Una porción de la excelencia tecnológica que Brasil empleó para revolucionar su agricultura tropical está llegando a pequeños productores de Mozambique. Pero no alcanza para calmar el hambre de financiamiento que tiene el sector.
El agricultor Erasmo Laldás, que labora hace 15 años en Namaacha, un poblado a 75 kilómetros de la capital mozambiqueña, recibió el año pasado 15.000 plántulas de Festival, una nueva variedad de fresas de origen estadounidense.
Laldás produjo siete toneladas, empleando a ocho trabajadores. Vendió toda su cosecha en Maputo y en enero encabezó las ventas en ese mercado, porque en Sudáfrica, su principal competidor, ya escaseaba la fruta.
“El fruto es de calidad muy buena, no exige muchos productos químicos como la fresa sudafricana y su período de cosecha se prolonga más que el de la variedad nativa que yo venía sembrando”, explicó a Tierramérica.
Laldás, de 37 años, es el primer productor nacional beneficiado por la cooperación brasileña y estadounidense mediante apoyo técnico al Programa de Seguridad Alimentaria y Nutricional de Mozambique (PSAL).
Iniciado en 2012, el proyecto asocia al Instituto de Investigación Agraria de Mozambique (IIAM) con la Empresa Brasileña de Pesquisa Agropecuaria (Embrapa) y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), para ampliar la capacidad de producción y distribución de hortalizas en este país africano.
Se comenzó por estudiar la adaptación de semillas al clima local.
El IIAM recibió más de 90 variedades de tomate, repollo, lechuga, zanahoria y pimiento, que se están probando en la Estación Agraria de Umbeluzi, a 25 kilómetros de Maputo.
“Los resultados de las pruebas son alentadores porque identificamos 17 variedades que están listas para distribuirse a los productores, porque tienen las calidades fitosanitarias deseadas.
Estamos esperando que sean registradas y aprobadas con el sello de Mozambique”, dijo a Tierramérica el investigador Carvalho Ecole, lamentando que su país no registre nuevas variedades hortícolas desde hace 50 años.
La horticultura es un sector clave para generar empleos e ingresos entre los pequeños agricultores, pues esta producción representa 20 por ciento de los gastos familiares, estima este integrante del IIAM.
«Por mucho tiempo la horticultura fue descuidada. Al hablar de seguridad alimentaria el gobierno solo pensaba en maíz, mapira (una especie de sorgo) y mandioca”, señaló Ecole. Además, “nuestros productores siguen sin tener créditos ni financiación”, criticó.
Sudáfrica es el mayor proveedor de hortalizas y frutas para el sur de Mozambique. Datos del IIAM indican que hasta 2010, casi toda la cebolla, 65 por ciento del tomate y 57 del repollo consumidos en las ciudades de Maputo y Matola, eran sudafricanos. Y esas proporciones se han mantenido.
En consecuencia, los precios son altos. Un kilogramo de tomates cuesta entre 50 y 60 meticales (entre 1,6 y 2 dólares) y la cebolla vale algo menos. Cuando las nuevas especies probadas estén disponibles para los campesinos nacionales, los precios bajarán, confía Ecole.
Mozambique importa además mangos, bananos, naranjas, aguacates, fresas y otras frutas de Sudáfrica.
“Tenemos que capacitar a los campesinos nacionales para que en los próximos años produzcan cantidades suficientes para abastecer el mercado interno», dijo a Tierramérica el coordinador de Embrapa en Mozambique, José Bellini.
La cooperación agrícola es el camino elegido por Brasil, desde el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), para consolidar su política de ayuda al desarrollo, especialmente en África.
Embrapa, un conglomerado estatal de 47 centros de investigación dispersos por Brasil y con varias representaciones en el exterior, se movilizó para transferir a otros países del Sur una parte de los conocimientos de agricultura tropical que acumuló en sus 41 años de vida. Su oficina para África se instaló en Ghana.
[related_articles]Pero la presencia de Brasil en Mozambique tiene una dimensión difícil de igualar con el ProSavana, nombre con que se conoce el Programa de Cooperación Tripartita para el Desarrollo Agrícola de la Sabana Tropical de este país, apoyado por las agencias de cooperación brasileña (ABC) y japonesa (JICA) e inspirado en la experiencia que hizo de la potencia sudamericana un granero mundial y el mayor exportador de soja.
La meta es, en un horizonte de dos décadas, beneficiar en forma directa a 400.000 pequeños y medianos agricultores e indirectamente a otros 3,6 millones, con un fuerte incremento de la producción y la productividad en el norteño Corredor de Nacala.
Brasil construirá un laboratorio para estudios de suelos y plantas en la ciudad de Lichinga. Embrapa entrena a investigadores del IAAM en el Corredor, además de modernizar dos centros locales de pesquisas.
Pero ProSavana es un programa polémico.
Campesinos y activistas temen que replique problemas brasileños, como el predominio del agronegocio, los monocultivos, la gran concentración de la tierra y la producción en pocas empresas transnacionales, en un país como Mozambique, donde 80 por ciento de la población practica la agricultura familiar.
El apoyo al PSAL tiene otro sentido. Volcado a la horticultura, se destina claramente al pequeño productor y a mejorar la alimentación local. Pero sufre limitaciones de escala y de recursos.
“No podemos mejorar nuestro sistema de producción sin inversiones. Hemos dado un paso gigantesco, hay más investigación y transferencia de tecnología, pero eso tiene que acompañarse de inversiones abultadas”, sostuvo Ecole.
El Estado mozambiqueño invierte muy poco en el sector agrario, aunque viene aumentando ese rubro. En 2013 destinó a la agricultura 7,6 por ciento de su presupuesto, que equivale a unos 6.000 millones de dólares.
Treinta por ciento de la población nacional sufre hambre, según datos de 2012 del Secretariado Técnico de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Y cerca de 80.000 niños menores de cinco años mueren cada año por desnutrición, indica la organización no gubernamental Save the Children.
Esas cifras no se justifican en Mozambique, que tiene condiciones climáticas favorables y mano de obra abundante para una producción agrícola a gran escala, arguyó Ecole.
Namaacha ilustra esta contradicción. Es el único distrito del país que produce fresas. Alcanzó a abastecer todo el mercado de Maputo, pero muchos productores quebraron por no tener crédito, destacó Cecília Ruth Bila, responsable del área de frutas del IIAM.
“Los campesinos enfrentan dificultades para acceder a financiamiento, nuestros bancos tampoco ayudan mucho, por eso los productores desisten”, lamentó.
Cerca de 150 agricultores de fresas de Namaacha abandonaron la actividad en los últimos cinco años por falta de crédito, según informaciones del sector.
Erasmo Laldás es uno de los pocos sobrevivientes. Quizás por eso alimenta grandes sueños. Solicitó para este año 150.000 plántulas para ampliar su cultivo a tres hectáreas, mientras busca financiar la instalación de electricidad, tres invernaderos, un sistema de riego y una pequeña industria de beneficiamiento.
“Todo eso me costará cerca de seis millones de meticales», casi 200.000 dólares, dice esperanzado.
Este artículo fue publicado originalmente el 8 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.