LA CRUZ CONTRA LA ESPADA Por Gunnar Stalsett

“La paz del corazón y de la mente y la paz de la sociedad están intrínsicamente ligadas. La paz y la justicia son inseparables, como también lo son la verdad y la reconciliación. La paz es necesaria para que los hambrientos sean alimentados, para que los pobres sean ayudados, para que los enfermos sean curados, para que los oprimidos sean liberados y para que los marginados tengan voz. La paz es la protección contra la violencia y se experimenta al hacer que las guerras y los conflictos armados se transformen a favor del desarrollo y la construcción de una nación.”

Esas palabras están en el preámbulo de la Declaración de Lille sobre una Cultura de Paz emitida por el Consejo Europeo de Líderes Religiosos y Religiones para la Paz en mayo último. El consejo reúne a 30 destacados líderes religiosos de toda Europa, tanto cristianos como musulmanes, judíos, hindúes, budistas, sijs y zoroástricos que reconocen la profunda relación entre la cultura, la paz y la religión, así como entre el bienestar físico, mental y espiritual y la cohesión y las armoniosas relaciones en el ámbito de la sociedad.

Durante casi 40 años tuve el privilegio de participar en esfuerzos a favor de procesos de paz y de reconciliación alrededor del planeta: de Guatemala y Namibia a Kosovo, Sri Lanka y Timor Occidental. Las culturas, los idiomas y las tradiciones de estos países varían tremendamente. Cada uno tiene sus particulares bellezas y sus desafíos específicos. Pero en cada uno de los países que padecen conflictos he comprobado la importancia de la religión, sea para bien como para mal.

Raramente podemos hablar de guerras de religión, pero a menudo vemos que la religión es usada para dar legitimidad a quienes promueven la intolerancia y la violencia. Pero también vemos con frecuencia cómo comunidades religiosas se juegan valerosamente por la paz y la no violencia, así como religiosos que extienden sus manos hacia quienes están en el lado opuesto diciéndoles que su religión les impone construir puentes y derribar muros.

En Bosnia-Herzegovina los líderes de las cuatro mayores comunidades religiosas se reúnen regularmente y buscan caminos para profundizar su cooperación. En Sri Lanka, monjes budistas juntan sus manos con sacerdotes hindúes, obispos cristianos y líderes musulmanes para encarar la situación de los desplazados internamente a consecuencia de la guerra en el norte del país.

Con demasiada frecuencia las memorias individuales y colectivas son causa de conflictos. Mucho puede ser conseguido no precisamente olvidando hechos del pasado, sino recordándolos de modo diferente. Una cuestión crucial en muchos enfrentamientos es la de cómo reconciliar nuestras memorias. Las religiones proporcionan las palabras para ello: perdón, reconciliación, conversión.

Históricamente muchas partes de Europa han sido dominadas por la agricultura. Frecuentemente, las granjas han sido propiedad de una familia durante muchas generaciones. Se dice usualmente que el éxito de un agricultor se da cuando pasa la propiedad a la siguiente generación con alguna mejoría. Toda tierra debe ser cultivada y mejorada. Los métodos agrícolas deben adaptarse a los cambios en la sociedad y a las nuevas tecnologías. Y no obstante los cambios y las mejoras, la granja sigue siendo la misma, aunque las nuevas generaciones tienen un mejor punto de partida que el de sus padres.

Las tradiciones religiosas actúan del mismo modo. Deben ser cultivadas. Es preciso nutrir todo aquello que permita producir buenos frutos y eliminar lo que perjudica una buena cosecha. Y si alguien intenta aprovecharse de las tradiciones religiosas para promover sus propios objetivos, para incitar al odio, la intolerancia o la violencia, debemos confrontarlo con energía y proteger lo que nos ha sido confiado.

Las religiones y las culturas están siempre en movimiento. Son dinámicas, aunque a veces cambian lentamente. Una cultura de paz, por lo tanto, no es algo estable y armonioso que puede ser alcanzado en un futuro momento, sino un proceso constante de moldeado y reforma de las identidades culturales.

Los conflictos son a veces necesarios y la reconciliación siempre tiene un costo. El papel de las religiones en la promoción de culturas de paz no es el de remover los conflictos sino el de ayudarnos a transformarlos para que podamos avanzar en nuestra búsqueda de la paz, la verdad y la justicia. También nos ayudan a cicatrizar las heridas en nuestras memorias y a enfrentar el futuro con una esperanza arraigada en algo que va más allá de nuestra propia experiencia.

Una cultura de paz puede ser promovida por un paciente diálogo caracterizado por la sinceridad sobre nuestra propia fe y una respetuosa apertura hacia las tradiciones sacras “del otro”. Para mí, las palabras y los caminos de Jesús nunca pueden ser oscurecidos sino que deben quedar transparentes en mis encuentros con aquellos cuyas más preciosas fuentes de sabiduría provienen de una creencia diferente. Para que una cultura de paz se arraigue es necesaria una acción común entre diferentes grupos de fe con los liderazgos políticos y la gente en general. El diálogo debe ser convertido en un lenguaje accesible y marcado por valores compartidos y un espíritu de servicio y de solidaridad. Los actos de piedad y justicia dicen más que las palabras sobre nuestra espiritualidad. Esta es la esencia de las palabras de Jesús. Benditos sean los pacificadores. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Gunnar Stalsett, obispo luterano y moderador del Consejo Europeo de Líderes Religiosos.

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