«Yo fui cazador. Maté muchos animales», reconoció Rosalino Ortiz, representante de Mashiramo, una organización campesina para el monitoreo de la biodiversidad del Macizo Colombiano, donde la cordillera de los Andes se ramifica, en el sureño departamento del Huila.
Después de los talleres de «sensibilización» del programa de Oportunidades Rurales del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, financiado por el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA), «ya uno cambia esa mentalidad. Y proyecté un negocio con mis compañeros», en total 24 socios.
Ahora, Ortiz habla de turismo ecológico. Y reconoce que «hay más plata». Entretanto, capacitado por el programa, ya es tecnólogo y proyecta ser ingeniero forestal «para aportarle capacidades a la organización».
«Es uno de los mejores programas. Nos consignan la plata en la cuenta nuestra. Confían en nosotros, las comunidades de base», dijo convencida Cielo Báez, de la Asociación de Productores Agroecológicos de la Cuenca del Río Anaime, Apacra, un sector del también montañoso municipio de Cajamarca, en el central departamento del Tolima.[related_articles]
«Nosotros decidimos qué es lo que necesitamos realmente, por eso el éxito del programa. A veces mucha gente lo hace desde el escritorio», y dispone, sin consultar a las comunidades, qué herramientas enviarles, elementos que después «resultan arrumados», agregó Báez.
Las familias de esta asociación, que se turnan para trabajar colectivamente en las fincas de los asociados, tal como lo contaron a IPS en Anaime en septiembre de 2012, ya no se amilanan por recibir un préstamo de 15.000 dólares porque, dice Báez, «tenemos acompañamiento de contador y auditor».
«El FIDA, a través de Oportunidades Rurales, ha permitido que nuestras familias tengan una mejor calidad de vida. Porque trabajan de manera integral, entonces nos fortalecemos integralmente», dijo la mujer a IPS.
«Con ellos nos hemos capacitado. Somos 15 familias con más o menos dos jóvenes en cada una: unos 30 jóvenes que han tenido ya acceso a la educación. Ahora son campesinos, pero con estudio. E involucramos a toda la familia: ancianos, niños», agregó.
La clave para obtener respaldo de Oportunidades Rurales/FIDA es la palabra «negocio». Por eso, el programa redundó en conseguir que productores dispersos se asociaran en los más diversos puntos del país.
Andrés Silva, director de Oportunidades Rurales, conversó con estos dos campesinos frente a Kanayo Nwanze, presidente del FIDA, quien llegó a Colombia tras recorrer en Perú las iniciativas que respalda esta agencia de la Organización de las Naciones Unidas, creada para apoyar proyectos de vida y desarrollo de los más pobres del sector rural en el mundo.
«Esta es la badea. Este es el plátano hartón. Este, el cacao. Este, el fríjol. Esta es piñuela. Tenemos el tamarindo», iba indicando a Nwanze el campesino Omar Caicedo, de la Cooperativa Agropecuaria de Usuarios Campesinos del Patía, en el suroccidental departamento del Cauca.
Nwanze, natural de Nigeria, experto en ciencias agrícolas y entomólogo, conocía la mayoría de los frutos. Hasta que Caicedo le mostró «hacepuede», «un fruto exótico. Es dulce, lo puede probar en jugo o así. También es medicinal. Lo puede dejar en el sereno y tomarlo en ayunas. Sirve para las amebas», explicó.
El presidente del FIDA señaló que, «unos años atrás, en mi campaña para que los gobiernos y la comunidad del desarrollo reconocieran que la pequeña agricultura era un negocio y había que hacerla atractiva para los jóvenes», no sabía que «todo eso ya se estaba haciendo en Colombia».
Nwanze se mostró «muy impresionado al ver gente joven trabajando en agricultura y actividades relacionadas como un negocio que genera ingresos».
IPS ha encontrado otros proyectos comunitarios respaldados por Oportunidades Rurales/FIDA, como Ecopollo, de las jefas de hogar de la Asociación Municipal de Mujeres Campesinas de Lebrija, Ammucale, en el centro-oriental departamento de Santander. Gracias a sus galpones con 1.800 aves de corral, que venden en mercados y tiendas cercanas o a sus vecinos, algunas incluso ya han podido mandar a sus hijos a la universidad.
Ellas remarcan que han educado a sus hijos en el amor al campo y que el estudio universitario será para que los jóvenes retornen a Lebrija con más capacidades.
O la Corporación de Recuperación Comunera del Lienzo del municipio de Charalá, también en Santander, donde 70 familias formaron una cadena productiva que comienza con el cultivo de algodón orgánico y culmina en el Museo del Lienzo, una gran casa de esquina del pueblo, pasando por técnicas ancestrales de hilado, teñido y tejido del extinto pueblo guane de esa región, que fue famoso por sus telas.
Oportunidades Rurales/FIDA comenzó en 2007 y termina formalmente este 2013, tras haber financiado más de 1.700 iniciativas. Ahora debe reinventarse. «No se va a invertir en las mismas familias», confirmó a IPS su director Silva.
La perspectiva es que estas asociaciones que se convirtieron en pequeñas empresas del campo transmitan a más grupos de familias sus buenas prácticas y puedan advertirles, también, sus propios errores, para que la experiencia se multiplique.
Uno de los objetivos centrales es desincentivar la migración a las ciudades y ofrecer alternativas rurales.
De hecho, los campesinos de Mashiramo se están preparando para ser una red local que articule a otras organizaciones, «ser nosotros los empresarios y poder compartir nuestros conocimientos», dijo Ortiz.
Lo que queda es conocimiento organizado para que pueda ser replicado. Pero aprendizaje no solo para y entre las comunidades.
También quedan para el Ministerio y para el FIDA las tesis del programa: «Que tenemos que apoyar a la gente, buscar el conocimiento, propender a encontrar esos tesoros que hay en las culturas locales, propiciar que el talento local se replique más allá de las familias», en todo el municipio, dijo Silva.