Es Carnaval en el soleado noroeste argentino y los puestos de comida ambulante se multiplican aquí y allá. Pero algunos son diferentes: ofrecen alimentos cocinados allí mismo por el sol.
Durante las celebraciones del Carnaval de la Puna, que se extiende por casi todo febrero, los intrépidos promotores de la energía del sol echaron a andar unos nuevos «kioscos solares» ambulantes en Tilcara, Humahuaca, La Quiaca, Purmamarca y Uquía, sitios turísticos de la norteña provincia de Jujuy.
Cada kiosco es un carro con ruedas, techo impermeable y una cocina solar que es en verdad una gran pantalla plegable de aluminio, con soportes en su centro para colocar los recipientes donde se cuecen los alimentos.
«La gente es incrédula y al probar se queda asombrada», dice Marta Rojas, encargada de un kiosco inaugurado este mes en Tilcara, el antiquísimo poblado que es epicentro de las festividades. «Necesitan tocar la pantalla para creer, y resulta que se queman», dice riendo a Tierramérica.
El carro también consta de una «garrafa» (bombona) de gas de dos kilogramos para cocinar de noche o en días poco soleados, un bidón de agua, una conservadora, carteles de promoción y enseres de cocina.
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El motor de la iniciativa es la Fundación EcoAndina, que desde hace 25 años trabaja en el desarrollo de distintos aparatos para aprovechar la luz del sol en esa región árida, de lluvias y vegetación escasas y con gran amplitud térmica entre el día y la noche.
Rojas, una maestra, tomó uno de los cursos de cocina con energía solar que dicta EcoAndina y decidió largarse a trabajar en Carnaval con el kiosco, que se adquiere a un precio subsidiado por el proyecto. «No es lo mismo que tenerlo en exposición», dice.
«Hasta ahora hicimos pizza con vegetales y empanadas de quinoa (un cereal típico de la región). Se acercan muchos turistas vegetarianos y se llevan folletos», asegura. «Pero también cocinamos un cabrito con papas doradas», advierte a los carnívoros.
La Puna, en el noroeste de Jujuy, es una de las zonas de mayor radiación solar del mundo, junto con el vecino Altiplano de Bolivia parte de la misma ecorregión y las mesetas del Tíbet y de Afganistán.
En ese verdadero laboratorio para la energía solar, EcoAndina ha instalado ya unos 900 equipos que se diseñan y se arman en la misma zona: cocinas familiares y comunitarias, calefactores, termotanques y colectores de agua caliente en más de 30 pueblos aislados.
El empeño cuenta con apoyo técnico y financiero de la embajada de Alemania en Argentina y de la organización no gubernamental de ese país Wisions, con la misión de generar desarrollo y empleos sostenibles mediante esta fuente de energía limpia y renovable.
La diseñadora industrial Virginia Bauso es quien inventó los kioscos solares. Hace dos años, ella y sus colegas salieron a promocionar esta energía en Tilcara con un grupo que mostraba cómo cocinar sándwiches tostados. «Fue un éxito», cuenta a Tierramérica.
De ahí surgió la idea de diseñar un carro autoportante y con cocina solar. «Como aquí las mujeres son las principales emprendedoras, apuntamos a ellas, y en 2011 empezamos con prototipos, cursos y simulacros en la calle», describe.
Desde comienzos de 2013, una decena de kioscos se desplegaron en varios poblados, aprovechando el flujo de visitantes nacionales e internacionales que llegan para vivir el particular Carnaval que mezcla mitos y tradiciones indígenas, criollas y españolas. «Queremos que sea una alternativa sana, que no caiga en manos de cualquier comerciante que lo use para vender salchichas y papas fritas. Hacemos cazuelas de verduras y quinoa, tacos de choclo con cebollas y cosas así», describe la diseñadora.
Para beber, cada kiosco ofrece té de coca frío o caliente, con limón, canela y azúcar, que ayuda a combatir el «apunamiento» o mal de altura, ya que la región está entre 2.700 y 4.600 metros sobre el nivel del mar.
Las mujeres que manejan los kioscos aprovechan el sol de la mañana para cocinar con la máxima potencia. Hervir un litro de agua insume 12 minutos.
La pantalla de aluminio es un gran plato refractante de 1,20 metros de diámetro, que «tiene sus trucos», revela Bauso. Hay que enfocarlo correctamente hacia el sol y moverlo con delicadeza, desenfocando la pantalla o colocando un difusor, para bajar o subir la temperatura.
Los mejores recipientes, dice la diseñadora, son los de hierro oscuro, pero también se puede utilizar aluminio. «Las mujeres, en general, prefieren traer sus propias ollas», describe.
Para la noche o los días nublados, se cocina con anticipación o se utiliza el gas envasado. Además, cada kiosco es un puesto vivo de promoción de energía solar para lo cual cuenta con folletos elaborados por EcoAndina.
De esta manera, una fuente que venía creciendo en silencio en un puñado de pueblos solitarios de la Puna, comienza a ser más conocida en el resto del país.
La difusión ha traído interesados de otras provincias argentinas. Pero Bauso cree que esa expansión es todavía prematura.
«Las cocinas necesitan aún de nuestra mano. Estamos armando un manual de uso. Tampoco queremos que sea para cualquiera, sino para alguien que se interese por la energía solar y por cocinar de manera sana, higiénica y segura», opina.
Argentina, un país con importantes recursos de petróleo y gas natural, tiene asimismo un enorme potencial para desarrollar las fuentes eólica y solar que sin embargo representan apenas 1,1 por ciento de su matriz energética.
Pero no es que no hagan falta las fuentes alternativas, sobre todo en las zonas aisladas y pobres.
«Mucha gente de los pueblos del interior se interesa por esta tecnología porque al campo no llega el gas de cañería, la garrafa es cara y cada vez queda menos leña, lo que significa también un creciente problema de desertificación», explica Bauso.
En esa región tan árida, las familias utilizan como leña la tola (Parastrephia lepidophylla), la queñoa (Polylepis tarapacana) y la yareta (Azorella compacta). Pero estas especies vegetales, que sirven también de alimento a las llamas, están escaseando, y cada vez hay que ir más lejos para conseguirlas.
Según estimaciones de EcoAndina, el consumo de leña cae entre 50 y 70 por ciento con una cocina solar. La gente del lugar se va acostumbrando a emplearlas en un entorno donde «si hay algo que sobra es sol», dice la diseñadora.
Y las familias comienzan a incorporar la experiencia como un legado a su descendencia. «Estamos vendiendo cocinas como regalo de bodas de padres a hijos», cuenta Bauso.
* Este artículo fue publicado originalmente el 16 de febrero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.