El ex presidente argentino Raúl Alfonsín produjo con su muerte un hecho político con el que soñaba en vida: hacer que dirigentes de distintos sectores y ciudadanos en general reivindicaran en su homenaje a la democracia del diálogo y el consenso, en la actualidad relegada por la desmesura.
Casi 100.000 personas se movilizaron desde el martes, cuando se anunció su muerte, hasta el jueves en que fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta, en una zona céntrica de Buenos Aires. Los participantes tomaron prestado el funeral para dictar un mensaje sobre los valores que deberían volver a primar en la política.
"La manifestación por la muerte de Alfonsín fue la reivindicación de una estética de la democracia, que no es sólo un régimen político sino una construcción cultural, con sus usos y costumbres, su modo de hablar, de disentir", explicó a IPS Carla Carrizo, politóloga de la privada Universidad Católica Argentina.
Esos valores contrastan, dijo, con la actual "estética autoritaria" de la política en la que "el modo consiste en imponer y el diálogo es visto como algo subversivo". En ese sentido, consideró que el mensaje no es sólo para el gobierno o dirigentes que lo apoyan, sino también para la oposición, que se fue deslizando por esos mismos carriles.
Las largas filas de personas esperando día y noche para ingresar al recinto del Senado donde se velaban los restos del ex presidente, la concurrencia sin incidentes que escoltó la caravana fúnebre y que asistió finalmente al funeral "magnifican esa desmesura a la que nos habíamos acostumbrado", alertó Carrizo.
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Con respeto y congoja, acompañando a hijos y nietos, dirigentes afines y adversarios, simpatizantes de todos los partidos y personas sin identificación política y de todas las clases sociales quisieron ver por última vez al hombre que asumió el reto de gobernar Argentina en 1983, tras siete años de la más cruenta dictadura de la historia del país y con la economía en bancarrota.
Una movilización fúnebre de esa magnitud no se veía desde la muerte de Juan Domingo Perón, fundador del hoy gobernante Partido Justicialista y tres veces presidente, quien falleció en 1974 en el ejercicio de su último gobierno.
Pero Alfonsín ya no era presidente y a diferencia de Perón había experimentado en vida el ocaso y el ostracismo. Este líder histórico del sector centroizquierdista de la Unión Cívica Radical (UCR) volvió al redil como senador, pero luego se retiró de la competencia política. Como solía decir, la gente lo quería todavía, pero ya no lo votaba.
¿Por qué entonces miles de personas lo lloraron con tanta aflicción? Los asistentes a sus exequias repetían que lo hacían en homenaje al presidente que simbolizó la recuperación de la democracia. Y por su honestidad, más allá de los errores de sus seis años de gestión que fueron dejados a un lado en todos los discursos y remembranzas.
Muchos destacaban que Alfonsín murió en su apartamento, donde vivió la mayor parte de su vida y su única propiedad, y según se supo esta semana de boca del actual jefe de Gabinete, Sergio Massa, donaba anónimamente su pensión como ex presidente. Y no porque fuera rico. Era más bien un hombre austero, con vocación por la construcción política.
Quienes hablaron en el funeral destacaron su capacidad de diálogo, su obsesión por construir consensos, su ausencia de rencor hacia sus adversarios. Uno de los discursos más emotivos fue precisamente el de un eterno opositor, el ex senador justicialista Antonio Cafiero, quien consideró a Alfonsín como uno de sus maestros junto a Perón.
Los últimos discursos del ex mandatario habían apuntado en esa línea. Pero debió morir para ser escuchado. "No se puede demorar más el acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y sociales en defensa de la república y la gobernabilidad", había advertido a fines del año pasado, ya aquejado de un cáncer terminal.
"La política no es sólo conflicto, es también construcción", instruía en sus últimos días, angustiado, según confesaba a sus allegados, por la intolerancia reinante, la violencia verbal, la fragmentación política y la falta de disposición para el acuerdo, todos disvalores que se fueron naturalizando en Argentina, lamentaba.
La referencia era para el estilo combativo de la actual presidenta de Argentina, Cristina Fernández, secundada por su esposo, correligionario y antecesor en el cargo, Néstor Kirchner (2003-2007). Pero también para la actitud de la oposición, incluyendo a su propia UCR y a los movimientos sociales como el que creció con la protesta de las gremiales empresariales agropecuarias.
Como decía Alfonsín en un reportaje de 2006 y publicado en forma póstuma por el diario local Página 12 el miércoles, Kirchner "visualiza como enemigos a aquellos que no piensan como él" y eso influye negativamente en la gestión.
El gobierno acusó recibo. La presidenta Fernández no pudo asistir al velatorio por estar participando de la cumbre de Londres del Grupo de los 20 países ricos y emergentes, pero sí lo hizo Kirchner y, en un gesto inesperado, abrazó al vicepresidente Julio Cobos, con quien el matrimonio no se hablaba desde junio de 2008.
Fernández y Kirchner no le habían perdonado al vicepresidente, un disidente precisamente de la UCR que llegó al cargo por un acuerdo electoral, que definiera entonces con su votó el rechazo del Senado a una iniciativa tributaria considerada crucial para el gobierno.
Fuentes cercanas a la presidenta sostienen que la reacción popular por la muerte de Alfonsín fue una crítica al gobierno que persiste en la confrontación con la oposición.
Carrizo sostuvo que haría mal el gobierno en pensar en el impacto que pueda tener este resurgimiento opositor de cara a las elecciones del 28 de junio para renovar parcialmente el Congreso legislativo, primera prueba para el gobierno de Fernández.
"Sería de corto plazo agotar el legado de Alfonsín y la reacción popular en una lectura electoralista", puntualizó.
Para la politóloga, la manifestación popular debería hacer pensar a la dirigencia en general en asumir una reforma política estructural, asegurar la independencia de la justicia electoral, con padrones que no estén controlados por los partidos, y una ley de partidos que los reconozca como espacios públicos, no privados.
Y además, la experta interpretó que no sólo la dirigencia política fue interpelada por la multitud que homenajeó al ex mandatario sino que, para la ciudadanía, el funeral fue una oportunidad de recuperar un espacio público "para pensarse a sí misma".
"Había en el sepelio— una mezcla de congoja, respeto y búsqueda de identidad, como si la gente pensara: ¿qué hicimos con los derechos que nos dimos en el 83? o ¿cómo haremos para retomar ese legado?", subrayó.
"Escuché que para muchos Alfonsín era un padre, pero esa es una mirada limitada del líder que trató a los argentinos como ciudadanos mayores de edad, con derechos y también obligaciones. Y en ese sentido, el funeral fue un espacio para pensar".