenieros y activistas ambientales, integrantes además del no gubernamental Instituto de Desarrollo Urbano Cenca, les dan posibilidad de enriquecer su trabajo.
“Nos llevaron a conocer huertos familiares orgánicos que se riegan con sistemas impulsados por energía solar y es algo que nos gustaría replicar aquí donde también promovemos la agroecología” señaló a IPS el joven Pedraza, mientras mostraba las áreas comunes donde las familias del 24 de Junio cultivan hortalizas y hierbas aromáticas, que incluyen en su alimentación diaria.
La idea sería, explicó, la de instalar un colector de aguas servidas que tenga un proceso de tratamiento, almacenarla en un reservorio que estaría en una escuela pública en la parte baja, y luego a través de la energía generada por paneles solares distribuirla para el riego en la parte alta. Así esas aguas grises mantendrían los huertos familiares.
Cada familia de cuatro miembros en promedio se abastece quincenalmente de 1.100 metros cúbicos de agua mediante mangueras que conectan a unos cuantos pilone, instalados por el Servicio de Agua Potable y Alcantarillado de Lima, o mediante camiones cisternas, en el caso de las viviendas de las zonas más altas de las laderas.
Durante el curso internacional desarrollado entre el 10 y el 17 de octubre, en el Instituto Federal de Paraíba, uno de los estados del Nordeste brasileño, el grupo de participantes aprendió sobre cómo generar energía solar fotovoltaica “desde los puntos más básicos”, como recordó Pedreros.
Los participantes también se trasladaron hasta la comunidad rural de Varzea Comprida dos Oliveiras, en el municipio de Pombal.
Ese asentamiento nordestino es un ejemplo de cómo el uso de energías renovables encadenó efectos positivos, como una renovada autoestima en la población, el incremento de actividades productivas y la conciencia colectiva de que la energía es un bien común y no una mercancía.
La Asociación Comunitaria de Varzea Comprida dos Oliveiras integra a 84 familias que se dedican principalmente a la agricultura familiar orgánica.
Su presidenta, Solange de Oliveira, detalló los cambios en su comunidad, cuando acogió en el salón parroquial a los participantes del curso internacional, a sus organizadores y periodistas, entre estos de IPS.
“Soy agricultora y trabajo como productora ecológica. Aquí somos mujeres empoderadas y con la comunidad hacemos mucha discusión social acerca de que necesitamos políticas públicas que le den dignidad a la persona”, expresó con orgullo.
En esa pequeña localidad del Semiárido, la parroquia, la panadería comunal, donde laboran 19 de mujeres, y los huertos se abastecen de energía generada con paneles solares. Además, cuentan con un proyecto piloto de un biodigestor para la producción y envasado de biogás que beneficiará a las familias.
“Aquí funcionamos con energía solar, hacemos uso sostenible del agua, reusamos para aprovecharla sin desperdiciar, buscamos hacer desarrollo sostenible cuidando el medio ambiente. No podemos cambiar la naturaleza, pero sí el barco que nos lleva al destino de nuestras vidas”, exclamó Oliveira al repleto auditorio.
En un recorrido posterior, los visitantes observaron el funcionamiento de la panadería, del biodigestor, del sistema de reúso de agua y del riego de los huertos orgánicos.
Como los demás activistas brasileños, bolivianos y peruanos, Pedreros y Pedraza no pararon de preguntar a sus anfitrionas y anfitriones, para analizar como replicar los procesos Varzea en sus propias comunidades.
Los amplios campos verdes de hortalizas llamaron su atención, así como el sistema de riego. Una explanada de cemento con caída a un tanque permite acopiar el agua de lluvia para luego bombearla hacia los campos, en un método que convive con la reutilización del recurso.
Su trabajo en las laderas de los cerros de las afueras de Lima está destinado a proporcionar a las familias en condición de pobreza medios para mejorar el entorno que habitan, para mejorar la seguridad habitacional, hídrica y alimentaria. “Nos vinimos con muchas ideas”, dijeron.
El ardiente sol de Pombal se dejó sentir sobre cabezas y cuerpos, la temperatura superior a los 35 grados centígrados es inusual para el clima de la capital peruana. Pero como decía Solange de Oliveira, “el sol es amigo”.
El Semiárido, donde viven 27,2 millones de los 208 millones de brasileños, amenazado permanentemente por la sequía, en un fenómeno intensificado con el cambio climático, ha revertido la percepción de “no lugar” por otra de territorio donde es bueno vivir, al aprender a convivir con su agreste entorno.[related_articles]
Mariana Moreira, docente de la Universidad Federal de Campo Grande, está involucrada en el movimiento para promover esa convivencia con el Semiárido, en vez de luchar contra su naturaleza.
“Esta perspectiva surge en la década del 90 frente al imaginario del “no lugar” y de combate a la sequía. Buscamos deconstruir ese discurso y tomar el de convivencia, dando importancia a los saberes populares y al rol de las mujeres”, explicó.
Esa mirada requiere de un largo trabajo con las propias comunidades locales, y en el caso de Varzea, ha llevado a que las personas asuman de manera colectiva la demanda de la energía como un bien común y no como una mercancía.
Este es un desafío para las organizaciones de Perú y Bolivia, que junto con otras de Brasil y la participación de una más de Alemania conforman el Grupo 3+1, organizador del curso internacional de energías renovables.
Como lo señala la Carta de Cajazairas, divulgada por los participantes al finalizar el curso, el acceso a formas de energías limpias y sostenibles es un derecho humano fundamental de todos los pueblos.
Para Pedraza y Pedreros toda propuesta requiere ser dialogada con las propias familias para que sea eficaz, un reto que están dispuestos a asumir.
Edición: Estrella Gutiérrez