Muchas soluciones para el desarrollo sustentable de México están en la formación científica y tecnológica de la generación joven, afirman académicos. Pero esas carreras son casi ignoradas por los estudiantes en este país donde todos quieren ser médicos o contadores.
Hasta hace poco, Armando Guadarrama asistía a una clase de apenas 15 alumnos, pero ahora «nos juntaron con otro grupo porque éramos muy pocos y ya somos como 30», dice.
Guadarrama cursa el octavo semestre de ingeniería química petrolera en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) de la ciudad de México y es un entusiasta de su profesión: «Me gustaría hacer investigación para mejorar los procesos de refinación para que contaminen menos la atmósfera».
Si bien el petróleo otorga a México 10 por ciento de su producto interno bruto (PIB), esa carrera se encuentra en un grupo de licenciaturas ignoradas por los jóvenes de este país, casi siempre en ciencia y tecnología.
La contracara son las carreras tradicionales, saturadas hace décadas: medicina, contaduría, derecho, turismo, diseño, psicología, administración, comunicación, arquitectura y cirugía dental.
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Con gráficas en la mano, el director de educación superior del IPN, David Jaramillo, explica que «este año compitieron 28 alumnos por cada uno de nuestros lugares disponibles en medicina». Para cada cupo en ingeniería química petrolera, compara, sólo compitieron menos de cinco jóvenes.
Antonio Aguilar es coordinador general de información institucional de otra de las universidades más importantes del país, la Autónoma Metropolitana (UAM). En ella las 10 carreras tradicionales acaparan 52 por ciento de la demanda.
«Es triste porque ofrecemos 79 carreras, o sea que las 69 restantes se pelean el 48 por ciento de la demanda», dice.
Hay una razón para las aulas semidesiertas: «Cuando voy a platicar con muchachos aspirantes hago un ejercicio, les pido que mencionen 10 licenciaturas, pero difícilmente llegan a ocho, hay un desconocimiento total», se lamenta.
Guadarrama reconoce que en su elección no hubo orientación vocacional de por medio: «Tengo un tío que se dedica a eso, por eso la conocí».
Su caso no es aislado. Cuando dialogan los funcionarios de las tres universidades federales de la capital mexicana, «la sorpresa es que la situación es muy similar. Estamos mal en demanda en ciencias y tecnología», afirma Aguilar.
Y esa situación «es un crisol de lo que pasa en todo México», que sólo invierte 0,4 por ciento de su PIB en ciencia y tecnología.
Es llamativo, dice Aguilar, que en «un país con un océano Pacífico y un Golfo de México impresionantes en riqueza marina, nadie quiera estudiar hidrobiología».
«Tenemos las mareas más intensas del mundo, las zonas de radiación solar más importantes del hemisferio Norte y estábamos llenos de petróleo, que ya nos estamos acabando, y es lamentable que ingeniería en energía no sea una carrera demandada», describe.
En un país, «que se ahoga en el sur porque los ríos inundan los estados, mientras en el norte nos estamos muriendo de sed, nadie quiere ingeniería hidrológica».
México necesita más técnicos, investigadores y científicos para hacer frente a problemas tan acuciantes como el recalentamiento global.
«El cambio global ambiental está creando áreas de desertificación, hay problemas de productividad en el campo e insuficiencia de contenedores acuícolas, y no hay profesionales suficientes para incidir en opciones de solución», afirma el subdirector de evaluación institucional de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Roberto Rodríguez.
Jaramillo apunta que este país es uno «de los principales productores de plata, caolín, bauxita, cemento y vidrio, pero no se agrega valor a estos materiales». Al mismo tiempo «todas las ciencias de la tierra, como geodésica, minería, geología, metalurgia, tienen problemas de demanda».
Sin profesionales de matemática y física, carreras despreciadas, «siempre tendremos tecnologías dependientes», señala Rodríguez, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias.
México ha hecho en astronomía «contribuciones al tema del mapa del Universo y agujeros negros, que están parejas con el nivel de las investigaciones del resto del mundo. Y tener astrónomos se deriva de que haya carrera de física», apunta.
También hubo contribuciones significativas «en el conocimiento de las zonas y granjas costeras y aprovechamiento de mangle» gracias a la oceanología.
Por eso las universidades no pueden cerrar los estudios poco requeridos, aunque sufran para reunir el mínimo de estudiantes que les permita abrir un curso.
Esas carreras «ofrecerían empleo, desarrollo profesional, un nicho de oportunidades. En otros países las están explotando fuertemente y aquí, con 106 millones de habitantes, apenas tenemos 15 muchachos que quieren estudiarlas», agrega Rodríguez.
El joven Guadarrama tiene expectativas. «Si entras a la página de Internet de Pemex (Petróleos Mexicanos), vas a ver a que a un pasante de ingeniería petrolera le están pagando como 20.000 pesos (1.400 dólares), y eso sin tener un título», afirma.
Itzel Condado cursa el segundo semestre de química en la UNAM y cree que la mayoría de sus pares rechazan esa licenciatura porque «piensan que van a ganar más dinero en otras carreras, o que no va a haber trabajo», a pesar de que «se está haciendo mucha investigación en química verde, procesos que ayudan a contaminar menos el ambiente», afirma.
En el otro extremo, las carreras tradicionales registran demandas históricas en este país.
En marzo, el rector de la UNAM, José Narro, confirmó para este año «la más alta demanda» de la historia de la universidad más importante de este país: 114.000 jóvenes rindieron examen de admisión, pero sólo ocho de cada 100 lograron ingresar.
La gran cantidad de rechazados es una constante nacional. Las autoridades universitarias explican que el sistema de educación superior sólo tiene capacidad para 26 de cada 100 mexicanos en edad de cursar una licenciatura.
Además, México vive el efecto del «bono demográfico», una relación favorable entre la población en edades dependientes y aquélla en edades laborales. Históricamente, el país siempre tuvo más niños, pero a raíz de las políticas de natalidad de los años 70, ahora tiene más jóvenes, una situación que se mantendrá hasta 2025.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), México cuenta con 16 personas en edad de trabajar por cada 10 niñas, niños o adultos mayores. Pero los beneficios del bono demográfico, advierte la ONU, no son automáticos y hay que capitalizarlos educando a la juventud para desarrollar una fuerza laboral mejor calificada.
La clave para llenar las aulas de ciencias y tecnologías es la «intervención del Estado», opina Aguilar.
Los programas de becas son «exitosos» en mantener a los jóvenes estudiando y al mismo tiempo «dar preferencia a quienes buscan carreras técnicas y científicas», explica.
Condado es un ejemplo. Siguió estudiando gracias a una beca de la Academia Mexicana de Ciencias por haber ganado la Olimpíada Nacional de Química.
Pero en su clase es una de las pocas interesadas en esta ciencia, dice. «Somos 50 alumnos, pero muchos compañeros están ahí porque no pudieron entrar a medicina, son los que desertan, y al final se gradúan 20 por generación».
Habría que difundir los proyectos de investigación de los laboratorios y sus aplicaciones en la vida cotidiana, propone. Eso haría reflexionar a estudiantes que optaron originalmente por medicina «porque querían salvar vidas».
«Puedes salvar más vidas en química que en medicina», opina. Y da un ejemplo: «Un profesor nos comentó que si alguien encontrara la manera de convertir el dióxido de carbono en ácido acético (vinagre), resolvería el problema del calentamiento global».
* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org). Excluida la publicación en Italia. Publicado originalmente el 2 de mayo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.