Inmigrantes y comunidades locales de Estados Unidos aúnan esfuerzos para organizar el mercado de empleo de los jornaleros, aquellos obreros, a menudo extranjeros, que trabajan a jornal y dependiendo día a día de la cambiante demanda.
Hace 25 siglos, los antiguos atenienses reservaban parte de la plaza principal de la ciudad (el ágora) para facilitar el contacto entre los trabajadores que se ofrecen por el día y sus eventuales patronos.
En el Estados Unidos de comienzos del siglo XXI, ese intercambio se realiza habitualmente en la calle, es decir en las esquinas frente a los establecimientos de venta de insumos para la construcción y la jardinería.
En muchos centros urbanos, esa ágora ha evolucionado, con el esfuerzo de jornaleros, empleadores y ciudadanos locales.
A veces, la preocupación que conduce a esas soluciones surge frente a los inconvenientes que origina la aglomeración de trabajadores y patronos en la vía pública, como, por ejemplo, la congestión del tráfico y falta de seguridad.
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La instalación de centros de contratación impuso cierto orden en ese sentido, así como justicia en los mecanismos de empleo temporal.
Sin embargo, éstos tienen ciertas limitaciones. La mayoría de los trabajadores informales son inmigrantes sin residencia legal. Esto les dificulta el contacto con los empleadores formales y con las agencias de colocación, así como la afiliación a sindicatos.
También es restringido el alcance de estos centros: un estudio de 2006 calculó que su cuota en el mercado nacional de trabajo jornalero era de aproximadamente 20 por ciento, mientras que 80 por ciento buscaba trabajo en las esquinas.
La mayoría de estas organizaciones crecieron durante el auge económico de los años 90 y primera mitad de esta década, cuando el mercado de la construcción residencial estaba recalentado. Ahora se esfuerzan por adaptarse al desgarrador colapso económico.
Cada vez más trabajadores, sean inmigrantes con residencia local o no, recurren al mercado informal de trabajo luego de perder empleos regulares.
En general, las organizaciones de jornaleros no se involucran directamente. Se limitan a conseguir un lugar seguro para que trabajadores y empleadores se reúnan, ayudan a los trabajadores a fijar salarios mínimos y reglas, verifican la capacidad del jornalero y ayudan a resolver disputas.
En parte bolsa de trabajo sindical, en parte cooperativas obreras, en parte organizaciones sin fines de lucro, los centros de trabajadores combinan varias modalidades para construir comunidades de apoyo a los trabajadores eventuales.
No son sindicatos, pero desempeñan algunas de sus funciones. Imponen salarios básicos, brindan capacitación y defienden los derechos de los trabajadores.
Los jornaleros dependen de ellos para conseguir trabajo, de modo similar a la bolsa de trabajo de un sindicato, y participan en la toma de decisiones. Los sindicatos exploran maneras de cooperar con ellos.
No son organizaciones de beneficencia, pero la mayoría carecen de fines de lucro y no les cobran ni a los trabajadores ni a los empleadores. Algunos se financian en parte con dinero que obtienen de fundaciones y organizaciones afines.
No son agencias gubernamentales. Aunque algunos reciben fondos de autoridades locales, también pueden tener relaciones conflictivas con ellas.
Los centros de trabajadores, un fenómeno híbrido, demostraron perdurabilidad y productividad en unas 60 ciudades de todo Estados Unidos. El primero abrió sus puertas hace al menos 18 años en la occidental ciudad de Los Ángeles.
En la noroccidental ciudad de Seattle, sobre el océano Pacífico, donde tienen sus sedes las compañías Boeing y Microsoft, el Centro de Ayuda Solidaria a los Amigos (conocido por el acrónimo CASA Latina) sirve a los jornaleros desde hace 15 años.
En una de las calles principales, al norte del centro de la ciudad, CASA Latina atiende a trabajadores y empleadores en un remolque y en un edificio de un piso abierto sobre un patio de grava limitado por una alambrada.
Cuando el sol comienza a abrirse al cabo de la madrugada, ya hay reunidas allí un centenar de personas, la mayoría jóvenes y de mediana edad, entre ellas unas pocas mujeres, buscando refugio del intenso viento de la bahía de Elliott.
A las seis comienza el sorteo de trabajos diarios. Personal de CASA Latina y voluntarios en el remolque completan los talones de la rifa, a partir de listas de trabajadores registrados en una computadora.
"Ellos luchan duro para ganarse la vida. Son muy honestos y trabajadores. Vienen aquí para salir adelante. Y muchos se han construido su casita al regresar", dice la coordinadora del Centro de Trabajadores, Guadalupe Adams.
Alrededor de las siete, un miembro de CASA Latina saca un gran recipiente de plástico que contiene los boletos del sorteo. Adams los retira de a uno por vez y llama a cada ganador, tachando su nombre de en una lista numerada. A medida que son sorteados, a razón de unos 25 por día, los obreros parten al trabajo en orden.
Para muchos jornaleros se ha vuelto difícil pagar vivienda y alimentos, y aún más enviar remesas a sus familiares en México o América Central, dijo Pedro Jiménez, organizador del Centro.
Cada vez más jornaleros terminan en las calles o en refugios para personas sin techo, agregó. Muchos deben recurrir a la caridad para alimentarse.
Hace dos años se podía trabajar dos o tres días a la semana, recuerda Juan Us Tiquiram, quien trabajó en la construcción en Guatemala.
"En la última semana y media no he trabajado en nada. Nunca vi esto tan mal", dijo Tiquiram, quien no ha podido pagar alquiler ni teléfono.
Los trabajos conseguidos por CASA Latina se han reducido 70 por ciento desde hace un año, según la directora del programa, Araceli Hernández. Para octubre ya habían caído 50 por ciento.
"Aquí las cosas están muy mal, pero en Los Ángeles los números son aun peores. Es que muchas personas con empleos permanentes los han perdido", añadió.
De la mayoría de trabajadores que no consiguen empleo mediante el sorteo diario, algunos buscan otro en las esquinas. Muchos jornaleros continúan esperando que alguien les dé empleo frente al Centro de Trabajadores hasta bien entrada la tarde.
Pero más tarde en la mañana, unos 20 voluntarios vistiendo chalecos naranja se reúnen para repartir folletos en un barrio residencial para que los vecinos sepan que sus servicios están disponibles.
Jiménez, que organizó un sindicato en México, dirige un curso de capacitación de media hora en español para su equipo. "Estamos todos en el mismo bote. Hoy ustedes van a distribuir folletos, la semana próxima será el turno de otros. Es como una cadena", dice.
Al profundizarse la recesión en Estados Unidos, y con una situación aun peor en México y América Central, unos pocos adoptan una nueva táctica: se dirigen al norte, a buscar trabajo en Canadá.
Algunos son arrestados en la frontera, pero otros encuentran trabajo y aseguran que en territorio canadiense son tratados con más respeto por sus empleadores.