MUJERES-MAURICIO: Ellas prefieren el mar

Marie-Claire Hector no sabe nadar, pero tampoco le tiene miedo al océano. A los 53 años, empuja con todas sus fuerzas la pequeña barca hacia el agua, arranca el motor y se adentra en el mar de la sudoccidental zona costera de Mauricio.

Pescando lejos de la costa Crédito: Nasseem Ackburally/IPS
Pescando lejos de la costa Crédito: Nasseem Ackburally/IPS
En este país insular africano, la pesca es una actividad típicamente masculina, pero Hector es una de las ocho mujeres de la aldea de Bambous Virieux que practica esa actividad con una jaula que sumerge en el fondo del agua, lejos de la costa.

"Hace casi 25 años que empecé a pescar. Mi esposo François me enseñó y luego yo hice los mismo con mi cuñada y mis dos hijas, que se ganan la vida" gracias a esa actividad, relató Hector.

Su tarea consiste en revisar las jaulas, de dos metros de largo y uno de alto y hechas de bambú y alambre, donde nadan los peces y quedan atrapados. Hector comenzó por mera necesidad para aumentar los ingresos de la familia de seis integrantes, entre los que estaban las cuatro niñas.

"La vida se nos hacía difícil con un solo sueldo. Teníamos que educar a las niñas y construir la casa. El dinero era escaso", recordó la pescadora.
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Hector nunca quiso trabajar en una fábrica de la mañana a la noche como lo hicieron las miles de mujeres que se incorporaron a la industria textil y otras que se instalaron en el país.

"En los años 80, las fábricas atrajeron a mujeres desempleadas que buscaban un trabajo. Muchas amigas mías comenzaron a trabajar allí. Pero yo no porque no hago esto por una taza de té. Amo el mar y mi libertad", relató.

"Termino temprano y tengo un montón de tiempo para hacer otras cosas para la familia y la comunidad", apuntó.

Hector sabe mucho sobre de pescar y sobre la degradación ambiental. Hace 10 años, señaló, había muchos peces en la laguna.

"Ahora disminuyó la captura por la contaminación industrial. Pero sacamos más dinero porque el precio del pescado fresco aumentó en más de 100 por ciento", indicó.

Antes salía entre 50 o 60 rupias (el equivalente a unos dos dólares) el kilogramo. Los pescadores necesitaban vender alrededor de cinco para que fuera rentable. Pero ahora se vende en el mercado local o a los turistas entre 125 y 130 rupias (unos cuatro dólares).

Hector se siente orgullosa de su trabajo porque tiene un empleo y puede comer todos los días. Pero su caso es raro en muchos sentidos. Hay alrededor de 30 por ciento de mujeres entre los 2.500 pescadores de este país, y son pocas las que se sienten satisfechas con su actividad.

Las pescadoras de Trou-aux-Biches, en la costa septentrional de la isla, que conversaron con IPS no quisieron dar sus verdaderos nombres.

"Me costó mucho meterme en esta actividad principalmente masculina", dijo Ginette a IPS.

En la aldea, los hombres la consideraban una intrusa y hacían comentarios desagradables sobre ella. Además ni se les pasaba por la cabeza enseñarles los trucos del comercio.

Pero lo más duro, según Ginette, son las burlas que tenemos que soportar de otras mujeres por hacer un "trabajo masculino".

Hector contó con el respaldo de su esposo y de la organización no gubernamental Movement for Food Securtiy (Movimiento por la Seguridad Alimentaria), que ayuda a las mujeres a integrarse al comercio agrícola y pesquero.

Ginette, por su parte, comentó con orgullo: "Nos gusta el mar y por eso no trabajamos en una fábrica ni en ninguno de los hoteles de la zona".

Con su amiga Alberta, Ginette perseveró y ahora trabajan juntas. Colocan unas 10 jaulas a diario que revisan cada tres días.

Solas lograron superar los prejuicios y el miedo al mar.

Ginette contó que una vez cuando regresaba a la costa se encontró en medio de una niebla y veía a más de dos metros de distancia.

"Me quedé tranquila, apagué el motor y esperé a que pasara. Estuve una hora o más esperando antes de poder continuar. Tuve muchísimo miedo. Pero aprendimos a conocer mejor el mar y domarlo", añadió.

Pero a Ginette y a Alberta les preocupa la disminución de la captura y no motivarán a las jóvenes a seguir sus pasos. La creciente sedimentación y cantidad de algas aumentan por los fertilizantes agrícolas que van a parar al océano y que son, en parte, la causa de la muerte de los corales y de la menor cantidad de peces.

Con el decaimiento de la industria azucarera y textil, Mauricio se volcó con todo al turismo y surgieron nuevos problemas. Las aguas servidas de los hoteles, los buques anclados con negligencia, las actividades de buceo y la remoción de las praderas marinas perjudicaron la reproducción y dañaron los arrecifes, hábitat de importantes especies de peces.

Además, la última decisión del gobierno de otorgar permisos para actividades de acuicultura a gran escala mar adentro sembró el miedo entre las comunidades pesqueras y ambientalistas, las que temen que eso dañe aún más los recursos marinos.

Por su parte, el responsable de pesca del Ministerio de Agroindustria y Pesquería, Daroomalingum Mauree, aseguró: "También nos preocupa la contaminación. Controlaremos los parámetros biológicos y del agua en las jaulas desde el principio hasta el final".

La acuicultura "no tendrá ningún impacto negativo sobre el ambiente marino. Mucha gente se opone al proyecto sin entender realmente su esencia. Queremos que los pescadores gestionen una de esas jaulas flotantes", añadió.

Pero Ginette es pesimista. "No hay futuro ahí", aseguró mirando más allá del Hotel Village de Trou-aux-Biches, uno de los muchos centros turísticos lujosos de este país insular africano.

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