Salvadoreñas en lucha verde por seguridad alimentaria

Las guayabas que cosecha Mariana Rosales son grandes y de un verde intenso, y lo mejor, dice con orgullo, es que no ha gastado un centavo en fertilizantes para producirlas, algo rarísimo en un país como El Salvador.

Mariana Rosales, orgullosa de sus guayabas Crédito: Edgardo Ayala /IPS
Mariana Rosales, orgullosa de sus guayabas Crédito: Edgardo Ayala /IPS
A Rosales, de 64 años, le cuesta agacharse para recoger el estiércol de vaca, las hojas y todo el material biodegradable con que produce el abono orgánico utilizado en su huerto. Pero su entusiasmo por la agricultura sustentable la motiva y llena de energía.

"Todavía tengo fuerzas para seguir cosechando mis verduritas y frutitas", dijo a IPS. Además de guayabas, Rosales cosecha frijol, maíz, pepino, ayote (un tipo de calabaza), arroz, mango y limón, entre otros. Todo orgánico.

Ella es parte de un colectivo de mujeres que desde hace cuatro años desarrolla un proyecto de agricultura orgánica en los campos que circundan este municipio de Tecoluca, a 73 kilómetros al este de San Salvador, en el central departamento de San Vicente.

La zona es parte del Bajo Lempa, con tierras bajas golpeadas por las inundaciones que año con año traen las lluvias cada vez más irregulares, a consecuencia del cambio climático. Casi siempre se arruinan los cultivos y en consecuencia se encarecen los precios de granos básicos en la dieta salvadoreña, como el maíz y el frijol.
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Por eso, es tan importante para Rosales poder cultivar sus propios alimentos, y mejor si lo hace de forma sustentable, en armonía con el medio ambiente. Ese es el objetivo del proyecto impulsado por el Movimiento Popular de Agricultura Orgánica (Mopao), que aglutina a 17 organizaciones locales y nacionales.

Una de ellas es la Asociación Municipal de Mujeres de Tecoluca, con unas 500 integrantes. Trabajan duro para mejorar su autosuficiencia alimentaria y, al mismo tiempo, reducir las ataduras económicas que maniatan su autonomía.

"Queremos promover la producción de alimentos saludables, amigables con la naturaleza, y de paso mantener la seguridad y soberanía alimentaria", explicó a IPS Rosa Tobías, coordinadora del Mopao.

"Además, queremos cambiar muchas desigualdades", enfatizó Tobías, una madre que saca sola adelante a sus cuatro hijos.

El proyecto de la asociación promueve un rol protagónico de las campesinas en las decisiones familiares sobre qué y cómo cosechar y mayor participación en los beneficios. Además, ellas están priorizando el modelo de agricultura sustentable, con no pocas resistencias de los maridos y otros varones.

A Modesta Pérez, de 36 años, le costó convencer a los suyos de las bondades del abono. "Mi suegro y mi compañero me decían: ‘mirá, ese poco de tierra que echás no sirve para nada’, y yo les contestaba: no es tierra, es abono orgánico", narró esta productora de maíz y ejotes (judías verdes ó habichuelas) en una parcela arrendada.

Ahora los hombres de su casa y su comunidad han comprobado que la agricultura orgánica funciona y brinda mayor autonomía, contó orgullosa a IPS en su finca.

El inclemente ENOS

La seguridad y soberanía alimentaria es difícil de afianzar en un país cuya producción agrícola está a merced de las drásticas variaciones climáticas: o llueve mucho y los cultivos se pudren, o no llueve nada por semanas y se secan.

El fenómeno climatológico El Niño/Oscilación del Sur (ENOS), que afecta periódicamente los patrones meteorológicos mundiales, produjo entre septiembre y octubre de 2009 un déficit de precipitaciones en América Central.

Ello perjudicó la siembra de la segunda cosecha anual en zonas de Nicaragua, Guatemala, Honduras y El Salvador, indicó la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

El huracán Ida, que azotó parte de la región centroamericana en noviembre de ese mismo año, dañó la estructura productiva agropecuaria centroamericana, causando millonarias pérdidas. En El Salvador el vendaval de lluvias dejó 198 muertos, 15.000 damnificados y pérdidas materiales por unos 240 millones de dólares.

En mayo del 2010, la tormenta tropical Agatha también afectó duramente las cosechas de granos y legumbres en Guatemala y El Salvador.

El Salvador, con 5,7 millones de habitantes, es deficitario en frijol, omnipresente en la dieta local. Para completar la demanda importa el grano de países vecinos como Nicaragua, y más recientemente de China.

En tiempos de escasez, el precio de una libra (453 gramos) de frijol se triplica y alcanza a 1,50 dólares, en un país donde 40 por ciento de la población vive con menos de dos dólares al día y 19 por ciento con menos de un dólar, según datos de las Naciones Unidas.

Cifras de la FAO establecen que 22,7 por ciento de la población económicamente activa del país se dedica a la agricultura y las mujeres participan formalmente en 9,6 por ciento. Es un subregistro porque muchas trabajan en las fincas familiares, pero son productoras invisibles.

"Ahora que el frijol está tan caro, estoy comiendo los que he cosechado", narró Rosales.

Semillas criollas versus híbridas

Parte importante del proyecto de Tecoluca es impulsar el uso de semillas criollas, para evitar la dependencia de las variedades hibridas.

Las tiendas agrícolas especializadas, llamadas aquí agro-servicios, venden variedades hibridas por una estrategia de mercado impuesta por grandes consorcios transnacionales, como la corporación estadounidense Monsanto.

Esas semillas solo sirven para una cosecha, porque no se reproducen, lo que obliga al campesinado a comprar un lote nuevo cada año en los agro-servicios.

Las semillas criollas sí pueden resembrarse, lo que ayuda a la autonomía económica de los productores, pero casi desaparecieron de un mercado monopolizado por las variedades híbridas. Solo algunos agricultores las cultivan por varias partes del país.

"Queremos formar un banco de semillas criollas y estamos coordinando esfuerzos con agricultores de otras zonas del país para que las provean", dijo la coordinadora del Mopao.

Cayetana López, de 39 años, es la encargada de producir y comercializar el abono orgánico para la asociación. En el patio de su casa improvisó un pequeño cobertizo donde cuando IPS la visitó tenía apilados unos 30 sacos del producto, de 80 libras cada uno, pedidos por un agricultor local.

"Nosotras producimos según la demanda", explicó, y aclaró que esta aún es débil porque los productores han utilizado fertilizantes químicos por décadas y todavía dudan del abono orgánico.

"Llevará un tiempo que la gente acepte los beneficios de la agricultura orgánica. La idea no es que de una vez cambien de modo de sembrar, el cambio será paulatino", agregó.

Además de las ventajas para la salud de no consumir productos agrícolas cosechados con fertilizantes sintéticos, hay un beneficio económico para el productor.

Un quintal de abono orgánico cuesta a las integrantes de la asociación 12 dólares, mientras la misma cantidad del sintético oscila entre 60 y 70 dólares. El enorme ahorro motiva, poco a poco, a los agricultores a probar el orgánico. Lo obtenido por las ventas va al fondo común de la asociación.

Con este tipo de agricultura se benefician consumidores y productores, y más aún el planeta, explicó a IPS Ricardo Navarro, del no gubernamental Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada.

Los fertilizantes, argumentó, contienen óxido de nitrógeno, y el exceso de este componente va una parte a la atmósfera y otra a los ríos y al mar, quitándole oxígeno al agua y afectando la biodiversidad.

"El uso de abonos químicos tiene repercusiones ambientales negativas (…) y estas mujeres con su agricultura orgánica benefician grandemente al planeta", dijo el ambientalista.

El colectivo de mujeres también produce medicinas a base de plantas, en un rescate, aún incipiente, del conocimiento popular heredado de la cultura prehispánica nahuat, presente en este territorio antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI.

Así, en el huerto de la asociación hay sembradíos, entre otros, de sábila (aloe vera), que la medicina tradicional maneja como un restituyente del sistema digestivo. También cultivan menta y otras plantas curativas y producen miel y biogás.

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