Muchos factores y analistas apuntan al posible triunfo de Marina Silva como la primera mujer negra y amazónica en ascender a la Presidencia de Brasil, pero las campañas electorales brasileñas suelen sufrir vuelcos inesperados en este país, como el que la hizo favorita en las últimas semanas.
Como candidata opositora, Silva se beneficia de la coyuntura económica. Recesión en el último semestre, inflación elevada, deterioro fiscal y cuentas externas amenazadoras socavan la reelección de Dilma Rousseff, primera mujer en presidir el país, desde 2011. Los economistas más mediáticos le atribuyen la culpa a su propia mala gestión.
Las encuestas registran un sostenido avance de Silva, desde que sustituyó al candidato del Partido Socialista Brasileño (PSB), Eduardo Campos, muerto en accidente aéreo el 13 de agosto.
Ella empataría con Roussef en los comicios del 5 de octubre, según los resultados de dos sondeos publicados el miércoles 3, y la superaría en la segunda vuelta, fijada para el 26 de octubre, con una ventaja de siete puntos porcentuales, 46 a 39 en una encuesta y 48 a 41 en otra. [pullquote]3[/pullquote]
Su empuje, sin embargo, desaceleró desde finales de agosto.
“El deseo de cambio” en la sociedad es uno de los factores cuya suma hacen “irreversible” la tendencia favorable la opositora, dijo intuir Demetrio Valentini, un influyente obispo católico, en entrevista al diario económico Valor.
De todas formas, dos mujeres como las principales postulantes es una gran novedad en la política brasileña, cuyo dominio masculino se refleja en el parlamento, donde la representación femenina no alcanza 10 por ciento de los escaños.
La reelección de Rousseff parecía casi segura hasta la segunda semana de agosto, cuando se estrelló el avión de Campos, poco conocido nacionalmente pese a la gran popularidad en el estado nordestino de Pernambuco, que gobernaba desde 2007.
La irrupción de Silva, su compañera de fórmula como candidata a la Vicepresidencia, trastornó el proceso.
Su arrastre electoral se conocía desde los comicios presidenciales de 2010, cuando obtuvo 19,6 millones de votos, o 19,3 por ciento del total de sufragios como abanderada del pequeño Partido Verde (PV).
La sorpresa la catapultó como la lideresa opositora, desplazando a Aecio Neves, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), que durante 20 años fue la alternativa de poder al Partido de los Trabajadores (PT) de Rousseff y del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011).
Ayudó también que Silva supo captar, mejor que nadie, el descontento popular manifestado en las masivas movilizaciones callejeras de junio de 2013, una especie de rebelión de “indignados” brasileños contra los políticos en general.
Uno de los efectos del brote de protestas fue tumbar los altos índices de aprobación de que disfrutaba el gobierno. Rousseff recuperó parte de su popularidad, pero sin superar un fuerte rechazo de parte del electorado, que es su talón de Aquiles en una segunda vuelta electoral.
Según el sondeo publicado el miércoles 3 por el Instituto Brasileño de Opinión Pública, 31 por ciento de los entrevistados dijeron que no votarán por la presidenta en ninguna hipótesis, un índice que cae a 12 por ciento con Silva, probable heredera de la gran mayoría de los votos de candidatos excluidos de la segunda vuelta.
El bajo crecimiento económico durante su gobierno conspira contra Rousseff, especialmente porque la situación se agravó este año. El producto interno bruto cayó 0,2 por ciento en el primer trimestre y 0,6 por ciento en el segundo, siempre en comparación con el trimestre anterior.
Dos trimestres seguidos de caída significan recesión, término electoralmente negativo que el gobierno busca eludir. El desempleo sigue en los niveles históricos más bajos y las inversiones extranjeras directas continúan elevadas, se arguye.
Pero algunos hechos son corrosivos. El índice de inversiones cayó a 16,5 por ciento, un nivel que condena el país al estancamiento en 2015. La industria vive una decadencia creciente y desde el año pasado bajan también los precios mundiales de productos agrícolas y mineros, que sostenían el superávit comercial brasileño.
La inflación persiste en cerca de 6,5 por ciento interanual, en el límite de tolerancia de dos puntos porcentuales sobre la meta fijada de 4,5 por ciento, pese a las altas tasas de interés, subsidios a los combustibles y la sobrevaluación cambiaria para contener los precios.
La energía eléctrica, el sector sobre cuya gestión Rousseff impulsó su carrera política, se hizo más cara dos años después que la presidenta adoptó medidas con la promesa de abaratarla. Una prolongada sequía en la mayor parte de Brasil incrementó el riesgo de apagones, poniendo en cuestión su política energética.
Gran parte del empresariado pasó a la oposición en los últimos años. Eso se refleja en los índices bursátiles, que suben cuando las encuestas señalan descenso del oficialismo.
Pese a todo, militantes del PT confían en un triunfo en la segunda vuelta, evaluando como pasajera la “oleada marinista”. “El tsunami viene y vuelve”, comparó Jorge Nahas, excoordinador de políticas sociales en la alcaldía de Belo Horizonte, capital del sureño estado de Minas Gerais, cuando estaba bajo gobierno del partido gobernante.
La confianza se basa en la fuerza electoral de los programas sociales ejecutados por los gobiernos del presidente Lula y Rousseff y que sacaron decenas de millones de brasileños de la pobreza. Solo el plan de la Beca-familia benefició a más de 14 millones de hogares.
Por las dudas, la campaña de la reelección ataca las debilidades de Silva, especialmente su limitado sostén partidista, que podría repetir los casos de ingobernabilidad de los expresidentes Janio Quadros (1961) y Fernando Collor (1990-1992).
Sin apoyo legislativo, el primero renunció antes de cumplir siete meses de gobierno y el segundo fue inhabilitado por corrupción en el segundo año del mandato. Irónicamente, Collor es hoy un senador aliado del PT.[related_articles]
Pero la ingobernabilidad fue un argumento usado también contra Lula, sin éxito, en las elecciones de 2002.
“La esperanza vencerá el miedo” fue entonces la respuesta del PT, una consigna que ahora sirve al PSB, contra el PT.
Silva, exministra de Medio Ambiente entre 2003 y 2008 y exsenadora en el periodo 1995-2011, es criticada también por su transfuguismo de un partido a otro y su religiosidad evangélica. Su carrera la hizo en el PT, pero pasó al PV para disputar las elecciones de 2010.
Luego, adhirió al PSB el año pasado, al no lograr el registro legal de la Red Sustentabilidad, un partido de formato novedoso, temporalmente “huesped” de los socialistas. Eso la llevó a ser candidata a la Vicepresidencia, hasta la muerte de Campos.
Nacida en el amazónico estado de Acre, en una familia de “seringueiros” (extractores de caucho natural), se destacó en la lucha ambiental.
Pero su programa de gobierno, en gran parte heredado del compromiso con el PSB, tiene como prioridad una “nueva política”, una difusa propuesta de reforma hacia una “democracia de alta intensidad”, más participativa.
En economía, adoptaría orientaciones ortodoxas, con autonomía del Banco Central y adopción más rigurosa del trípode macroeconómico: metas antiinflacionarias, austeridad fiscal y cambio flotante. Es la “vuelta al neoliberalismo”, según crítica el PT.
Editado por Estrella Gutiérrez