La birmana Cho Cho Thet, de 15 años, conoce poco de lo que pasa fuera de la fábrica textil donde trabaja 14 horas al día.
La jornada laboral se extiende de siete de la mañana a nueve de la noche, los siete días de la semana, por un salario de 35.000 kyat (unos 35 dólares), al mes. La propietaria le da alojamiento y comida gratis, que incluye arroz y verduras.
"Trabajar bajo techo es mejor que en los arrozales bajo la lluvia y el sol. No me siento para nada cansada", dijo a IPS Thet, quien después de dos años acaba de ser promovida de aprendiz a operaria.
La mamá de Thet la sacó de la escuela secundaria, cuando cursaba segundo año, para cuidar a su hermana menor. Pero cuando ella murió y su padre las abandonó, no tuvo más remedio que buscar empleo por ser la mayor.
"Trabajaba todo el día en los arrozales, con sol o con lluvia", relató al recordar su vida en la aldea, a tres horas de automóvil de esta meridional ciudad birmana.
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Finalmente pudo convencer a su abuela de llevarla a la fábrica donde trabajaba su tía. "En la aldea no ganaba suficiente dinero. No tenía un ingreso regular y no había trabajo salvo en época de recolección", añadió.
La propietaria de la fábrica, May Thu Aung, no quiso aceptarla porque era muy joven, pero le ofreció cuidar a sus hijos y la abuela aceptó.
A la joven no le gustaba el empleo "porque ni siquiera quería cuidar a mi propia hermana", explicó Thet. A los pocos meses logró empezar a trabajar en la fábrica.
"Hay muchas jóvenes que vienen a pedir trabajo. Tratamos de rechazar a las menores de edad. Si hoy les decimos que no, vuelven a la semana siguiente con una nueva solicitud en la que cambiaron la edad", relató la propietaria.
Aung pertenece a un grupo de empresarios que montó fábricas textiles en 1996, cuando despegó la economía de mercado. Comenzó con 150 trabajadoras y en 14 años se duplicó la cantidad.
La fábrica de Aung se ubica en una zona industrial al este de Rangún, la anterior capital de Birmania, una de las 21 creadas por el régimen militar tras el golpe de Estado de 1988.
Hay más de 43.000 fábricas en los sectores, textil, alimenticio, siderurgia, plásticos, entre otros, según datos de 2006. Alrededor de 98 por ciento de ellas son propiedad privada.
El desarrollo industrial creó puestos de trabajo para los campesinos que quedaban sin trabajo tras la temporada de recolección. Además, muchos jóvenes están empleados en el sector informal.
Las condiciones laborales en muchas fábricas no cumplen con las normas internacionales sobre salud y seguridad, trabajo infantil, cantidad de horas trabajadas y salario.
El problema salió a la luz tras una disputa suscitada en una fábrica de textiles en la que los trabajadores reclamaban un aumento de sueldo y mejores condiciones laborales.
"El gobierno quedó en una posición en la que debió desempeñar dos papeles, lo que es difícil y tampoco es bueno para los trabajadores", indicó Steve Marshall, oficial de enlace de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en Birmania.
Los empleadores, los trabajadores y el gobierno deben sentarse a negociar una situación que beneficie a todas las partes, como ocurre en otros países, indicó. "Tienen que identificar qué se puede negociar y resolver", añadió.
La OIT está presente en Birmania, pero tiene un mandato muy restringido, limitado a cuestiones de trabajo forzado, niños y niñas soldados y libertad de asociación.
En lo que respecta a la salud y a la seguridad laboral y al trabajo infantil, Marshall explicó que la OIT "observa la situación. Tenemos mucha experiencia como para ayudar, pero dado el marco legal actual, sencillamente no podemos hacerlo".
La crisis económica internacional, iniciada en Estados Unidos en 2008, agrava las condiciones laborales y los bajos salarios en Birmania. Muchas fábricas de exportación se vieron afectadas, entre ellas la de Aung, que trabaja para empresas de vestimenta que venden sus productos a Alemania, España y Gran Bretaña.
"La demanda bajó 75 por ciento porque en 2009 no hubo pedidos durante ocho meses", indicó Aung. "Nos cuesta mucho mantener la fábrica de 300 empleados porque no podemos hacer frente a tan alto costo", añadió.
Unos 60 empleados dejaron la fábrica de Aung el año pasado en busca de mejores oportunidades laborales.
"Hay muchos karaokes y salas de masajes en Rangún, donde las jóvenes ganan mucho más dinero que en la fábrica. ¿Cómo puedo retenerlas?", apuntó Aung.
Pero para Thet trabajar en la fábrica, donde tiene muchas amigas, es más seguro que hacerlo como animadora. Incluso, puede jugar con las otras empleadas jóvenes al término de su jornada laboral a las nueve de la noche, apuntó.
"A veces jugamos al escondite o también cantamos y bailamos", relató Thet. "Lo que más me gusta es cuando la jefa pasa películas", añadió, pese a que eso implica sacrificar horas de sueño.
"Tengo el sueño pesado. Cuando veo una película hasta tarde, me despierto 15 minutos antes de la hora de entrada, me bañó y voy directo a trabajar. Me pierdo el desayuno", señaló Thet con una sonrisa.
La joven sueña con volver a estudiar, algo que recuerda cada vez que ve a otros niños y niñas yendo a la escuela.
"Extraño a mis amigos de la escuela. Si no tuviera que trabajar, me gustaría estudiar", reconoció.