El antídoto contra el terrorismo está en la reforma del Islam

El maestro sufí Shaykh Hisham Kabbani habla frente a miles de seguidores en Yakarta. Crédito: Mohammad Revaldi/IPS
El maestro sufí Shaykh Hisham Kabbani habla frente a miles de seguidores en Yakarta. Crédito: Mohammad Revaldi/IPS

El horrendo atentado contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo volvió a plantear la cuestión de la violencia y el Islam. ¿Por qué, preguntan algunos, se cometen tantos actos de terrorismo en nombre del Islam y por qué buscan los yihadistas la justificación de sus acciones violentas en su religión?

Más allá de si Said y Cherif Kouachi, los dos hermanos que atacaron a Charlie Hebdo el 7 de enero, eran devotos o se comportaban de manera poco islámica en su vida personal, el hecho es que celebraron su violencia con modismos islámicos, como «Allahu Akbar» o «Dios es grande». Otros terroristas islámicos también recurrieron a frases similares en el pasado.[pullquote]3[/pullquote]

Aunque numerosos líderes y teólogos musulmanes de todo el mundo denunciaron el ataque a la revista con sede en París, muchos autócratas islamicos siguen aprovechándose del Islam con fines egoístas.

Por ejemplo, en la misma semana de los atentados en Francia, Arabia Saudita condenó a uno de sus blogueros a una extensa pena en la cárcel, una multa enorme y mil azotes. Su “crimen” fue pedir la reforma del régimen saudita.

Desde los atentados contra Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001, los eruditos han explorado los factores que fomentan el radicalismo islámico y los motivos por los cuales los activistas radicales se «apropiaron» de la corriente principal del Islam.

Sobre la base de encuestas de opinión y el análisis de expertos, la mayoría de los observadores consideran que dos factores fundamentales contribuyeron con la radicalización y el terrorismo: la política interior y exterior de los regímenes de gobierno y la ideología islámica salafista-wahabita, conservadora e intolerante, que surge principalmente de Arabia Saudita.

En los últimos 15 años, el análisis sugiere que los estados árabes islámicos, los eruditos musulmanes y los países occidentales podrían tomar medidas específicas con el fin de neutralizar estos factores. Pero este análisis reconoce que los resultados deseados requieren tiempo, recursos, valor y, sobre todo, visión y compromiso.

¿Qué provoca el terrorismo nacional?

En el ámbito político nacional, las cuestiones económicas, políticas y sociales dan marco al discurso radical y empoderan a los activistas extremistas, tales como las dictaduras, la represión, la corrupción, el desempleo, la falta de educación, la pobreza, la escasez de agua potable, de alimentos y electricidad, y las malas condiciones sanitarias.

El desempleo, de 25 a 50 por ciento en el grupo etario de 15 a 29 años en la mayoría de los países árabes y musulmanes, creó a una generación de jóvenes pobres, alienados, enojados y con escasa educación formal que no se identifican con el Estado.

Muchos recurren a la violencia y al terrorismo y terminan como combatientes «yihadistas» en las organizaciones terroristas, entre ellas Estado islámico y Al Qaeda en la Península Arábiga.

Los regímenes autocráticos de varios países árabes e islámicos han ignorado esta situación así como los reclamos populares durante años, manteniéndose en el poder. Los «modernos faraones» y potentados dinásticos continúan practicando sus políticas represivas en todo Medio Oriente, ajenos al dolor y el sufrimiento de su pueblo y a la desesperanza de su juventud.

En el campo de la política exterior, los sondeos de opinión en la región revelan que las políticas de Washington hacia árabes y musulmanes provocaron una grave fisura entre Estados Unidos y el mundo islámico.

Entre esas políticas de Estados Unidos se incluyen lo que se percibe como una guerra de Washington contra el Islam, la detención de musulmanes en la cárcel de Guantánamo, Cuba, el inquebrantable apoyo a la ocupación israelí de los territorios palestinos, la violación de derechos humanos de los musulmanes en nombre de la guerra contra el terrorismo y la complicidad con dictadores árabes islámicos.

Los radicales islamistas difundieron la noción, de gran repercusión entre muchos musulmanes, que sus gobernantes, o el «enemigo cercano», están apoyados, financiados y armados por Estados Unidos y otras potencias occidentales, el «enemigo lejano». Por tanto, la «yihad» o guerra santa se convierte en un «deber» contra estos «enemigos”.

Aunque muchos musulmanes encuentran algo de validez en el argumento radical de que la política nacional y exterior a menudo sustenta y justifica la yihad, atribuyen gran parte de la violencia y el terrorismo a interpretaciones ideológicas extremistas e intolerantes del islam suní, que en su mayoría se encuentran en las enseñanzas de la escuela hanbali de la jurisprudencia seguidas por el Estado y el establecimiento religioso sauditas.

Algunos pensadores islámicos contemporáneos argumentan que el Islam debe someterse a un proceso de reforma que desplace a la religión desde el siglo VII de Arabia, donde el Corán fue revelado al profeta  Mahoma, a este mundo globalizado del siglo XXI que trasciende a Arabia y a la tradicional «morada del Islam”.

Reclamos de reforma islámica

Pensadores islámicos reformistas, como el sirio Muhammad Shahrur, los iraníes Abdul Karim Soroush y Mohsen Kadivar, el suizo-egipcio Tariq Ramadan, el egipcio-estadounidense Khaled Abu El Fadl, el sudanés-estadounidense Abdullahi Ahmed An-Naim, el egipcio Nasr Hamid Abu Zayd y los malasios Anwar Ibrahim y Farish Noor, abogan por una reinterpretación del Islam.[related_articles]

Estos pensadores coinciden, en general, en cuatro puntos fundamentales:

1. El Islam es producto de un lugar y un momento específicos y responde a circunstancias y situaciones específicas. Por ejemplo, ciertos capítulos o suras fueron revelados a Mahoma en Medina mientras combatía en varias batallas y luchaba por fundar su “Estado islámico” basado en la umma o comunidad de creyentes.

2. Si el Islam pretende ser aceptada como una religión mundial con principios universales, los teólogos deberían adaptarla al mundo moderno donde millones de musulmanes viven como minorías en territorios no islámicos, como China, India, las Américas y Europa. El concepto teológico de la umma, que fue central para el Estado islámico de Mahoma en Medina, ya no es válido en un mundo complejo, multicultural y multirreligioso.

3. Si los millones de musulmanes que viven fuera del «corazón» del Islam aspiran a convertirse en ciudadanos productivos en sus países de adopción, deberán ver a la religión como una conexión personal entre ellos y su Dios y no como un cuerpo común de creencias que dictan su interacción social con los no musulmanes o con su condición de minoría.

Si quieren vivir en paz con sus conciudadanos en los países occidentales laicos, deberán respetar los principios de la tolerancia del «otro», la transigencia y la coexistencia pacífica con otras religiones.

4. La ideología islámica radical e intolerante no representa a la corriente mayoritaria de la teología musulmana. Mientras que los terroristas, como Osama Bin Laden y Abu Bakr al-Baghdadi, citaron con frecuencia los suras coránicos bélicos de Medina, la reforma islámica debería centrarse en los suras revelados a Mahoma en La Meca, que defienden principios universalistas similares a los del cristianismo y el judaísmo.

Esos suras también reconocen a Moisés y a Jesús como profetas y mensajeros de Dios.

Los pensadores reformistas también coinciden en que los teólogos y eruditos musulmanes de todo el mundo deberían predicar a los radicales, especialmente, que el Islam no aprueba el terrorismo y no debe invocarse para justificar la violencia.

Aunque en los últimos años los aspirantes a terroristas invariablemente buscan una justificación religiosa o una fatwa o pronunciamiento de un clérigo religioso para justificar sus actividades terroristas, un Islam «reformado» prohibiría la emisión de esas fatwas.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente las de IPS, ni pueden atribuírsele.

Editado por Kitty Stapp / Traducido por Álvaro Queiruga

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