Entre los múltiples ángulos que las elecciones en España merecen, destaca sobre todos la espectacular debacle del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), más que la clara victoria del Partido Popular (PP). Los socialistas han sido sepultados a niveles que no se recuerdan desde el renacimiento de la democracia española en 1976, cuando tuvieron que luchar casi saliendo de la clandestinidad ante la Unión de Centro Democrático (UCD) la coalición de centro derecha con restos del franquismo, que tan bien inventó y dirigió Adolfo Suárez. Del partido de Felipe González, que apenas sobrevivió durante los dos mandatos de Rodríguez Zapatero (más que nada por los errores del PP), no queda prácticamente más que un recuerdo.
¿Por qué ha ocurrido este desastre y de rebote la victoria estelar del PP? El PP ha capturado todas las cincuenta provincias menos media docena. Este dictamen de los ciudadanos es el reflejo del castigo infligido por dos motivos principales.
El primero es el rechazo de la socialdemocracia que no ha podido enfrentarse a la crisis generalizada de toda Europa, paradójicamente cuando en la última década había adoptado medidas neoliberales. El segundo es la percepción generalizada de que el PSOE había ejecutado una gestión errónea y tardía para enderezar la catástrofe financiera.
Internamente, se duda del propio futuro inmediato del partido, que quedará huérfano de liderazgo y que se verá abocado a una urgente refundación interna. Para ese proyecto va a tener que luchar también con el contundente efecto de dominó que ha estado teniendo lugar en Europa con la derrota sucesiva de partidos socialistas, laboristas y progresistas. Desde el Reino Unido con el deterioro del partido de Blair y el fallo de su tercera vía, hasta la defenestración de Papandreu en Grecia, han caído casi todos los gobiernos que son miembros de la Internacional Socialista, clave de la fundación y desarrollo de la Unión Europea. De una mayoría de izquierda en el Consejo y el Parlamento europeos hace algo más de una década, hoy solamente quedan en pie apenas Dinamarca y la minúscula Eslovenia.
Ahora bien, como ya lo están experimentando las formaciones de centroderecha en Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, la tarea que le espera a Mariano Rajoy es impresionante. Europa (y el mundo) ha pasado de tener una estructura en que el Estado tenía como función primordial dominar el mercado, a tener unos países dominados por los mercados, sin que se sepa bien si existe una crisis en el sistema capitalista, o una enfermedad innata del capitalismo, mientras las fórmulas revolucionarias del pasado no representan la alternativa.
En el contexto interno, otras señales del cambio resultan intrigantes. Si bien puede decirse que el mapa político puede haberse trocado de un bipartidismo a un monopartidismo en ciernes, en algunas comunidades de la llamada periferia, el panorama es más complicado. En el nuevo País Vasco que apenas está saliendo de la desaparición de ETA, el último sufragio a nivel estatal revela el ascenso de la coalición Amaiur, radicalmente independentista que engloba a sectores que hasta ayer apoyaban las tesis criminales terroristas o respaldan a ETA con el silencio. El aviso que Bildu, su otra transformación, lanzó con su victoria en las recientes elecciones municipales ahora ha sido replicado por este resultado; si sus votos se unen al más moderado PNV, en unas elecciones estrictamente vascas la independencia se habría impuesto. El PSOE y el PP, que paradójicamente ahora gobiernan en tándem en la estructura autonómica, quedarían en fuera de juego. También han sido castigados por ejercer el poder.
Diferente es el panorama en Catalunya, donde el dibujo es más cercano al tripartidismo, con tres formaciones hegemónicas (socialistas, populares y los componentes de la coalición democristiana-liberal Convergencia i Unió). La novedad es que CiU ha superado por primera vez a los socialistas en las elecciones generales. Pero su respaldo electoral no es suficiente, unido al de los independentistas de Esquerra, a formar un frente que optara por el divorcio de España. Con la mayoría absoluta del PP se evapora la anterior fortaleza de CiU, igual que la del PNV, ya que históricamente negociaban su apoyo parlamentario a los dos grandes partidos huérfanos del dominio total en el Congreso. Internamente, al verse liberados de esa tentación les deja con plena autonomía para reforzar sus tesis soberanistas y presentarse como valedores de la independencia.
Resulta evidente que el sunami del PP ha sido también a causa del trasvase de votos naturales del PSOE a Izquierda Unida, los comunistas reciclados, que han quintuplicado sus escaños desde que en las anteriores elecciones ni siquiera pudieron disfrutar de grupo propio parlamentario. Resulta enigmático saber si en el futuro el PSOE recuperará ese apoyo. Igual pregunta presenta la oscilación espectacular del millón largo de votantes al PSOE que en las dos anteriores respaldaron a Zapatero y que ahora le han dado la espalda a Rubalcaba. La crisis y el pánico del desempleo les han obligado a pasarse con armas y bagajes a apoyar a un partido con el que ideológicamente no comulgan. Todo depende de cómo vaya la economía y cómo se perciba la actuación de Rajoy para que ese voto de aluvión se remanse permanentemente. Lo preocupante es que la mejoría no depende solamente de los esfuerzos de los españoles, sino de toda Europa y con ella de todo el mundo industrializado y financieramente en quiebra. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Roaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.