Desconsolado, Alberto Flores amontona a la orilla de un camino los pocos racimos de plátanos que logró salvar de una cosecha malograda por las copiosas lluvias que anegaron por completo su plantación en el centro de El Salvador.
“Todo se perdió, he andado cortando lo que se puede rescatar con el agua hasta la rodilla”, contó Flores, un campesino de 54 años, oriundo del caserío San Marcos Jiboa, del municipio de San Luis Talpa, en el departamento de La Paz, en el centro-sur del país.
Flores dijo a IPS que las lluvias, que azotaron el país y al resto de la región centroamericana a mediados de octubre, le han dejado una pérdida de unos 2.000 dólares, al anegar casi una hectárea de su cultivo de plátanos (bananos para cocinar).[pullquote]3[/pullquote]
San Marcos Jiboa es una comunidad rural de 250 familias, en 90 por ciento dedicadas a la agricultura. Aquí la mayoría de productores se vieron afectados por los aguaceros, según constató IPS en un recorrido por la zona.
Los daños se dieron sobre todo en cultivos de chile (pimiento), maíz, frijoles, plátano, pipián (similar al calabacín) y loroco (Fernaldia pandurata), una enredadera cuya flor es comestible y muy presente en la gastronomía local.
Otras zonas del país y de la región centroamericana también han resultado golpeadas.
América Central ha sido calificada, por varios reportes de organismos internacionales, como una de las regiones más vulnerables del planeta ante los embates del cambio climático.
Y sin embargo, no terminan de desarrollarse en el istmo herramientas que ayuden a los agricultores a aminorar los golpes climatológicos, como los seguros agrícolas, aunque ya hay iniciativas importantes a su disposición.
“Yo he oído eso de los seguros agrícolas pero nadie viene a explicarnos cómo es eso”, aseguró Flores, sudoroso, sin dejar de amontonar racimos de plátanos verdes.
Comparado con México o países de América del Sur, los centroamericanos han avanzado poco en ese rubro, según el informe Desempeño de Seguros Agropecuarios en las Américas, publicado en 2015 por el Instituto Interamericano para la Cooperación Agrícola (IICA).
El documento apunta que “los esfuerzos realizados en la región no han generado los resultados esperados”, aunque destaca un crecimiento en primas comercializadas de Guatemala con una suma de 2,25 millones de dólares, seguido por Panamá con 1,8 millones y Costa Rica, con algo más de 500.000, según datos de 2013.
Expertos consultados señalaron que el elevado costo de las primas de un seguro agropecuario, que ronda 13 por ciento de un crédito agrícola contraído o de la inversión realizada, es uno de los motivos que está detrás, así como la falta de información y cultura sobre seguros.
“En efecto, es caro”, dijo a IPS, vía telefónica desde Guatemala, Saúl Ortiz, el Coordinador de Gestión y Análisis de Riesgo de Guate Invierte, una institución financiera que maneja un fideicomiso de más de 70 millones de dólares en apoyo agrícola en varios rubros, incluyendo el de seguros.
Precisamente por esos costos es que nació Guate Invierte en 2005, agregó Ortiz, para apoyar a los pequeños y medianos productores del país y darles la posibilidad de que pudieran contratar una póliza. El plan inicial fue extenderlo después por la región.
Además de ser fiador o garante estatal de créditos agrícolas adquiridos por productores con otras instituciones financieras, Guate Invierte ofreció seguros desligados de créditos, con un subsidio de hasta 70 por ciento del costo de la prima.
Pero ese esquema falló porque el gobierno ya no inyectó más fondos para seguir con ese modelo, y dejó de funcionar en 2015. Sin embargo, mantiene la cobertura a la clientela que sí cuenta con créditos.[pullquote]1[/pullquote]
En El Salvador, si bien no hay un mercado muy consolidado, ha comenzado a funcionar un tipo de póliza destinada a los pequeños productores.
Seguros Futuro, junto al estatal Banco de Fomento Agropecuario, lanzó en julio el programa Produce Seguro, con cobertura para terremotos, sequías y exceso de lluvia.
Es un microseguro destinado a la cartera de 50.000 clientes del banco, dedicados tanto a la agricultura como a cualquier otro rubro productivo.
A diferencia de los seguros tradicionales, que ante eventos catastróficos inicia la verificación sobre el terreno de los daños a las cosechas, Produce Seguro es del tipo “paramétrico”.
Es decir, se basa en una tabla de parámetros o indicadores climatológicos medidos por satélite y tecnología de punta que informan, por ejemplo, del nivel de precipitaciones en una zona.
Y a medida que los niveles de lluvia aumentan, en esa medida, automáticamente, van aplicándose las indemnizaciones.
Para el caso de lluvias, el nivel inicial es de 136 milímetros acumulados de agua durante tres días. La información proviene de la estadounidense Administración de la Aeronáutica y el Espacio, la Nasa, y del salvadoreño Ministerio del Medio Ambiente y Recursos Naturales.
“No tenemos que ir a hacer ninguna verificación a la zona, todo es en base a los índices”, explicó a IPS la gerente general de Seguros Futuro, Daysi Rosales.
El programa, en fase piloto, tiene el soporte de Swiss Re, la reaseguradora suiza. El costo de las primas es de cinco por ciento del crédito contraído con el BFA, un porcentaje accesible para los campesinos.
De hecho, con los últimos aguaceros, “ya se dispararon esos parámetros y ya aplica algún nivel de indemnización, aún no hemos pagado porque acaba de pasar el evento y estamos en ese proceso”, acotó Rosales.
Tanto Rosales como el guatemalteco Ortiz coincidieron en que en la expansión de los seguros agrícolas en los países suramericanos o México ha sido clave la participación del Estado en el desarrollo del sector, lo que no ha pasado América Central.[related_articles]
“En México, 90 por ciento lo paga el Estado, él compra el seguro, no la gente”, recalcó Rosales.
Mientras tanto, en una de las parcelas inundadas de San Marcos Jiboa, el campesino Víctor Alcántara, otro productor afectado, comentó que los impactos de la naturaleza los perciben casi año con año, en un país donde las alteraciones climáticas se han profundizado este siglo.
“Esta vez el golpe fue doble, primero perdimos en agosto el maíz en la seca (sequía), y ahora con esta llovedera casi toda mi cosecha de loroco”, añadió.
Alcántara dijo que había invertido 300 dólares en la “loroquera (sembradío de estas plantas)”, pero ahora perdió casi 60 por ciento de la producción por las lluvias.
A eso se suma la pérdida en su cultivo de media hectárea de maíz, de unos 400 dólares, esta vez por la sequía que afectó la zona en agosto, en medio de la estación húmeda, que en este país subtropical va de mayo a noviembre y que es cuando se realizan las dos siembras anuales.
En agosto, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y el Programa Mundial de Alimentos advirtieron en un comunicado conjunto que la sequía impactaría en el precio de la comida, ya que el maíz y los fríjoles, básicos en la dieta centroamericana, han sido los cultivos más afectados.
Guatemala, El Salvador y Honduras reportaron pérdidas de 281.000 hectáreas de esos cultivos, de los cuales depende la seguridad alimentaria y la nutrición de 2,1 millones de personas, señaló el reporte.
Arruinada su cosecha de maíz, ahora Alcántara dijo que tendrá que ver cómo se las ingenia para que haya tortillas (masa aplanada y circular a base del grano) en la mesa de su familia.
Edición: Estrella Gutiérrez