Los páramos de Ecuador, fuentes cruciales de agua, dan señales de fragilidad extrema para sostener la supervivencia de sus especies y la conservación del precioso recurso hídrico.
El páramo es un ecosistema de alta montaña –entre 3.200 y 4.200 metros sobre el nivel del mar– y es uno de los más vulnerables de Ecuador. La amenaza proviene de las alteraciones climáticas, la deforestación y los cambios en el uso del suelo.
El sapo jambato (Atelopus ignescens) ya desapareció de los páramos, y se teme por la supervivencia de varias especies de mamíferos.
La ciencia describe al páramo como «una esponja» orgánico-mineral, que almacena grandes cantidades de agua dulce y la libera de forma continua, suministrando recursos hídricos e impidiendo grandes variaciones en los caudales de los ríos.
Pero el páramo tiene una capacidad limitada para recuperar su estructura y biodiversidad originales, explicó a Tierramérica el fundador de la organización científica EcoCiencia, Patricio Mena.
«Es intrínsecamente muy frágil, por lo que cualquier intervención, e incluso lluvias y vientos, causan efectos notables a corto, mediano y largo plazos. Por tanto hay que tratarlo de una manera muy suave», añadió.
Los páramos van desapareciendo o simplemente el recurso es absorbido por la permeabilidad de los suelos volcánicos, se sostuvo en el VII Seminario Iberoamericano de Periodismo Científico, celebrado el 16 y el 17 de mayo en la sureña ciudad de Loja.
Una cuestión delicada es su «explotación como zonas petrolíferas», dijo a Tierramérica en ese encuentro el español Seber Ugarte, profesor del departamento de comunicación de la Universitat Abat Oliba CEU y actual investigador invitado de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL).
Por eso importa «preservar estos ecosistemas en función de los recursos hídricos, bioenergéticos y su biodiversidad, por encima de intereses económicos y políticos», añadió.
Mena apuntó que el páramo es un proveedor hídrico de comunidades indígenas y de las grandes ciudades. Quito «depende casi 100 por ciento de las aguas que se generan y almacenan en los páramos circundantes», indicó.
Un estudio del Proyecto Páramo Andino (PPA) sostiene que 18 de las 24 provincias ecuatorianas tienen páramos. Los más importantes son los de Napo, en el centro-norte, y los de Azuay y Morona Santiago, en el sur.
El PPA fue una iniciativa, culminada en 2012, del Fondo para el Medio Ambiente Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Se aplicó en Ecuador, Venezuela, Colombia y Perú, donde se realizaron trabajos de investigación y manejo participativo de las comunidades. EcoCiencia fue la contraparte ecuatoriana.
De acuerdo al documento «Distribución espacial, sistemas ecológicos y caracterización florística de los páramos en el Ecuador», estos ecosistemas ocupan a 1,33 millones de hectáreas, aproximadamente cinco por ciento del territorio nacional.
Cerca de 40 por ciento de los páramos están protegidos. La mayor superficie que goza de este estatus se encuentra en el Parque Nacional Sangay, en las provincias de Morona-Santiago, Tungurahua, Chimborazo y Cañar, con 261.062 hectáreas. Del 60 por ciento restante, 30 por ciento está intervenido y 30 por ciento degradado.
Pero Mena, que fue parte del equipo del PPA, advirtió que “es difícil precisar un porcentaje” o calcular un número exacto de hectáreas degradadas. Habría que considerar que «todo el páramo está afectado, porque el cambio climático afecta a todo el ecosistema».
[related_articles]Con todo, los páramos de la cordillera oriental, al ser más húmedos y estar intactos en su biodiversidad original, tienen mayor capacidad de responder a alteraciones ambientales, mientras los occidentales están más afectados.
Por eso Mena prefiere hablar de “un mosaico que va de páramos perfectamente bien conservados a ecosistemas en profundo estado de degeneración que prácticamente se han convertido en desiertos muy frágiles, como los páramos secos de (la central provincia de) Chimborazo”.
Los páramos de este país se caracterizan por una fauna y flora endémica. Hay cinco especies de reptiles, 24 de anfibios y 88 de aves, de las cuales 24 son únicas del lugar.
De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Censos, hay 565.858 hectáreas cultivables en páramos, 4,85 por ciento de las 11,6 millones de hectáreas de la superficie agropecuaria nacional.
Mientras, «la superficie de páramo concesionada para actividad minera disminuyó ostensiblemente, de 40,46 por ciento en 2008 a 12,53 por ciento en 2009», dijo a Tierramérica el ingeniero Fausto López, del Departamento de Ciencias Naturales de la UTPL.
Esas concesiones se concentran en el sur, en las provincias de Azuay, Loja y Zamora Chinchipe.
López cree que «el costo ambiental es alto, debido a la amenaza al hábitat de especies de flora y fauna». Las más susceptibles son «el tapir de montaña, el oso de anteojos y el lobo de páramo, además de los anfibios», detalló.
«Puesto que estas especies requieren amplias áreas para su supervivencia, la estrategia de corredores o redes de áreas protegidas es una de las mejores para conservarlas», añadió.
Pero el biólogo Carlos Iván Espinosa explicó que “un problema en los trópicos es la falta de información histórica sobre especies e incluso sobre el comportamiento del clima».
«Existen muchas especies que aún no han sido descritas y que pueden estar desapareciendo por los efectos de cambio climático», argumentó Espinosa, también investigador de la UTPL.
El gran desafío, recalcó Mena, es tomar conciencia «de que el páramo está todos los días en nuestra vida de una manera indirecta pero fundamental: a través del agua».
* Este artículo fue publicado originalmente el 1 de junio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.