BRASIL: Hombres violentos condenados a reflexionar

Toca discutir sobre «la mirada entre dos hombres». Unos la consideran «cosa de homosexuales», otros una «provocación» para pelear. Son conceptos de un modelo machista que una iniciativa del gobierno brasileño intenta romper, como una nueva herramienta en la lucha contra la violencia de género.

Hombres discuten sobre su violencia Crédito: Gentileza SerH Nova Iguaçu
Hombres discuten sobre su violencia Crédito: Gentileza SerH Nova Iguaçu
Los hombres reunidos integran el grupo de reflexión del Servicio de Educación y Responsabilización para Hombres Autores de Violencia de Género (SerH), del municipio de Nova Iguaçu, al norte de la ciudad de Río de Janeiro.

Se trata de un proyecto piloto, que será ampliado a 78 municipios del país y que representa la primera ocasión en que una política pública involucra a los hombres en una solución social profunda de la violencia hacia la mujer.

La iniciativa responde a la demanda de organizaciones no gubernamentales como el Instituto Papá, que promueve la inclusión del hombre en nuevos roles familiares hacia la equidad de género. "No sirve promover iniciativas como éstas si no son reforzadas por políticas públicas", dijo a IPS Jorge Lira, codirector de la organización.

Ese es, precisamente, el marco de los grupos de reflexión impulsados por la Secretaría Especial de Políticas para Mujeres, adscrita a la Presidencia de Brasil.
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Los grupos tienen como objetivo "ayudar a los hombres a cuestionar valores e ideas responsables de actos violentos, sean físicos o sicológicos, contra la mujer o familiares", explicó a IPS Fernando Acosta, director del SerH y promotor de la iniciativa.

En 2007, un estudio del SerH estableció que 5.760 mujeres eran agredidas cada día en Brasil y la mayoría de los agresores eran hombres. En 2001, la Fundación Perseu Abramo determinó que cada 15 segundos una mujer es golpeada en este país de más de 190 millones de habitantes, de los que casi 51 por ciento son mujeres.

Los grupos de reflexión buscan, precisamente, desarrollar "formas alternativas de relación capaces de evitar y prevenir actitudes violentas en el medio familiar", dijo Acosta. Los agresores son enviados a los centros de rehabilitación por los juzgados de Violencia Doméstica y Familiar y de la Infancia y la Juventud, como una pena alternativa.

Es como "condenar" a los hombres a reflexionar sobre lo que los llevó a agredir a una mujer, una obligatoriedad que molesta a algunos sectores del movimiento feminista.

"Es igual a un tratamiento para la adicción a las drogas. Nadie debería ser obligado a someterse a un tratamiento", dijo a IPS Myllena Calasans, asesora del no gubernamental Centro Feminista de Estudios y Asesoría (Cfemea).

Acosta puntualizó que los grupos no representan un tratamiento aunque, en la práctica, tengan efectos terapéuticos.

"No es una terapia, pero el tener en cuenta la sicología masculina o subjetividades masculinas es fundamental y transversal al trabajo porque es ese modo de pensar de los hombres y, sobre todo, de actuar y de sentir lo que cuestionamos en los grupos", subrayó.

CONSTRUIR UNA NUEVA MASCULINIDAD

Bajo la coordinación de sicólogos, sociólogos y asistentes sociales se producen dinámicas de grupo, talleres y reflexiones que buscan "construir una masculinidad alternativa a esa masculinidad cultural, machista, patriarcal y homofóbica", dijo Acosta.

El especialista citó como ejemplo la entrevista de IPS con un participante, Rogerio *, en la que éste confió que lloró varias noches tras ser condenado por un juez como agresor de su hermana.

"Si eso lo dice dentro del grupo, posiblemente algunos se reirían de él, harían alguna broma, y sería discriminado por llorar. Y nosotros usaríamos justamente ese hecho para la reflexión colectiva sobre esa idea de que los hombres no pueden llorar en un momento difícil, para que analicen la situación de violencia que ejercieron", ejemplificó Acosta.

Suya fue la idea de los grupos tras constatar que trabajar sólo con mujeres no reducía la violencia, porque al separarse el agresor repetía la violencia con su nueva pareja, mientras la afectada buscaba una nueva compañía, que solía ser también violenta.

También llegó a la conclusión de que la mayoría de los maltratadores tienen miedo a las mujeres y las agreden precisamente por eso. "Es un recurso que los hombres utilizan en todas las situaciones en que sienten amenazada su masculinidad, sea por miedo a las mujeres, sea porque están imposibilitados de ejercer su papel de proveedor, sea porque tienen alguna dificultad relacionada con su sexualidad", explicó el especialista.

"Cualquier cosa que pueda cuestionar la identidad masculina dominante es un factor generador de miedo y en consecuencia un factor generador de violencia", sintetizó.

Esa identidad se percibe en las reflexiones de los hombres en la reunión en la que participó IPS. Rogerio subrayó que es la primera vez que "dialoga consigo mismo" y calificó de positivas "las estrategias para conocerlo a uno y hacer que uno se suelte más".

"Cómo mirar a otros hombres, cómo conversar, cómo reaccionar cuando otro te agrede. ¿Será bueno que uno reaccione con una agresión cuando el otro te ofende?", se preguntó Rogerio, al establecer los parámetros de una nueva masculinidad.

Paulo Sergio *, un pintor de 54 años que sólo admite "haberle dado un tironcito de pelo" a su mujer y por eso haber "terminado en la comisaría", recordó su propia infancia violenta, con una madre a quien veía apenas una vez al mes y que cuando estaban juntos "me pegaba cada vez que alguien del barrio le contaba algo sobre mí".

Se trata de otro elemento a tener en cuenta, según Acosta. Un 75 por ciento de los agresores fueron víctimas de violencia doméstica o social o fueron testigos de agresiones en su ámbito familiar. Entre la social, destacó la violencia policial, común contra los jóvenes pobres brasileños, más aun si son negros.

Todo esto no merma la responsabilidad del hombre, puntualizó, cuyo delito toca reprimir a la policía y juzgar a los tribunales. "Nuestro papel es que los hombres asuman su responsabilidad en la violencia que cometieron porque asumiéndola tienen la posibilidad de recuperarse" e interrumpir el ciclo de violencia, aclaró.

"No estamos a favor de los hombres o de las mujeres, estamos a favor, y espero que eso quede muy claro, de la equidad entre hombres y mujeres. Estamos en contra de la violencia entre hombres y mujeres y, principalmente, de la violencia que los hombres hemos practicado históricamente contra las mujeres", puntualizó.

Esta aclaración busca responder a críticas de las organizaciones de mujeres de Brasil.

APOYO FEMINISTA CONDICIONADO

Calasans, de Cfemea, admitió que el movimiento de mujeres "está muy dividido" sobre esos centros de rehabilitación. De manera personal está de acuerdo en involucrar al hombre en el proceso de cambio, "si no se sacan recursos ni el foco de la cuestión de la mujer".

Un temor es que esos grupos "quiten recursos" de la Secretaría de Políticas para la Mujer para proyectos destinados específicamente a la población femenina, si bien esa entidad informó que los 600.000 dólares que costarán los centros serán financiados por el Ministerio de Justicia.

Pero la mayor preocupación de los colectivos de mujeres es que esta nueva pena alternativa elimine "la responsabilidad penal" del agresor. Calasans analizó que los jueces podrían decidir mandar a los maltratadores a los centros y no a la cárcel, con el argumento de que la agresión se debió a problemas mentales o a adicciones.

La Ley Maria da Penha, que desde agosto de 2006 penaliza la violencia doméstica y familiar contra la mujer, establece penas de tres meses a tres años para los autores de lesiones.

La asesora de Cfemea recordó que de los 150.000 procesos abiertos con base en la ley, casi 42.000 han sido causas penales y sólo 19.800 causas civiles. También se emitieron 88.972 medidas "de protección", entre las que destacan las de alejamiento del agresor de su víctima o la que determina su salida del hogar común.

"Hay jueces que creen que los hombres pegan a las mujeres por causas como estar desempleados y entonces beber o drogarse, cuando en realidad el movimiento feminista entiende que la violencia es propia de la cultura patriarcal", subrayó Calasans.

El director del SerH comparte esa idea. "La base de la violencia contra la mujer tiene un modelo masculino patriarcal y 'viriarcal' (de viril), que parte del abuso de poder que tenemos. Con base en ese modelo practicamos la violencia, en especial contra las mujeres porque culturalmente creemos que somos superiores a ellas", analizó Acosta.

"El trabajo en los grupos es que los hombres perciban que como tales sufrimos de una cosa llamada selectividad emocional, es decir que sentimientos como amor, tristeza, miedo o pérdida están social y culturalmente prohibidos para los hombres", especificó.

"Intentamos estimular que los hombres puedan entrar en contacto con esos sentimientos y, a partir de ellos, cuestionar los otras emociones que les son socialmente permitidas, como la violencia, las agresiones, la rabia, la ira o el odio", añadió.

Acosta precisó que cuando detectan que alguno de los integrantes de los grupos puede volver a agredir y tiene un trastorno emocional grave, como un cuadro de bipolaridad, es derivado a un servicio de salud mental. Pero subrayó que apenas seis por ciento de los hombres de esos grupos "sufren algún trastorno grave mental o emocional".

MALTRATADAS TAMBIÉN TIENEN SUS CENTROS

Cecilia Soares, superintendente de los Derechos de la Mujer del gobierno de Río de Janeiro, apoya el proyecto con algunas condiciones, como que esté integrado a la red de servicios de atención a la población femenina.

"No sirve crear servicios para que los hombres dejen de agredir si las mujeres no tienen un espacio para trabajar sobre cómo salir del papel víctima. El origen no está en una relación enferma de esa pareja, sino en un lugar creado socialmente por las mujeres, en el que no ven otra posibilidad de ser mujer que siendo sumisas", aclaró.

Para romper ese patrón, las mujeres también necesitan ayuda. Esa es justamente la función de los Centros de Atención a la Mujer que apoya a víctimas de violencia con asesoría jurídica, sicológica y cultural, en forma individual o en grupos.

Guiadas por una orientadora, las mujeres exponen sus casos, se desahogan, escuchan a las otras, elogian a la que ese día vino "más bonita", ríen o abrazan a la que llora. Su tema en común: el hombre que las maltrata.

Maria *, una de ellas, contó a IPS una historia parecida a tantas otras.

Por fin logró acabar con 20 años de matrimonio con un hombre que la ley actual califica de autor de "violencia sicológica". "Me humillaba, me insultaba, me decía prostituta, denigraba mi imagen, me llamaba ‘vieja gorda’ y decía que tenía que besarle los pies por haberme casado con él", todo aderezado con gritos y chantajes, recordó Maria.

Al igual que muchas otras, Maria seguía casada porque "nos educan para ser el soporte del hogar y perdonar y aguantar" y fue su hijo quien le dio la fuerza que necesitaba cuando, a los 17 años, comenzó a repetir con ella el modelo "agresivo" de su padre.

"Si no le enseñaba que eso estaba mal, iba a ser igual a su padre con su pareja y quise mostrarle que una mujer debe ser respetada en toda circunstancia", dijo emocionada.

Ésa es una forma de romper el patrón masculino imperante que tiene la propia mujer e impedir que el modelo se reproduzca en las nuevas generaciones, refirió Soares.

Un modelo tan arraigado es difícil de derrumbar en una generación, pero comienza a resquebrajarse con el apoyo de la Ley Maria da Penha. Su nombre honra a una brasileña que quedó paralítica tras el intento de asesinato de su marido e incluye entre sus recomendaciones la de crear "centros de rehabilitación y educación para hombres autores de la violencia", como los contemplados por el SerH.

Calasans, de Cfemea, resaltó que el nuevo marco jurídico establece que la agresión de género es una violación de los derechos humanos y tipifica como delitos penables con cárcel otras formas de violencia, como la patrimonial, que coarta la autosuficiencia económica de la mujer con medidas bancarias, laborales o de vivienda.

Son medidas que, dijo Acosta, contribuyen no sólo a "interrumpir la violencia" contra las mujeres sino también la violencia entre vecinos, colegas de trabajo o en el tránsito.

Se trata de un logro que se manifiesta en más de 90 por ciento de los hombres que son obligados a participar en 20 reuniones de grupo durante cinco meses, más un mes previo de entrevistas. "Uno va construyendo con ellos una nueva identidad masculina no violenta, un compromiso de no violencia activa, y a favor de una cultura de paz", concluyó.

* A pedido de las personas entrevistadas se omitieron los apellidos.

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