Uno de los aspectos más significativos de la conferencia internacional sobre cambio climático, concluida en París el sábado 12, es el ingreso de la seguridad alimentaria y el fin del hambre a la agenda del debate sobre el tema.
El texto del acuerdo final adoptado por la 21 Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático reconoce «la prioridad fundamental de salvaguardar la seguridad alimentaria y acabar con el hambre y la especial vulnerabilidad de los sistemas de producción de alimentos ante los impactos del cambio climático”.[pullquote]3[/pullquote]
Asimismo, de los 186 países que han presentado planes voluntarios para reducir las emisiones, alrededor de un centenar incluyen medidas relacionadas con el uso de suelos y la agricultura.
El programa de medidas aprobadas configura un programa sector por sector que deberá aplicarse hasta 2020, lo que implica la continuidad de la reflexión sobre el tema agrícola y no solo sobre la energía, la mitigación o el transporte, que concentraron buena parte de la atención en París.
En los próximos cuatro años se implementarán los compromisos adoptados y esto exigirá a los países en desarrollo niveles de adaptación con transferencia tecnológica y capacitación.
A la financiación de este proceso contribuirá el Fondo Verde para el Clima de 100.000 millones anuales aportado por los países industrializados. Han sido anunciados aportes de recursos adicionales para el Fondo de los Países Menos Adelantados y el Fondo de Adaptación, entre otros.
El tema de la futura producción de alimentos, hasta ahora poco destacado en los medios de comunicación, preocupa cada día más y plantea un desafío a los gobiernos.
Un reciente informe del Banco Mundial estima que 100 millones de personas podrían caer en la pobreza en los próximos 15 años como consecuencia del cambio climático. El estudio destaca que la principal víctima será la productividad agrícola, que a su vez provocará el aumento de los precios de los alimentos.
Según José Graziano da Silva, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), «el cambio climático afecta sobre todo a los países que no han contribuido a generar el problema» y «daña sobre todo a los países en desarrollo y a las clases más desfavorecidas».
Las cifras hablan por sí solas. El conjunto de los 50 países más pobres del mundo, que con relación a las emisiones de gas con efecto invernadero tienen la responsabilidad de apenas uno por ciento, son los más afectados por el cambio climático.
Aproximadamente 75 por ciento de las personas pobres que padecen inseguridad alimenticia dependen de la agricultura y de los recursos naturales para su subsistencia. En 2050, para poder alimentar a la población mundial, si se cumplen las estimaciones, será necesario aumentar la producción de alimentos en 60 por ciento.
Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el rendimiento de los cultivos, proyectando las actuales tendencias hacia 2050, puede reducir la producción de alimentos entre 10 y 25 por ciento. Otra estimación prevé que hacia 2050 el calentamiento de los océanos reducirá 40 por ciento la captura de las principales especies de peces. [related_articles]
Uno de los problemas menos mencionados en relación con el cambio climático son los efectos ocasionados por las sequías e inundaciones, de permanente actualidad. Además de la destrucción de recursos y enormes pérdidas que provocan estos fenómenos, también causan aumentos en los precios de los alimentos y, en consecuencia, afectan sobre todo a los más pobres y vulnerables.
El encarecimiento de los alimentos influye sobre los «migrantes del clima», pues la caída de la producción es uno de los factores que originan el desplazamiento desde las zonas rurales hacia las ciudades, y desde los países más pobres a aquellos donde, potencialmente, hay más oportunidad de trabajo y de una vida digna.
Por ejemplo, las migraciones en Siria y Somalía no son impulsadas solamente por conflictos políticos o cuestiones de seguridad, sino también por la sequía y la consiguiente escasez alimenticia.
Por todo esto la FAO sostiene que hay que resolver simultáneamente el cambio climático y los grandes retos del desarrollo y del hambre. No se pueden desligar esos dos escenarios. El dilema consiste en que no se apliquen medidas que generen una restricción desde el punto de vista de la capacidad productiva, en particular de los países en desarrollo.
En ese sentido, los países en desarrollo argumentan que, para reducir las emisiones de gas de efecto invernadero, necesitan tecnologías y apoyos que no pueden financiar con sus propios recursos y sin afectar sus propios planes de desarrollo.
Y puesto que los principales responsables de las emisiones de gas son las naciones industrializadas, los países del Sur exigen, desde mucho antes de la COP21, que aquellos contribuyan a financiar los cambios necesarios para preservar el ambiente.
Por ello, era natural que este dilema se pusiera en el centro de las discusiones en París y que se concentraran los esfuerzos en busca de un acuerdo.
Así, la creación del Fondo Verde para el Clima fue una de las bases para lograr un acuerdo que vincula prácticamente a todo el mundo con la meta de mantener la temperatura por debajo de dos grados centígrados a fin de este siglo. El acuerdo entrará en vigor en 2020 y se revisará cada cinco años. En ese curso surgirán numerosos problemas y contradicciones que habrá que resolver.
Más allá de las dificultades que se presentarán en el camino, parece legítimo esperar que se afrontará el gran problema y se preservará el futuro del planeta.
Mario Lubetkin es jefe de gabinete del director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Editado por Pablo Piacentini