AMBIENTE-CUBA: En Gibara tembló hasta el arrecife

Pasarán los años y los hijos de los hijos se preguntarán cuánto de cierto había en la historia de los abuelos. Parecerá leyenda la familia que vio subir el agua del mar a su apartamento en un segundo piso, la mujer que soñó un día antes que nadaba en su propia casa o la historia de que en la costa hasta el arrecife temblaba.

O quizás no. Puede que el ruido ensordecedor de los vientos del huracán Ike o los seis metros de altura que alcanzaron las olas del mar en septiembre, se conviertan en algo tan cotidiano que los gobiernos, las comunidades y las familias aisladas se vean obligadas a tenerlos en cuenta para decidir dónde y cómo construir una casa.

"Cuando la fuerza del mar es capaz de destruir en unas horas lo que hizo la propia naturaleza durante siglos, hay que cogerle miedo. Y eso fue lo que pasó en toda la costa de Gibara", dice a IPS el arquitecto Alberto Moya, quien trabajó durante años en la conservación del patrimonio de esta pequeña ciudad, 775 kilómetros al este de La Habana.

La playa de "Caletones es otro mundo. El mar se lo llevó todo. No quedó ni la playa. Dicen que el arrecife temblaba", cuenta Moya.

Un informe de la delegación territorial del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente asegura que en esa zona el mar penetró tierra adentro hasta 1.000 metros, afectó 25 kilómetros de vegetación, arrastró gran cantidad de fragmentos de coral hacia la orilla y destruyó dunas en formación.
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En la pequeña playa casi virgen, sitio de descanso de los habitantes de la ciudad, sólo quedaron en pie unas sólidas cabañas de empresas estatales. Siete de los 11 barrios costeros del municipio desaparecieron al paso del huracán que se movió durante horas por la costa norte de la provincia cubana de Holguín.

Unos 40 ciclones tropicales han afectado el territorio holguinero desde 1841. A pesar de más de mil muertos y desaparecidos por el huracán Flora en toda la zona oriental de Cuba, en 1963, Ike es "el primero intenso que nos impacta", afirma Jorge Proenza, jefe del grupo provincial de Pronósticos de Meteorología.

El huracán categoría III en la escala Saffir-Simpson, de un máximo de cinco, tocó Cuba en Cabo Lucrecia, en el municipio holguinero de Banes, la noche del 7 de septiembre. En lugar de penetrar tierra adentro y debilitarse en ese proceso, Ike se mantuvo pegado a la costa "con una parte de su circulación sobre tierra y otra en el mar", agrega.

La energía que extraía el huracán de las aguas calientes, la iba descargando sobre el suelo holguinero, con vientos máximos sostenidos superiores a los 195 kilómetros por hora. Cuatro horas y quince minutos estuvo el ojo de Ike sobre la provincia, pero si se tiene en cuenta la influencia de sus bandas espirales el impacto fue de 30 horas.

"El Flora fue fuerte, pero yo que lo viví te aseguro que no nos hizo tanto destrozo. El mar cada día es más fuerte y cada vez tendremos ciclones más fuertes. Hay que irse preparando", dice a IPS el gibareño Pedro Ramírez, de 58 años, que trabaja con el Estado en la elaboración de materiales de construcción.

REGRESO AL HOGAR

"Cuando vimos lo que hizo el mar, mi madre y yo nos abrazamos llorando. Llegar y encontrarse sin nada no es fácil, todo se perdió", cuenta Tania Velásquez, una mujer de 36 años que tuvo el primero de sus cuatro hijos siendo una adolescente y ahora siente que debe "empezar todo de nuevo".

"Siempre que el tiempo se pone malo, nos vamos a casa de mi mamá. Aquí las penetraciones del mar son frecuentes, estamos acostumbrados a eso. Este año ya había pasado una vez. Lo que hacíamos era poner todo en alto, irnos y después regresar a ordenar y limpiar. Pero esta vez fue más fuerte que nunca", dice.

Su casa de bloque y ladrillo, levantada con tanto esfuerzo por la familia, fue arrastrada por el mar, como todas las del barrio El Guirito, en la misma Gibara. "Mi esposo vino primero y casi se vuelve loco cuando se encontró el destrozo. Pasado el primer momento, empezó a reunir cosas y a armarnos este lugar donde vivir".

La "facilidad temporal", como le dicen en Cuba a un refugio precario, fue construida con los fragmentos de tejas de fibrocemento que quedaron del techo de la casa original y guarda todo lo que pudieron rescatar de las ruinas. Al lado, levantaron un pequeño cuarto de bloques para poner la cocina. "Ahora sólo me queda esperar", afirma Velázquez.

Lo importante es que no haya nadie sin techo, aseguran las autoridades del municipio que, como en el resto de esta isla, han tenido que acudir a fórmulas creativas para enfrentar el daño ocasionado en casi todo el territorio nacional por la coincidencia de tres huracanes intensos en poco tiempo.

Sólo en Gibara, un municipio de 42.000 habitantes, se reportaron más de 19.000 viviendas afectadas, en un total de 25.400 casas, confirmó a IPS Rosa María Leyva, secretaria del gobernante Partido Comunista de Cuba en el territorio y presidenta del Consejo de Defensa Municipal.

Velásquez pone todas sus esperanzas en que algún día el gobierno le dé la posibilidad de tener una casa en una zona de desarrollo en la misma Gibara, pero su vecino Raúl Pupo no quiere ni oír hablar de otras opciones. "Perdí todo por la confianza que tengo en el mar, pero así como lo perdí, lo vuelvo a armar", dice a IPS.

"Toda la vida he vivido aquí", añade el hombre de 42 años que permanece albergado en una institución estatal junto a su familia, y que cada mañana recorre el camino hasta el lugar donde un día estuvo su vivienda. "Sólo quisiera que me dieran los materiales para volver a hacer lo mío", afirma.

UNA CASA DE PALMA

"Yo quiero una casa de palma", fue la solicitud de Odalis Leal al gobierno de su comunidad cuando se enteró de que se podía aprovechar la madera de más de 7.000 ejemplares de palma real (Roystonea regia) tumbados por el huracán Ike en Gibara para construir viviendas de las familias damnificadas.

La suya fue una de las más de 2.000 totalmente destruidas en este municipio y la primera en ser sustituida por una casa de palma, según el periódico holguinero Ahora. La experiencia podría extenderse, teniendo en cuenta las características de cada lugar y respetando las normas arquitectónicas de la ciudad.

"Lo que yo tenía era una casa de tablas totalmente podrida y que mi mamá me había ido tapizando por dentro con papeles de colores para que no se viera tan fea", cuenta a IPS la mujer que vive sola con sus cuatro hijos en uno de los barrios elevados de la ciudad. "Aquí no llegó el mar, pero los vientos acabaron" con todo, asegura.

En la nueva casa tendrá dos habitaciones, una pequeña sala y la cocina y el baño estarán en las áreas exteriores. Al lado, vive su padre en una casa tan vieja como la de Leal, pero que resistió, y más abajo habitan su tía y hermana. Todos ellos esperan ayuda para mejorar, pero al menos no perdieron el techo.

No pocas personas permanecen aún evacuadas en instituciones estatales, reciben alimentación y atención gratuita. Otra cantidad importante viven con sus familiares. El gobierno ha garantizado la solución de más de 2.000 viviendas dañadas y la construcción de otras 2.000 "facilidades temporales".

Leal no sabe aún cuánto le costará su nueva vivienda. Averiguar precios no fue prioridad para ella, ni para las autoridades locales que buscan soluciones y, en casos como el suyo, dejan los trámites burocráticos para después.

Los materiales para el arreglo de las viviendas dañadas se venden a la población a precios subsidiados: una plancha de fibroasfalto para el techo cuesta cuatro pesos cubanos, un saco de cemento 4,50 y un metro cúbico de piedra o arena, nueve pesos, todos valores inferiores a un dólar estadounidense.

Según la directora del Banco Popular de Ahorro en Gibara, Marisel Rodríguez, los créditos se asignan según las condiciones de la familia y los salarios, las cuotas mensuales rondan 10 por ciento del ingreso de la persona beneficiada, y el interés lo paga el Ministerio de Finanzas y Precios.

Pero, a pesar del esfuerzo, los recursos no alcanzan. "Muchos tendrán que esperar un año, dos años o no sabemos cuánto, antes de tener una solución porque el impacto en la vivienda ha sido muy grande. Lo importante es que no hay desamparo", dice a IPS la presidenta del Consejo de Defensa de Gibara.

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