Tras recuperar parte de su territorio en 2005, una comunidad guaraní de la nororiental provincia argentina de Misiones intenta mantener y ampliar una iniciativa de turismo cultural indígena.
En unas 265 hectáreas situadas a 20 minutos de automóvil de las cataratas del Iguazú y a 10 kilómetros del centro de la ciudad argentina de Puerto Iguazú, los indígenas de la comunidad Yryapú aprenden computación e idiomas extranjeros, mientras revalorizan su propia cultura.
Las 75 familias que conviven en medio de una densa selva codiciada por empresarios turísticos, cuentan con asistencia del proyecto MATE (Modelo Argentino para Turismo y Empleo de los Pueblos Originarios), financiado por el gobierno de Misiones y la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional.
La idea nació cuando integrantes del canadiense Niagara College contactaron en 2005 al Instituto Tecnológico Iguazú, una escuela de turismo y hotelería que forma parte del MATE, y le propusieron trabajar en turismo cultural indígena.
Los mbyás guaraníes de la comunidad acababan de recuperar oficialmente parte de su territorio y, como otras poblaciones indígenas, se sentían forzados a abandonar su estilo de vida tradicional, que no les aseguraba la supervivencia y tentados a asimilar las costumbres occidentales.
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El proyecto para valorizar la identidad y la cultura propia culminó en 2008, cuando el MATE comenzó el proceso de autogestión, lo que permitió aumentar el respaldo y fuentes nacionales e internacionales de financiamiento.
Ese año se creó la organización no gubernamental canadiense Friends of Yryapú (Amigos de Yryapú), que contribuye financieramente para devolver a los dueños de la tierra los instrumentos para vivir sin depender del asistencialismo.
Los jóvenes se capacitan para mantener la cultura y adaptarse a las nuevas realidades, lo que incluye el uso de la computadora. "Hoy no se vive más como antiguamente", dijo a Tierramérica el guaraní Ricardo Fernández, de 40 años, quien trabaja como profesor bilingüe en la escuela de la comunidad e instruye sobre las costumbres ancestrales de su pueblo. "Sólo de esta forma vamos a tener recursos para trabajar y mantener a la familia", explicó.
Mientras tanto, la mayoría vive de la venta de artesanías: collares, pulseras, anillos, canastos y figuras talladas en madera. Otros trabajan de manera informal en los alrededores. Y muchos dependen de la ayuda del gobierno. Practican la agricultura de subsistencia, cultivando mijo, boniato, mandioca y zapallo. Crían cerdos y gallinas, mientras la caza se restringe a algún ave o mamífero pequeño.
El estilo ancestral de las casas de troncos, paredes de bambú y barro y techos de hojas de palmera —presente también en los recintos religiosos— fue sustituido por habitaciones de madera con techo de chapa y a veces de paja.
Pocos tienen estudios secundarios. Las escuelas de la ciudad sólo ofrecen enseñanza básica hasta el séptimo grado. El proyecto MATE intenta superar este vacío.
Francisco Medina estudia informática desde hace cuatro años, tiene dos hijos y entiende cuatro idiomas: guaraní —su lengua madre—, español, inglés y francés. Su sueño es trabajar como guía de turismo.
"Tengo dos horas de computación por día", dijo a Tierramérica.
Como él, Elvio Barreto, de 32 años, también estudia inglés y así logra entender a los turistas para guiarlos por los caminos trazados en el área selvática.
En la Escuela Bilingüe Intercultural de Turismo Mbyá Guaraní Clemência González, o "Escuela de la Selva", los indígenas viven la educación intercambiando experiencias con los profesores. Allí estudian nociones de patrimonio natural y cultural y asisten a conferencias y vídeos sobre costumbres y tradiciones de su pueblo.
La escuela ya tiene 70 alumnos de 13 a 38 años. Junto a los estudiantes de Yryapú, participan jóvenes de otras comunidades mbyá de Misiones, Paraguay y Brasil.
Además de las visitas guiadas, se proporciona a los visitantes la oportunidad de adquirir artesanías e incluso de aprender a confeccionarlas, o escuchar al coro infantil y los relatos del pasado de esta otrora poderosa nación indígena.
Lo recaudado con estas actividades se destina a un fondo comunitario que ayudará a sustentar una futura empresa y a cubrir atención de salud, educación y ayuda social de las familias.
"Mientras no se oriente a los indígenas para que tengan su propia empresa, no es momento para evaluar los resultados económicos del proyecto. La cantidad de visitantes es incierta y no existe una organización comercial", explicó a Tierramérica el profesor y escritor Claudio Salvador, coordinador de MATE.
Ése es un paso de largo aliento. "Nuestra tarea es educar para el trabajo a través del método intercultural que creamos, cuyo impacto más esperado es mejorar la calidad de vida", dijo.
El paseo por la comunidad Yryapú empieza en el kilómetro cuatro de la ruta nacional 12, en Puerto Iguazú. Pero perdura en la memoria, dejando la sensación de haber accedido a una parte de la historia que los libros no registran.
En Misiones existen 100 comunidades guaraníes de los grupos byá y ava katú eté. De ellas, apenas 25 tienen título de propiedad sobre sus tierras. Muchos indígenas viven marginados y dependen de la asistencia del estado.
La situación no es muy diferente en otros países sudamericanos. Se estima que hay unos 300.000 guaraníes distribuidos por los territorios de Brasil, Paraguay, Uruguay, Argentina y Bolivia.
De este total, la rama de los mbyás suma entre 11.000 y 13.000 personas en Brasil, Paraguay y Argentina. El mayor grupo se concentra en la región del Chaco, según Egon Dionísio Heck, coordinador del Consejo Indigenista Misionero (CIMI) en el estado brasileño de Mato Grosso do Sul.
Junto a otras entidades que trabajan con los guaraníes, el CIMI está trazando un mapa de la localización y la extensión de sus territorios, actualizando datos demográficos y ambientales, que estará listo a fines de este año.
"Pese a los esfuerzos de algunos presidentes (sudamericanos) comprometidos con la regularización de las tierras, prevalece la fuerza del agronegocio", dijo Heck a Tierramérica.
En Misiones también es grande el avance de las industrias de la celulosa para papel y de las plantaciones de pinos y eucaliptos en áreas selváticas donde viven los indígenas, dijo Heck.
* Este artículo fue publicado originalmente el 15 de enero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.