Libia se asoma al abismo, otra vez

Manifestantes protestando contra las milicias el domingo 17 en la plaza de Argelia, centro de Trípoli. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

Un accidente de tránsito en la avenida Omar Mojtar, en el centro de la capital libia. No hay heridos, pero sí un parachoques colgando de la parte trasera de un automóvil coreano. A los pocos segundos, se cierra un corro de personas expectantes en el lugar.

Están los que esperan el taxi colectivo, los que beben café en vasos de papel en la cafetería de al lado, un barrendero bengalí enfundado en su uniforme naranja… Ni rastro de la policía, pero el universal “el que pega, paga” dirime el asunto en apenas cinco minutos.

“Ha tenido suerte», apunta Mansur, instalador de antenas parabólicas. “Te puede tocar un enajenado que te amenace con una pistola. Todo el mundo lleva una en la guantera del auto”.

En tal caso, dice Mansur, hay dos opciones: “Meterte en el auto y largarte sin levantar la voz, o llamar a algún hermano o primo de alguna de las milicias locales para que traiga la artillería pesada”.

En Libia, la policía y el ejército son nombres de papel para entidades que apenas se dejan ver en el terreno. La seguridad, o la falta de ella, va de la mano de grupos insurgentes que se levantaron contra el régimen de Muammar Gadafi (1969-2011), pero que ahora siguen defendiendo intereses locales, e incluso particulares.

Estadísticas oficiales sitúan la cantidad de estos efectivos irregulares en 250.000, pero pueden ser muchos más.

El viernes 15, Trípoli fue testigo de los mayores episodios de violencia desde el fin de la guerra en 2011. Una marcha contra la impunidad que gozan estas milicias fue sofocada a tiros por uno de estos grupos, que acabó con la vida de 43 personas y dejó a 460 heridas.

La indignación tripolitana es patente en tertulias y protestas, como la del domingo 17 en la plaza de Argelia.[pullquote]3[/pullquote]

Al anochecer, más de uno seguía allí, incrédulo ante el anuncio del Consejo de la Shura (órgano tradicional que oficia de gobierno local) de la ciudad de Misurata, 187 kilómetros al sudoeste de Trípoli, de que retiraría su milicia de la capital «en las próximas 72 horas».

El lunes 18, las autoridades de Libia aseguraron que las milicias de Misurata comenzaron su retiro.

“Con Gadafi al menos sabíamos contra quien nos enfrentábamos, pero hoy es la misma gente que nos ayudó a echar al tirano”, explicaba a IPS uno de los convocantes de la protesta del domingo, Fuad Gritli, estudiante universitario que no volverá a clase hasta el miércoles 20 por la huelga general paralela a los tres días de luto por los muertos.

También estaba Abdulhamid Najah, quien perdió a uno de sus vecinos en la masacre. “Cuatro tiros por la espalda, mientras huía. A otro se lo llevaron a Italia para operarlo de emergencia”, lamentaba este abogado y funcionario del Ministerio de Justicia.

“Todo esto es culpa de la pasividad del gobierno. No solo son incapaces de hacer nada, sino que tampoco tienen ninguna voluntad”, añadía Najah, todavía emocionado. Justo detrás de él, Maha Hamid, estudiante de secundaria, desplegaba una pancarta: “Trípoli necesita ayuda”.

«En Trípoli solo me siento totalmente seguro en Gorji (barrio del sudoeste) porque la milicia local es amazigh”, explica a IPS el abogado Shokri Agmar, residente en Trípoli pero originario de Jadu, en las montañas de Nafusa, al sudoeste de la capital.

“Suelo volver a casa los fines de semana, pero siempre por carreteras secundarias, nunca por la vía principal que pasa por Al Aziziya. Ese es territorio de la tribu Warshafana, leal a Gadafi. Si me paran, enseguida verán que soy amazigh y puedo tener problemas”, añade este bereber de 32 años.

“Evita las callejuelas de la ciudad vieja y el solitario paseo marítimo al este del puerto; busca las calles transitadas del bazar, aunque te lleve más tiempo, pero ten cuidado bajo los arcos de la avenida Rashid al anochecer”, son algunos de los consejos que casi todo el mundo tiene en cuenta.

Se añade siempre un “llámame en cuanto llegues a casa para saber que estás bien”.

Hay quienes optan por medidas más draconianas. Kemal es uno de los miles de tunecinos a los que el desplome del turismo en su país empujó hasta Trípoli. Nunca sale del hotel en el que trabaja más allá de las seis de la tarde, y no se asoma afuera durante el fin de semana.

“Todos los días puedes escuchar un tiroteo. La mayoría aquí está acostumbrada, pero yo no consigo hacerlo», admite este hombre de 28 años.[related_articles]

El azar es parte del día a día en Trípoli. Un grupo armado aparece de repente en un vehículo desvencijado. Pueden ser incluso adolescentes, pidiendo “papeles” a punta de fusiles Kalashnikov a familias que no ven el momento de llegar a casa.

Algunos ni siquiera llegan a poner un pie en la calle. Abu Muntalib, de 28 años, fue asesinado a tiros el sábado 16 dentro del campo de refugiados de Fallah, en el sur de Trípoli.

Muftar, otro desplazado de la hoy ciudad fantasma de Tawargha, aporta los detalles a IPS. “Un grupo de hombres en una furgoneta con una pegatina de Misurata, vino a preguntar si éramos de Tawargha. Al día siguiente, otros cuatro entraron a tiros, mataron a Abu Muntalib e hirieron a dos más», cuenta.

Tawargha, que fue una próspera localidad libia de 30.000 habitantes, se convirtió en cuartel general de Gadafi durante el terrible asedio a Misurata. La sed de venganza parece todavía insaciable.

Familias desplazadas aportaron a IPS una lista con los nombres de los secuestrados por las milicias de Misurata en las últimas semanas, la mayoría a la entrada misma del campamento.

“No nos atrevemos a salir, pero ya ni siquiera nos sentimos a salvo dentro», lamenta Yousef Mohammad, un desplazado de 20 años que se recupera de un balazo en su pierna izquierda, también recibido a la entrada del campo.

Pero el descontento no es exclusivo de los más desfavorecidos en Libia.

Licenciado en derecho en la Universidad de Londres, Wail Brahimi es uno de esos ciudadanos que volvió de un exilio forzado al calor de la revolución para “contribuir a la construcción de la nueva Libia”. No es tarea fácil.

Hasta ahora, «si una milicia no atacaba a la vecina era porque sabía que aquella también estaba armada hasta los dientes», dice a IPS. «Hemos evitado el abismo gracias a un precario equilibrio de fuerzas. Pero, desde el viernes pasado», reflexiona, «puede que ya nos encontremos a las puertas de una guerra civil».

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