Vehículos blindados y miles de soldados embozados en pasamontañas negros controlan la entrada a Mosul, 350 kilómetros al noroeste de la capital de Iraq. La sensación de ingresar a un territorio ocupado es inconfundible, solo que esta vez no es el ejército de Estados Unidos, sino el iraquí.Parada obligada en la ruta de la seda, Mosul fue conocida durante siglos por la excelente calidad de su mármol y por haber revolucionado la moda del París dieciochesco con su producto más emblemático: la muselina.
Pero el inicio del siglo XXI trajo cambios drásticos a esta ciudad a orillas del río Tigris: tras 10 años en el fuego cruzado entre islamistas, insurgentes y ocupantes, la capital de la noroccidental región de Nínive es hoy escenario de las mayores manifestaciones antigubernamentales desde 2003.
Desde diciembre, se suceden discursos y rezos multitudinarios en la plaza Ahrar, centro de la urbe, tal como en Al Anbar y Saladino, las otras dos provincias iraquíes en las que los árabes sunitas son mayoría.
Cada viernes, día festivo musulmán, las protestas alcanzan su punto álgido.
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«La policía federal sella los puentes sobre el Tigris y cachea concienzudamente a quienes llegan hasta la plaza», explica a IPS el coordinador de las protestas en Mosul, Ghanem Alabed.
«Nos requisan tiendas, mantas, esterillas Tenemos que rezar sobre el suelo porque nos quitan hasta nuestras pequeñas alfombras de oración. Hacen lo imposible para que el campamento no sea estable pero, aun así, dormimos en la plaza cada noche».
Alabed, uno de los rostros más visibles de las protestas, denuncia haber recibido amenazas e intentos de soborno desde Bagdad. Y asegura no ser el único.
«¿Ve aquellos hombres en el tejado?», dice Alabed señalando uno de los edificios anexos. «Son policías y se pasan el día tomando fotos de los manifestantes para identificarlos».
Pero es una misión casi imposible. Son decenas de miles de desempleados, asalariados, niños y ancianos, políticos prominentes y líderes tribales. El jeque Safed al Maula es uno de estos últimos.
«Quien manda hoy en Iraq es Irán. Bagdad está en manos de los safávidas nombre de una dinastía iraní con el que se designa a los chiitas persas y los sunitas estamos sometidos a una marginación sistemática», denuncia este jefe de clan tocado con un turbante rojo.
Otro de los ilustres manifestantes es el gobernador de Nínive, Athiel al Nuyafi, uno de los dirigentes de Al-Iraqiya, el principal bloque opositor en el parlamento nacional y el que concentra el voto sunita.
«Además de las demandas más básicas, como agua, electricidad y empleo, toda esta gente denuncia los abusos a los que nos vemos sometidos por el desequilibrio de fuerzas que ejercen el poder en Bagdad», explica a IPS este prominente disidente al que el primer ministro Nuri al Maliki ha intentado retirar de su puesto en varias ocasiones.
El suyo es un mensaje sencillo pero contundente: «El gobierno en Bagdad ha de caer, no hay otra opción para el país».
«Maliki a la cárcel» «Irán fuera del país» «Abajo el régimen» Tras el rezo multitudinario, se corean consignas antigubernamentales entre banderas iraquíes, desde la actual hasta las que lucen las tres estrellas rojas en la banda blanca central, suprimidas en 2008.
Las mismas consignas pueden leerse en enormes pancartas que cuelgan desde un edificio en construcción junto a la plaza.
En el diario Iraqion («iraquíes»), periodistas denuncian el acoso al que son sometidos por ejercer su trabajo.
«La policía requisa nuestras cámaras y arresta y hostiga a los informadores», aseguran. Mosul sigue siendo una de las ciudades más peligrosas de este país para los periodistas, recuerdan. Desde la invasión estadounidense en 2003, han muerto aquí 43.
Las protestas antigubernamentales empezaron a cuajar en diciembre de 2012, tras el arresto de los guardaespaldas de Rafi al Issawi, prominente líder sunita en el Poder Ejecutivo, donde ocupó cargos de ministro de Finanzas y de viceprimer ministro.
Durante el régimen de Saddam Hussein (1979-2003), muchos puestos de poder fueron ocupados por sunitas, pero no existía la división sectaria que hoy padece Iraq.
Tal es la magnitud de las protestas en Mosul, Faluya y Ramadi (situadas a 60 y 110 kilómetros al oeste de Bagdad respectivamente), que el primer ministro Al Maliki ha denunciado que son promovidas por «agentes extranjeros».
Pero eso no es todo. El 8 de marzo, la policía federal abrió fuego sobre los manifestantes en Mosul, matando a uno de ellos e hiriendo a varios. Entre los muchos testigos se encontraba el médico Ghanim al Sabawi.
«Ocurrió tras el rezo del viernes. Tuvimos que atender a los heridos en la plaza porque la policía impedía evacuarlos en ambulancias», recuerda este médico que dice poder compatibilizar profesión y reivindicación, a pesar de dormir en la plaza casi todos los días de la semana.
Salem al Yubury, portavoz de las protestas, sostiene que los incidentes del 8 de marzo fueron «provocaciones a manos de las fuerzas de seguridad para criminalizar las protestas».
«El gobierno ha perdido popularidad y su única defensa es el ataque», dijo Al Yubury. «Empezamos en diciembre con demandas muy simples y, con el tiempo, se están convirtiendo también en políticas».
La alarmante escalada de tensión entre chiitas y sunitas coincide con la guerra en la vecina Siria, una combinación potencialmente explosiva y que puede poner a este país al borde de un conflicto civil armado.
El portavoz de las protestas no descarta ese escenario. «Nosotros seguiremos buscando de forma pacífica la caída del régimen y un gobierno de transición», asegura. «Pero si no hay cambios, todas las opciones están abiertas».