Miles de familias campesinas de Pará, en el noreste de la Amazonia brasileña, apuestan por la palma africana y se asocian con empresas del sector de los biocombustibles. “Un bicho raro”, con desafíos culturales y económicos.
La finca de Antônio de Oliveira huele a una mezcla de naranjas, pimienta negra y urucú (Bixa orellana), un colorante natural del trópico americano, también conocido como onoto o achiote, que tiñe de rojo toda la pequeña propiedad.
“No sabía nada de palma… es muy diferente trabajar con esto, es un bicho raro y complicado”, contó Oliveira, asociado con la empresa Biopalma desde hace tres años para plantar la palma Elaeis guineensis, llamada “dendê” en Brasil.
Biopalma pertenece al grupo minero Vale y tiene 60.000 hectáreas propias de dendê, una especie ajena al bioma amazónico. Mediante su Programa de Agricultura Familiar se asocia, además, a pequeños productores para comprarles su producción.
La empresa utilizará el aceite de la palma como materia prima de biodiesel para mover los vehículos y maquinarías de su actividad minera.
“No estaba preparado para el dendê. Me disgusta estar contando cuántas plantas tengo o hacer un cuadrado para sembrarlas. Lo hice aquí y allá”, explicó a IPS el campesino de 65 años, que antes sobrevivía de vender pimienta, naranjas y urucú.
Oliveira comenzó a trabajar a los 10 años “de sol a sol” como jornalero, y su falta de estudios lo persigue. “Cuando escribo algo, mi mujer me dice que faltan muchas letras”, contó entre risas.
Las cuentas las aprendió por necesidad. La usa para calcular, por ejemplo, qué rendimiento tendrá el dendê, cuyas plantas demoran cinco años para producir a plenitud.
Actualmente, cosecha unos 8.000 kilogramos cada quincena y gana unos 120 dólares por tonelada. Eso apenas alcanza para “cubrir gastos”, porque tiene que pagar a cuatro ayudantes.
Pero, a diferencia de la pimienta que da una cosecha anual, el dendê produce una cada 15 días. Así que espera poder comprarse pronto una camioneta “de lujo” para transportar sus productos y llevar a pasear a la familia.
“Mi sueño es conocer (la ciudad sureña de) Rio Grande do Sul. Cuando haga calor, con frío no voy”, bromeó el hombre, acostumbrado al caliente clima amazónico.
“Los agricultores asociados tienen problemas con la gestión de sus emprendimientos. Oliveira ya trabaja con varios productos y en la práctica es un pequeño empresario. Tiene que saber cuánto entra y sale, cuánto gasta en cada cultivo”, explicó a IPS el técnico de Biopalma, Charles Vilarino.
La empresa es socia de 350 familias y para 2015 planea incorporar a 1.650 más que en total explotarán 20.000 hectáreas.
Los agricultores reciben créditos del gobierno federal para ingresar al programa y, a cambio de dedicar un máximo de 10 hectáreas a la palma, obtienen asistencia técnica y la garantía de compra de su producto por 30 años.
Pero las dificultades abundan. En el norte del estado de Pará muchos agricultores carecen de transporte y no acostumbran a crear cooperativas para subsanar colectivamente sus problemas.
“Me dijeron que en breve tendremos que llevar el fruto a la planta (de Biopalma en el municipio de Mojú), y no tengo camión. ¿Cómo haré?”, se preocupó Oliveira.[related_articles]
Biopalma intermedia para que instituciones como el Servicio Brasileño de Apoyo a las Micro y Pequeñas Empresas (Sebrae) den cursos de gestión y cooperativismo a los agricultores.
“No podemos obligarlos a organizarse en cooperativas. Eso debe surgir de nuestros socios. Pero trajimos a Sebrae porque les interesó”, explicó a IPS el analista de comunicación y proyectos sociales de Biopalma, Sauer Teles.
Un informe de junio del Centro de Monitoreo de Agrocombustibles, del medio periodístico y de investigación Repórter Brasil, indaga sobre las incompatibilidades de la cultura del dendê en la agricultura familiar de Pará.
La investigación advierte que el programa gubernamental Eco Dendê, que apoya la dedicación campesina al cultivo con líneas de crédito, “puede no representar el futuro promisorio tan soñado por los agricultores familiares” y sus “promesas de ganancias” pueden terminar siendo falsas.
“Mucho se prometió y poco se discutió sobre sus impactos en los modos de vida tradicionales” de estas comunidades, analiza el juez Marcus Barberino, especialista en relaciones laborales en el campo, citado por el informe.
Belém Bionergia, una empresa mixta de la estatal Petrobras y la portuguesa Galp, también impulsa el dendê para biodiésel.
La compañía tiene acuerdos con 280 familias y proyecta sumar 600 en total.
En el camino a entrevistar a uno de esos agricultores, IPS encontró la finca de una familia campesina ajena a la nueva cultura del dendê.
De sus ocho integrantes, solo un bebé de un año no trabajaba en aquel momento. El padre, Reginaldo Dias, cocinaba la harina de mandioca (yuca) en un horno de leña. Los ancianos y los niños descascaraban la raíz, mientras la esposa la rallaba.
Es una forma de sobrevivencia, pero también un ritual cultural. El excedente de harina para consumo familiar, lo venden en el mercado para comprar “lo que falta: azúcar, frijol y arroz”, relató Dias a IPS.
A pocos kilómetros vive José Ribamar Silva, uno de los socios de Belém Bionergia.
Hace año y medio plantó dendê en 10 hectáreas de su finca. En las 15 restantes sigue cosechando piña, urucú, pimienta, mandioca y frijol, junto con cultivos propios amazónicos.
“La agricultura en nuestra región es más de mandioca y pimienta. Hubo una época en que la pimienta daba muchas ganancias, pero ya no, demasiado trabajo para poco dinero, así que cuando llegó el dendê decidí meterme”, contó Silva a IPS.
Espera que la palma le permita “poner a los hijos a estudiar» y explica que su futuro “es lo más importante para mí”.
“No se salta a un modelo verde sin abordar la cuestión social”, sentenció João Meirelles, director del Instituto Peabirú, que asesora a empresas vinculadas con la palma en temas socioambientales.
Cuando las grandes empresas llegan con sus exigencias de regulaciones o de legalidad “puede producirse un ‘shock’ en una región con otro contexto social y de propiedad de la tierra, con cuestiones básicas sin resolver”, dijo a IPS.
En Pará, la renta mensual no llega a 50 dólares por persona. Solo cuatro por ciento de los campesinos tienen título de propiedad y el analfabetismo afecta a entre 40 y 50 por ciento de la población. Además, se mantiene el hábito de quemar el bosque para sembrar.
Los ritos agrícolas no cambian “de la noche a la mañana”, dijo Meirelles. A su juicio, el desarrollo de la palma en la Amazonia, “basado en megaempresas con excelencia, es de cierta forma incompatible con la agricultura tradicional familiar”.
Pero esas empresas, considera, pueden jugar “un papel de transformación”, fortaleciendo la ciudadanía de las comunidades campesinas de Pará.