Un movimiento se está gestando entre los municipios de Argentina que buscan resolver el destino de sus residuos produciendo energía limpia y económica.
Más de 650 personas tomaron los cursos que dicta desde 2006 la Fundación Proteger en el municipio de Cerrito en la oriental provincia de Entre Ríos que, con 6.000 habitantes, tiene dos biodigestores funcionando y un tercero en construcción.
El biodigestor es un recinto sin oxígeno donde se colocan residuos orgánicos desechos vegetales y estiércol para que bacterias anaerobias se alimenten de la materia y produzcan gas metano y fertilizantes ricos en nitrógeno, fósforo y potasio.
"El biogás se utiliza para cocinar, para la calefacción y para producir electricidad", explicó a Tierramérica el ingeniero Leonardo Genero, coordinador del Programa sobre Tecnología Socialmente Apropiada de Proteger y encargado de la capacitación en Cerrito.
A los cursos acuden autoridades y técnicos municipales, profesionales, estudiantes, productores agropecuarios y personal docente de al menos una docena de provincias argentinas y de Bolivia, Chile, España, Paraguay, Perú y Uruguay.
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"Es un fenómeno sorprendente que se agudizó en los dos últimos años", dijo a Tierramérica el director general de Proteger, Jorge Cappato. El de los residuos orgánicos "es un asunto en el que está todo por hacer", añadió.
Además de Cerrito, ya incorporaron esta tecnología los municipios de Emilia y de Zenón Pereyra, en la nororiental provincia de Santa Fe, y otras localidades que están haciendo pruebas con pequeños reactores.
Según Cappato, los residuos municipales suelen quemarse o depositarse en basurales a cielo abierto. En el mejor de los casos, van a rellenos sanitarios, un método destinado a que no se filtre contaminación al suelo y el agua subterránea, pero que tiene riesgos y es costoso.
Según Genero, los biodigestores se pueden construir para una casa particular, una escuela, un barrio o un establecimiento agropecuario. "La propuesta del curso es para zonas rurales alejadas, sin acceso fácil al gas envasado o al abono en bolsas", dijo.
Además, "es una de las pocas tecnologías que sirven para mitigar el cambio climático porque no emite nada de gases de efecto invernadero", aseveró.
En Argentina, con 40 millones de habitantes, funcionan apenas entre 70 y 100 biodigestores, indicó Genero. Pero, a diferencia de ciudades europeas que han adoptado esta tecnología, en esta región el potencial de materia orgánica es muy grande.
El intendente (alcalde) de Cerrito, Orlando Lovera, dijo a Tierramérica que "la ciudad está muy concientizada de aprovechar los residuos y cuidar el ambiente".
Uno de los biodigestores, construido por convenio entre Proteger y la Universidad Nacional del Litoral, funciona en un conjunto de viviendas para 300 personas al lado de la estación del ferrocarril, en el que se alojan delegaciones deportivas y culturales que visitan Cerrito. Provee a todas esas casas de combustible para calefaccionar y cocinar.
Otro reactor funciona en un barrio semi-rural y suministra gas y electricidad a su escuela.
El tercero, en construcción, es el más ambicioso y el que despierta mayor entusiasmo local. Está calculado para alimentarse con residuos orgánicos de 10.000 personas, 68 por ciento más que la población actual, calefaccionar una de las piscinas del complejo deportivo e iluminar sus estadios.
El biogás producido no es suficiente para autoabastecerse o reemplazar por completo el gas envasado, pero es un complemento y resuelve el problema de la basura orgánica, dijo Lovera.
Cerrito tiene un relleno sanitario para desechos orgánicos, del que podría prescindir con el tercer biodigestor, y una planta donde se procesa vidrio, cartón y plástico destinados a la venta.
"Lo que motiva a muchos otros municipios a venir a los cursos es que se requiere una muy baja inversión, y se puede hacer con recursos propios", subrayó Lovera.
La bióloga Viviana Granados, del municipio bonaerense Malvinas Argentinas, tomó el curso de Proteger y logró construir un biodigestor en la granja zoológico Yku-Huasi de la ciudad Ingeniero Pablo Nogués.
"Buscábamos soluciones ambientales a los residuos sólidos urbanos", relató a Tierramérica. Se inició entonces la separación en origen de la basura, y se diseñó un biodigestor para el zoológico.
"La idea era calefaccionar el recinto de las boas, que necesitan calor", dijo Granados. Como materia orgánica se emplea "el estiércol de vacas de la misma granja".
El pequeño reactor, para el que se usó una vieja caldera con capacidad de 2.000 litros, requiere una carga diaria de 50 litros de estiércol. La calidad del gas que produce "es excelente", dijo la bióloga. "Una llama totalmente azul, con buena cantidad de metano".
Pero este esfuerzo no ha derivado en un plan mayor para procesar todos los residuos de Ingeniero Pablo Nogués, que tiene 320.000 habitantes.
De todos modos, apuntó Cappato, hay "un cambio de mentalidad".
El abono resultante se emplea en huertas y viveros municipales. Y se crea conciencia sobre la necesidad de las reservas naturales para el ecoturismo, para crear "empleos verdes" o valorar especies autóctonas para el arbolado público, describió.
"Los dirigentes políticos se motivan mucho en los cursos, y estamos pensando en lanzar en 2012 una red de municipios amigables con el ambiente, que cumplan con ciertos requisitos, compromisos y presupuestos", adelantó.
* La autora es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 24 de diciembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.