ZIMBABWE: Vendedores ambulantes en guerra con la policía

Hay similitudes entre la vida de Mohammad Bouazizi, el vendedor ambulante de frutas tunecino que desató la Primavera Árabe, y Francis Tichareva, un comerciante del mismo ramo en Zimbabwe.

Tichareva sigue vendiendo sus furtas, pese a la represión policial Crédito: Stanley Kwenda /IPS
Tichareva sigue vendiendo sus furtas, pese a la represión policial Crédito: Stanley Kwenda /IPS
La ola de movimientos populares en varias naciones árabes comenzó al finalizar 2010 en Túnez, después que Bouazizi se prendió fuego el 17 de diciembre de ese año en protesta por la confiscación por la policía del carro con el que vendía frutas para sobrevivir.

La inmolación de Bouazizi, de 26 años y que murió el 4 de enero de 2011, desató las protestas que hicieron que, finalmente, el presidente Zine el Abidine Ben Alí entregara el poder y abandonara Túnez el 14 de enero.

Un año después, Tichareva también hace modestas ganancias empujando su carro de frutas en el central distrito de negocios de Harare.

Él, igualmente, tiene miedo de que la policía confisque sus productos, ya que está en marcha una campaña para expulsar de la ciudad a los vendedores ambulantes sin licencia.

Tichareva comenzó a trabajar como vendedor de frutas en 2008, cuando cerró la fábrica de ropa donde estaba empleado.

"Me cansé de buscar trabajo, y la única forma de ganarme la vida era fabricarme este carro y comenzar a vender fruta", dijo Tichareva a IPS, mientras se mantenía alerta ante la posible llegada de uniformados.

Policías y funcionarios del Consejo Municipal de Harare recorren la ciudad en camiones arrestando a los vendedores que no tienen licencia y confiscan su mercancía.

Las redadas son por lo general violentas, y por tanto los vendedores se han organizado para responder. El 11 de este mes, el centro de Harare se convirtió en escenario de enfrentamientos entre policías y comerciantes.

Durante las primeras dos semanas de este mes, varios agentes resultaron heridos, y un puesto policial se vio obligado a cerrar durante los combates.

El diario local The Zimbabwean informó que dos vendedores tuvieron que ser hospitalizados luego de haber sido torturados por la policía. El periódico añadió que periodistas de otro medio local, el Daily News, habían sido detenidos mientras cubrían los sucesos.

Aunque las protestas están aún lejos de desatar una revolución en Zimbabwe, la determinación de los comerciantes a luchar por su sustento es una señal de que la población ya no está dispuesta a permanecer en silencio ante su sufrimiento.

Eldred Masunungure, conferencista en la Universidad de Zimbabwe sobre temas políticos y sociales, dijo al Daily News que los enfrentamientos de civiles con policías era algo sin precedentes en este país de África austral.

"La gente está harta de sufrir, y esa podría ser la única forma en que pueden mostrar su resentimiento. La mayoría han tratado de sobrevivir vendiendo, pero ahora la policía actúa duro con ellos", señaló.

Muchos de los vendedores, como Tichareva, no pueden pagar las cuotas mensuales de 125 dólares para obtener los permisos legales. El comerciante dijo a IPS que solo ganaba 90 dólares al mes.

La historia de Bouazizi no pasó inadvertida en Zimbabwe.

Cerca de donde Tichareva vende sus frutas hay un puesto de diarios, a los que ojea cada tanto. Dijo a IPS que leyó sobre la historia de Bouazizi, pero aclaró que él no optaría por protestar inmolándose.

"Leí lo que ocurrió, pero yo no me mataría. Si la policía me ataca, yo responderé", señaló.

Muchos otros vendedores comparten los sentimientos de Tichareva. Mujeres y hombres continúan inundando el centro de Harare con todo tipo de mercancías, desafiando la represión policial.

"Nos enfrentamos con los policías porque son los que comenzaron a atacarnos. Toman nuestros productos para comer o vender en sus casas, cuando nosotros tratamos de sobrevivir", dijo a IPS la comerciante Tafadzwa Nyamupfachitu, de 27 años, madre de trillizos de seis años.

Ella vende frutas, cigarrillos y tarjetas telefónicas. "Estamos molestos por esto, porque nosotros también queremos sobrevivir. Tenemos derecho a disfrutar libremente en el país que nacimos… No podemos convertirnos en criminales o recurrir a la prostitución para sobrevivir", afirmó.

No obstante, el edil de Harare y presidente de la Asociación de Concejales Electos de Zimbabwe, Waship Dumba, dijo que los arrestos eran necesarios para mantener el orden en la ciudad. Los vendedores "deben operar en las áreas asignadas", señaló.

El desempleo en este país afecta a 90 por ciento de la población económicamente activa, según el Congreso de Sindicatos Zimbabwenses. La mayoría de los vendedores solían trabajar en industrias que han cerrado debido a la larga crisis económica.

El Comité por la Carta de los Pueblos (CPC, por sus siglas en inglés), agrupación que lucha por políticas a favor de la población, señaló en una declaración que la represión de los vendedores era una señal de ignorancia sobre cuán importantes eran esos comerciantes para la economía.

"El Consejo no entiende la importancia de la economía informal para el sustento de miles de zimbabwenses. No solo demuestra ignorancia, sino insensibilidad ante los intereses y las circunstancias que sufren los residentes", señaló el CPC en una declaración.

"El CPC llama a un inmediato fin de esas acciones antidemocráticas que privan de derechos a los pobres, y (exhorta) al Consejo a que presente de inmediato un completo plan de creación de empleos", añadió.

Pero Dumba insiste en que los vendedores callejeros necesitan licencias para operar en la ciudad.

"No podemos dejar que la gente cause una total confusión en el centro solo porque hay mucho desempleo en el país. No podemos permitir que vendan sus cosas en cualquier lugar. Estamos preocupados por temas de salud e higiene", indicó.

La lucha de Bouazizi para tener una vida digna es común en Zimbabwe.

Joel Njagi y su hijo Tinashe venden hachas y azadas en el centro de Harare. Son parte de los vendedores que se enfrentaron con la policía en las últimas protestas.

No conocen otra tarea que la que realizan hoy. Para ellos sería muy duro buscar otro oficio. Por eso, el anciano Njagi prometió atacar con su hacha a cualquiera que intentara sacarle sus cosas.

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