Si algo le sobra a Canadá, aparte del clima variante y su cercanía a Estados Unidos, son ideas acerca de su identidad, localización en el mundo y su perenne futuro. Parece moverse constantemente entre la ansiedad por su esencia y la preocupación por su percepción exterior.
Los no canadienses parecen tener el tema más claro. Según una reciente encuesta de proporciones mundiales, más de la mitad de los habitantes del planeta (incluidos los británicos), si pudieran, preferirían vivir en Canadá. Dos de cada tres chinos elegirían trasladarse al norte de la frontera de Estados Unidos. Las sorpresas continúan: entre el 44 y el 42% de los alemanes, franceses y españoles también se mudarían.
Desde hace algún tiempo entidades independientes han estado meditando acerca de lo que en rigor debiera hacer Canadá para pisar tierra en la globalización rampante, la crisis generalizada y los retos a los que se enfrenta el mundo, con los propios canadienses incluidos. Algunos consideran que se debe desterrar la drástica elección entre dicotomías y dilemas, y evitar elecciones contundentes del todo o nada. Algunos se preguntan si no hay algo más complejo que sencillamente considerarse como diferentes a Estados Unidos para definir su identidad.
El penúltimo intento lo ha ofrecido el Consejo Canadiense Internacional, un centro de reflexión independiente en su recientemente publicado informe titulado significativamente Canadá Abierto ( http://www.onlinecic.org/opencanada). Se sitúa estratégicamente en el marco del selectivo cónclave del G8, en Huntsville, cercano a Toronto, a celebrarse los días 25 y 26, como aperitivo del más numeroso G20 del 26 y 27. Como premisa inicial, el informe dirigido por Edward Greenspon considera que con respecto al tema prioritario, la relación con Estados Unidos, se debe optar por la novedosa táctica de estrechar la amistad con el gigante del sur, al tiempo que se tienen en cuenta las propias debilidades del potente socio en un mundo cambiante. Un nuevo grave ataque terrorista se traduciría en el cierre de las fronteras, un accidente de proporciones cataclismáticas para la economía canadiense.
Mirando hacia el polo, en lugar de enzarzarse en disputas estériles sobre límites jurisdiccionales, ambos países debieran cooperar estrechamente en el patrullaje y la búsqueda de rutas seguras, sobretodo ante la amenaza del cambio climático. Más allá de Afganistán, Canadá debiera usar sus fuerzas armadas en tareas de apuntalamiento de los Estados fallidos, en lugar de volver a los cuarteles. Para superar el predominio del este del país en la política canadiense, Vancouver debiera convertirse en puerta de paso hacia China, cuyos ciudadanos (abrumadoramente presentes en la inmigración) debieran recibir doble nacionalidad. Y más al sur de Estados Unidos, un México más seguro es en beneficio de Canadá.
Es una paradoja creer que Canadá es una potencia energética al tiempo que los fríos datos muestran que el 99% de sus exportaciones de petróleo va a Estados Unidos, con lo que la aparente dependencia del vecino sureño actúa como bumerang, convirtiendo al suministrador en cautivo. Por lo tanto, se impone una estrategia de diversificación en las exportaciones. Pero ese nuevo movimiento hacia el exterior debe acompañarse de una estrategia seria para atraer más inversiones al propio territorio canadiense, y no solo inmigrantes.
Sin embargo, no se sabe bien si Washington encarará la necesidad de seguir teniendo por descontada la lealtad neutralizada de su vecino. Y por fin, está por ver si tanto el gobierno como la oposición en Canadá están equipados para encarar los retos. Quizá unos toques de atención de la prensa visitante alerten de la urgencia del momento. Pero, secuestrada en el Disney canadiense, puede no percatarse de la importancia que el país tiene en el equilibrio mundial. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).
