La árida Puna del noroeste de Argentina era más verde hace miles de años. Transformaciones climáticas forzaron a sus pobladores originarios a desarrollar estrategias de adaptación que podrían aportar lecciones, señalan científicos.
"La Puna siempre fue una zona desértica, pero hasta hace unos 10.000 años había mayor cobertura vegetal y los lugares productivos eran mucho más abundantes porque llovía todo el año", explicó a Tierramérica el arqueólogo Hugo Yacobaccio, de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
En el transcurso de algunos miles de años se sucedieron cambios que acabaron imponiendo condiciones de extrema aridez.
Según los registros del clima antiguo, uno de los factores fue el fenómeno El Niño/Oscilación del Sur (ENOS), que se presenta desde hace por lo menos 3.000 años. Parte del sistema que regula el calor en el trópico oriental del océano Pacífico, el ENOS está pautado por cambios en la temperatura de la superficie oceánica y en la presión atmosférica.
Pero el período entre los años 6000 y 2000 antes de Cristo se caracterizó por una intensa aridez en las latitudes bajas del planeta. "Es el momento en que se forma el desierto del Sahara en el norte de África, que antes era una sabana", remarcó Yacobaccio.
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Las poblaciones debieron adaptarse a los nuevos retos. "Los grupos de cazadores-recolectores redujeron su movilidad aumentó la densidad poblacional relativa, y se agruparon en torno a pequeños oasis o refugios ecológicos", añadió Marcelo Morales, también arqueólogo de la UBA. Distintos estudios paleoambientales entregan evidencias de que en esa etapa disminuyó mucho la presencia humana en esos escenarios, pero no desapareció.
"El objetivo final de estos estudios es entender mejor cómo funcionaba la sociedad hace miles de años en torno a las variaciones climáticas y rescatar esto como experiencia frente al calentamiento global actual, mucho más acentuado", dijo Morales.
Los dos investigadores trabajan en el Instituto de Arqueología de la UBA y en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, y se dedican a la arqueología ambiental, que estudia las relaciones entre las sociedades del pasado y el uso que hacían del ambiente.
Ya han publicado varios trabajos, concentrándose en un escenario y una coyuntura que resulta clave por diferentes motivos.
La Puna es una meseta de alta montaña que, con diferentes nombres y características, se extiende por el sur de Perú, el noreste de Chile, el occidente de Bolivia y el noroeste de Argentina. Las áreas del lado argentino, salpicadas por salares, están entre las más áridas de los escenarios puneños.
Es además, explicó Yacobaccio, una de las pocas regiones del mundo en la que se puede registrar un proceso autóctono de transición de grupos de cazadores-recolectores hacia sociedades más sedentarias y complejas dedicadas al cultivo y al pastoreo.
"Este pasaje se puede detectar en cinco o seis lugares del mundo, y de esos pocos sitios se expandió al resto", añadió. Los otros lugares donde se ha documentado esa transición son Medio Oriente (Israel, Turquía, Siria), China, Mesoamérica (sur de México y norte de América Central) y Perú, precisó.
Los sistemas desérticos son muy frágiles, sin amortiguación posible ante cambios bruscos de clima. "Por eso creemos que hay un impacto seguro de estos cambios sobre las poblaciones, porque desaparecen arroyos, aguadas, humedales", remarcó.
La flora fue raleando y los animales de caza se dispersaron. Algunos pobladores migraron y otros comenzaron a ver que les convenía permanecer más tiempo en sitios más aptos, donde era más seguro obtener recursos básicos como el agua, el alimento o las fuentes de energía, añadió Morales.
Esos lugares estaban casi siempre a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, donde subsistían humedales y cursos de agua.
"Si antes se movían en bandas de 15, ahora confluirán en grupos de 70 personas en torno a estas áreas, y eso marca el comienzo de la experimentación con ciertas prácticas económicas como la domesticación de camélidos", guanacos y vicuñas que eran los mamíferos silvestres por excelencia, ejemplificó.
En menor medida, se adoptó el cultivo de especies como el zapallo, la quinoa, la papa y otros tubérculos, aseguró.
"Todo esto genera cambios de hábitos porque estos refugios donde puede darse el pastoreo y el cultivo, y donde se consigue leña, son ahora zonas aisladas entre sí y separadas por desiertos", remarcó Morales.
En sus investigaciones de campo, hallaron evidencias de aldeas incipientes, restos de instrumentos, bolsas tejidas con fibra vegetal y cultivos adaptados de los valles. "Hasta se camina por distintos lugares", sostuvo Yacobaccio.
Con el cambio de clima variaron también las estrategias de caza, que pasó de ser solitaria a grupal y con avistaderos. Se inició un procesamiento más intensivo de las presas y una mayor planificación en general.
Los grupos asentados en zonas húmedas "comienzan a intervenir más en la selección de animales para la domesticación, dejando a un lado los más ariscos, y eso tiene un impacto sobre el recurso", definió el arqueólogo.
Otros investigadores que trabajan en zonas muy áridas de la Puna salada, están replicando un sistema de manejo de riego que tiene miles de años en cultivos actuales, y está resultando eficaz, dijo Morales.
"Hay una idea de extrapolar la experiencia pasada, para sumar alternativas y mejorar el manejo actual ante condiciones climáticas que acentuaron sus rasgos", concluyó.
* Este artículo fue publicado originalmente el 4 de agosto por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.