La acuicultura avanza en América Latina alimentada por un mercado mundial que afronta el estancamiento de la pesca. Pero hay quienes alertan sobre las limitaciones de la cría industrial de especies acuáticas y de sus riesgos ambientales y sociales.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 45 por ciento del pescado que se consume en el mundo es de criaderos. Hoy son 48 millones de toneladas, y para 2030 habrá que duplicarlas por la merma de la pesca y la mayor demanda de una población creciente.
En México, la acuicultura se remonta a la época prehispánica. Los historiadores aseguran que varias especies eran cultivadas en estanques y que los mayas hacían reproducción en los cenotes (ojos de agua naturales).
Hoy, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador; México y Perú obtienen en criaderos volúmenes que son observados con admiración por productores argentinos. Pero en este país, el más austral del continente, las condiciones climáticas y la topografía no son tan favorables a un desarrollo de gran magnitud.
Los ambientalistas señalan que los daños sociales y ambientales que puede aparejar la implantación de la acuicultura en Argentina no justifican su promoción industrial, y recomiendan fomentar la pesca responsable en mares y ríos que aún tienen una rica biodiversidad.
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Con 710.000 toneladas anuales, Chile es el mayor productor acuícola de la región y uno de los 10 más grandes del mundo, junto a China o India. Es además el segundo productor mundial de salmón y truchas (ambos de la familia Salmonidae) en criadero después de Noruega. Pero la actividad no está exenta de riesgos.
En 2007, la irrupción de la anemia infecciosa del salmón hizo que cerraran muchos establecimientos en Chile. De 55.000 empleos se perdieron 1.000, según el gobierno, aunque los sindicatos dicen que fueron 3.000 los trabajadores cesantes.
Argentina tiene su potencial, "pero no es el de Chile o Brasil", dijo a Tierramérica la directora nacional de Acuicultura, Laura Luchini.
"Algunos gobiernos provinciales alientan esta actividad, pero nuestra tarea es hacer que la gente ponga los pies sobre la tierra", aseveró.
Chile tiene una extensa costa con fiordos en el sur del océano Pacífico "muy propicia para la actividad", explicó Luchini.
En cambio, en la costa marítima argentina sobre el océano Atlántico, no hay sitios abrigados, a excepción de Tierra del Fuego, la provincia más austral del país, donde se cultivan mejillones.
La piscicultura se desarrolla en este país a pequeña escala. Se crían truchas, lenguados (Paralichthys patagonicus) y mejillones (familia Mytilidae). La producción no llega a 3.000 toneladas anuales, volumen insignificante comparado con la pesca, que aporta entre 850.000 y 1,1 millones de toneladas de pescados y moluscos silvestres.
"Nuestro país tampoco puede compararse con Brasil, que tiene aguas tropicales", advirtió Luchini. El gigante sudamericano produce cerca de 250.000 toneladas al año de pescado y camarones en granjas de agua dulce y en la costa marítima, en una ensenada cerca de la sudoriental ciudad de Florianópolis.
La funcionaria cree que el entusiasmo de productores argentinos, que ven un enorme potencial en la acuicultura, responde al ritmo de crecimiento mundial de la actividad. "Mientras la producción pesquera está detenida y la de carne vacuna sube a un ritmo de 2,5 por ciento, la acuicultura aumenta 8,5 por ciento por año desde hace ocho", señaló.
La acuicultura se ha convertido en una actividad en alza por la mayor demanda mundial de alimentos y por la posibilidad de establecer la "trazabilidad", procedimiento para conocer la historia, ubicación y trayectoria de un producto a lo largo de la cadena de suministros.
Para 2045, la FAO estima que la producción pesquera y la acuícola se homologarán. Y los productores argentinos creen que con créditos, subsidios y mejor tecnología podrían aprovechar la oportunidad de hacer buenos negocios, señaló Luchini.
Pero no hay soluciones mágicas. Claudio Baigún, doctor en ciencias biológicas y especialista en recursos pesqueros de agua dulce, coincidió en que la expectativa de los productores no tiene en cuenta las limitaciones de Argentina.
"Se guían por países como Chile o Brasil, pero Argentina es distinto. Hay proyectos para criar pacú (Piaractus mesopotamicus) en Rosario (en la oriental provincia de Santa Fe). Pero mientras en Bolivia o Brasil, con agua cálida, la especie crece en ocho meses, aquí se requieren 18", dijo Baigún a Tierramérica.
"Argentina está en el límite para las especies que se cultivan en países sudamericanos de aguas cálidas", agregó. De todos modos, advirtió que la acuicultura no es la panacea. Están las enfermedades, el costo de la energía y de los alimentos, y también los riesgos asociados a la no variabilidad genética de los ejemplares criados en piscinas.
"Se cree que la siembra va a solucionar todo, pero habría que preservar lo que tenemos, promover un manejo responsable de las pesquerías y no creer que la acuicultura es una rueda de auxilio que nos va a salvar", alertó Baigún, investigador del Instituto Tecnológico de Chascomús.
Desde el punto de vista ambiental, Jorge Cappato, director de la Fundación Proteger, sostiene que habría que diferenciar entre la acuicultura comunitaria y la industrial, que es la que podría tener un impacto social y ecológico negativo. La organización trabaja en la preservación de la biodiversidad y en pesca sustentable.
En diálogo con Tierramérica, Cappato remarcó que "los productos químicos que se utilizan para la cría —antibióticos, pesticidas, fertilizantes— tienen efectos en el agua".
"Comunidades locales como las de pescadores artesanales pierden acceso a los recursos y corren el riesgo de ser reconvertidos en criadores", agregó.
En Colombia se produce 70.000 toneladas anuales de peces en criaderos, según datos de 2006 del Instituto Colombiano Agropecuario. Cuando desapareció el bocachico (Prochilodus magdalenae), principal especie de agua dulce, los pescadores artesanales fueron reconvertidos, ejemplificó.
"Ganan menos, son más pobres y se alimentan peor", aseguró Cappato, quien recorrió los estanques del río Sinú, en el norteño departamento colombiano de Córdoba.
Cappato mencionó asimismo el caso de Ecuador, donde se promovió la producción intensiva de langostinos en zonas costeras de bosque de mangle. Las empresas "destruyeron 60 por ciento de los manglares, dejaron sin ocupación a mujeres que recolectaban camarones, y cuando apareció un virus se fueron, dejando las piletas de cemento vacías", describió.
La destrucción de manglares es también un problema en México, que en 2007 tuvo una producción acuícola de 261.000 toneladas, con el camarón en primer lugar.
La industria camaronera es responsable de gran parte de la desaparición de estos ecosistemas, según el Grupo Ecológico Manglar. En 2007, de acuerdo a un inventario oficial, los manglares se habían reducido 27 por ciento respecto de 2000 en las costas mexicanas del Pacífico, el golfo de México y el Caribe.