Mientras avanza en México el Proyecto de Códigos de Barras de la Vida, que secuencia una parte del perfil genético de especies animales y vegetales, persisten las dudas sobre su aprovechamiento comercial y la protección de las muestras obtenidas.
Los defensores de la iniciativa argumentan que la información puede servir para descubrir nuevas variedades y proteger mejor la biodiversidad, pero sus críticos dicen que las grandes empresas farmacéuticas y de biología sintética pueden explotar esos datos para sus propios intereses económicos.
"Está ayudando a documentar la biodiversidad del país, para después poder hacer mejores planes de manejo de conservación. Si no sabemos qué especies hay, no sabemos qué conservar", dijo a IPS la investigadora Lidia Cabrera, del Instituto de Biología de la estatal Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y parte del Comité de la Red Temática del Código de Barras de la Vida en México (MexBOL).
Este conglomerado, instaurado en 2009, está integrado por ese instituto, los estatales Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) y el Centro de Investigaciones Biológicas del Noreste, así como la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad.
México, uno de los cinco países con mayor biodiversidad en el mundo, hospeda a 108.519 especies, 72.327 de las cuales son animales, 29.192 vegetales y las 7.000 restantes son hongos. Pero menos de uno por ciento cuenta con código de barras.
[related_articles]
"La determinación de las especies de manera confiable y rápida revolucionará cómo concebimos el entorno natural que nos rodea y las ciencias que se encargan de su estudio, la ecología, la taxonomía, etcétera", señaló a IPS el especialista Manuel Elías, de Ecosur e integrante de la Red.
El proyecto ha secuenciado aproximadamente 20 por ciento de los peces, 70 por ciento de aves y cerca de 10 por ciento en plantas. En 2010 los científicos mexicanos registraron 6.000 códigos genéticos.
El Código de Barras de la Vida surgió en 2003, impulsado por el Instituto de Biodiversidad de Ontario de la Universidad canadiense de Guelph. Al año siguiente se constituyó el consorcio de la iniciativa compuesto por varias organizaciones de 43 países. México se sumó en 2009.
La base de datos ya consta de más de 1,2 millones de ejemplares de 101.750 especies y la meta para 2015 es almacenar el código de barras de al menos medio millón de variedades.
"El problema fundamental es que, aunque está colocado como si fuera sólo un proyecto de investigación, está clasificando una serie de organismos que interesan a las firmas transnacionales, como las farmacéuticas y de biología sintética", advirtió Silvia Ribeiro, directora para América Latina del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC).
"No existe ningún tipo de salvaguarda al respecto", criticó la experta ante IPS.
Ese señalamiento parte del hecho de que el Convenio sobre Diversidad Biológica de 1992 carece de provisiones sobre la creación artificial a partir de material biológico.
Esa modalidad está cubierta por el Protocolo de Nagoya sobre Acceso a Recursos Genéticos y Distribución de Beneficios, firmado por 116 gobiernos en octubre de 2010 en esa ciudad japonesa y que entrará en vigencia en cuanto lo ratifiquen 50 países.
Este tratado, que México rubricó en febrero, pretende proteger los recursos genéticos y su conocimiento tradicional asociado, prevenir la biopiratería y distribuir los beneficios de su uso.
La recolección de material genético en esta nación latinoamericana tiene antecedentes polémicos. Ecosur, la estadounidense Universidad de Georgia y el laboratorio galés Molecular Nature lanzaron en 1997 en el sureño estado de Chiapas el proyecto "Bioprospección, conservación de la biodiversidad y desarrollo sustentable en los Altos de Chiapas" o "ICBG-Maya".
Esa iniciativa buscaba descubrir medicinas basadas en productos naturales, conservar la biodiversidad y fomentar el crecimiento económico. Pero fue cancelada en 2000 luego de protestas de organizaciones sociales e indígenas por la puerta abierta que significaba hacia la biopiratería y el eventual empleo mercantil del material biológico.
El detonante fue el envío de unas 7.000 muestras a la Universidad de Georgia, en un territorio como el de Estados Unidos que no es parte del Convenio sobre Diversidad Biológica y que difícilmente suscriba el Protocolo de Nagoya, por lo cual sus empresas podrían explotar comercialmente el material genético.
Ese riesgo está latente en los Códigos de Barra de la Vida, pues el Instituto Smithsoniano pertenece al emprendimiento científico. Empero, los tipos recopilados en México son trasladados a Canadá.
El Programa de Trabajo de la Red MexBOL establece que la base de datos será pública y será una referencia para la rápida identificación de especies de diferentes grupos biológicos, en especial aquellos de importancia estratégica, económica, comercial o perjudicial para México.
Su meta es llegar a 10.000 secuencias anuales, hasta alcanzar 50.000 en el tercer año de funcionamiento.
En los debates sobre el proyecto, los investigadores acordaron que los datos pertenecen al iniciador del estudio y son públicos hasta que el autor lo decida, algo que generalmente ocurre cuando el especialista publica su trabajo en una revista científica.
"Como es un pequeño fragmento del ADN (ácido desoxirribonucleico), no puede utilizarse para fabricar transgénicos desde el punto de vista tecnológico. Se necesita conocer la planta y los requerimientos de la especie. Una cosa importante es que nada de esto puede patentarse con especies silvestres", recalcó Cabrera.
"No sé cómo un pedazo de un gen pueda servir para propósitos comerciales de grandes empresas. Ahí no reside ningún principio activo ni nada en particular que pueda ser usado con fines particularmente comerciales", indicó, a su vez, Elías.
Cada secuencia está sujeta a una referencia geográfica, para indicar el sitio preciso donde habita la especie en cuestión.
"La información está disponible, pero no se toma ninguna precaución para que se pueda patentar con cualquier modificación que se haga al código genético. Está geo-referenciada y con una serie de facilidades para encontrar organismos similares. Con una muestra pequeña se pueden hacer elementos activos", planteó Ribeiro.
En el mundo hay más de 8.000 proyectos de secuenciamiento genómico de todas las especies conocidas, cuyos avances serán revisados en la Cuarta Conferencia Internacional sobre el Código de Barras de la Vida, que se realizará en noviembre en la ciudad australiana de Adelaida.