Las conversaciones sobre la crisis económica mundial, que se realizarán este jueves en Londres, podrían terminar siendo un oportuno recordatorio del peligro que significa generar excesivas expectativas sobre un encuentro internacional.
Gordon Brown, primer ministro de Gran Bretaña y anfitrión de la cumbre del Grupo de los 20 (G-20) países industrializados y emergentes prevista para el 2 de abril, había prometido que la reunión produciría un "nuevo acuerdo global" para rescatar al mundo de su actual caída en picada.
Se espera el anuncio de compromisos potencialmente significativos para lubricar el engranaje del comercio mundial y para aumentar los recursos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, los líderes probablemente pasen por alto sus fundamentales y persistentes diferencias, dejándolas para sus ministros de Finanzas y presidentes de los bancos centrales.
Brown y compañía intentarán presentar un frente unido, en un ejercicio político destinado a asegurar los mercados y tranquilizar a los consumidores.
Pero portavoces gubernamentales ya comienzan a sacarle aire al globo de las relaciones públicas en un aparente intento de alinear las expectativas del público con las posibilidades de la cumbre.
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"No vamos a ver a la economía mundial dando un giro el 3 de abril", dijo el secretario de Estado del Ministerio de Exteriores británico, Mark Malloch-Brown. "Quizás podrá ser visto como el comienzo del fin de la crisis y el momento en que los líderes lograron impulsar una nueva dirección y una nueva autoridad".
En la cumbre de este jueves habrá más en juego que en la pasada, celebrada en noviembre. Millones de empleos se han perdido, más de cien millones de personas han caído por debajo de la línea de pobreza y decenas de millones más están en el borde del precipicio.
"No hay mucho tiempo para que los líderes mundiales actúen juntos", dijo Katinka Barysch, vicedirectora del Centro para la Reforma Europea, con sede en Londres. "Los jefes de Estado y de gobierno del G-20 deben concentrarse ahora en dos cosas: cuál es la mejor forma de trabajar juntos para prevenir una aun más profunda recesión mundial y cómo impedir futuras crisis de esta magnitud".
Por su parte, Mike Froman, subconsejero nacional de seguridad para asuntos económicos internacionales de Estados Unidos, señaló cuáles debían ser las prioridades de la cumbre: "Adoptar estímulos significativos para recuperar el crecimiento. En segundo lugar, reparar cada uno de nuestros sistemas financieros para permitir que los préstamos fluyan. En tercer lugar, evitar el proteccionismo y, por último, dar pasos para minimizar la propagación de la crisis a los mercados emergentes y a los países en desarrollo".
Pero en cada uno de estos temas hay grandes divisiones.
Estados Unidos y Gran Bretaña intentaban convencer a Europa y a Japón de que incrementaran sus paquetes de estímulo interno para impulsar la demanda mundial de bienes y servicios.
El gobierno japonés y los europeos han aprobado fondos de estímulo más pequeños en comparación con Washington, Londres y Beijing, y se han molestado ante la presión estadounidense y británica. Alemania, Francia y otros responden que prefieren ver si las sumas ya destinadas surten efecto antes de condenar aun más a las futuras generaciones a la deuda.
Funcionarios estadounidenses y británicos dicen seguir convencidos de que se necesita gastar mucho más para revertir la recesión, pero han decidido no insistir más.
El ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, David Miliband, aseguró que Washington y Londres no forzarán a los otros miembros del grupo a que anuncien compromisos específicos sobre gastos este jueves.
Este freno en la presión se debe en gran medida a imperativos diplomáticos. También llega en momentos de muchas dudas sobre la capacidad de Estados Unidos y Gran Bretaña para sostener más gastos: el Banco de Inglaterra le alertó a Brown que su presupuesto ya era demasiado alto, y Beijing ha comenzado a poner en duda la solvencia estadounidense.
Pero el G-20 también renguea en otros temas clave.
Los europeos subrayan la necesidad de revisar las regulaciones financieras en todo el mundo para impedir los fraudes que desataron la crisis y los fracasos sistemáticos que permitieron su propagación.
Avergonzados por la conducta de las firmas beneficiadas por el paquete de rescate y ante la indignación pública por la opulencia corporativa, sus pares estadounidenses ahora llaman a mejorar la coordinación entre los países y a responsabilizar a los actores. Los europeos, sin embargo, buscan cambios de más largo alcance en la naturaleza y en las reglas del juego financiero global.
Los líderes del G-20 se comprometieron en forma unánime a mantener el comercio abierto y a combatir el proteccionismo. En Londres también se podría anunciar un acuerdo para proveer fondos al comercio mundial, así como asistencia a las economías en desarrollo y dependientes de las exportaciones.
Sin embargo, según el Banco Mundial, 17 de los 20 países han colocado tarifas y otras barreras en el camino de los productos y servicios extranjeros desde que comenzó la crisis.
Los integrantes del G-20 (Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia, Sudáfrica, Turquía y la Unión Europea) representan más de 80 por ciento de la economía mundial y cerca de dos tercios de su población.
Autoridades de la Organización de las Naciones Unidas, del Banco Mundial y del FMI también acudirán este jueves a Londres para alegar por las economías frágiles y los pueblos pobres, pero también por sus propias instituciones. El FMI podría duplicar sus fondos. En los últimos seis meses, los préstamos se han multiplicado, así como los llamados a la institución para que incremente la supervisión a las economías miembro.
Brasil, China, India y otros actores han anunciado que apoyarían un aumento de recursos para el FMI siempre que los países pobres tengan más influencia dentro del organismo.
Si esto ocurre, el Fondo podría emerger de la crisis no sólo con una segunda oportunidad, sino también con cierto grado de legitimidad política, de la que muchos de sus accionistas por largo tiempo habían dicho que carecía y que necesita para triunfar en su papel expandido como vigilante financiero internacional.
En esto también está por verse si habrá un cambio significativo. A pesar de las promesas, las potencias occidentales "se han mostrado menos dispuestas a revisar su propia excesiva representación en las instituciones financieras internacionales", dijo Barysch, del Centro para la Reforma Europea.
China también ha cuestionado la estabilidad y sostenibilidad del dólar como divisa de reservas dominante en el planeta, señalando que favorecería la creación de una canasta de monedas.