La cumbre de la OTAN en Bucarest adoptó una estrategia secreta de seguridad «integral» para Afganistán, que combina acciones militares con civiles. Pero concentró el debate en la cantidad de efectivos en ese país de Asia central.
"Estoy muy agradecido con la comunidad internacional", declaró el presidente afgano Hamid Karzai el martes en una conferencia organizada en la capital de Rumania por la estadounidense Fundación Marshall Alemana.
La Fundación, dedicada a la cooperación entre Estados Unidos y Europa, y realizó la conferencia en Bucarest en vísperas de la cumbre de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) concluida este viernes en Bucarest.
"No fracasamos. Tenemos éxito en Afganistán", afirmó entonces el secretario general de la OTAN, el holandés Jaap de Hoop Scheffer, cuando se le echaron en cara cifras que dejan en evidencia un aumento de la violencia en Afganistán en 2007.
Pero esa demostración de optimismo es objeto de suspicacias, pues uno de los objetivos más importantes de la cumbre fue firmar una nueva estrategia de seguridad para Afganistán. ¿Para qué cambiar la vieja, si era exitosa?
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El anterior Pacto de Afganistán, redactado en 2005 y aprobado en enero de 2006, prevé un "enfoque integral" de la seguridad basado sobre una óptica militar considerado infructuoso.
El "enfoque integral" no sólo implica combatir al "enemigo", sino también capacitar y, por consiguiente, delegar más tareas en las fuerzas de seguridad afganas, reconstruir la infraestructura y la economía e involucrar a los países vecinos en el objetivo de alcanza la paz.
Altos funcionarios de la OTAN, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), de la Unión Europea (UE), del Banco Mundial y de países donantes se comprometieron a llevar a cabo un "plan militar y político integral" de largo plazo en Afganistán.
El contenido del documento es confidencial, pero sus principios fueron divulgados como una "visión estratégica" que incluye elevar la jerarquía del gobierno afgano en la misión de construir de la paz, así como dar intervención a organizaciones internacionales independientes de la OTAN.
También se trazó el objetivo de elevar la cantidad de efectivos del ejército afgano a 80.000 soldados para 2010.
Pero al desconocerse detalles del nuevo plan, no queda claro si es realmente factible que la OTAN tenga éxito con tal cambio de estrategia.
"La OTAN es una alianza militar", subrayó Barnett Rubin, de la Universidad de Nueva York y editor de un difundido blog sobre Afganistán.
"No tiene mayor capacidad política ni económica que digamos… La OTAN no es la organización para esa tarea. La insistencia en que participe deja en evidencia el aspecto militar del enfoque en Afganistán, que, según comandantes estadounidenses, constituye alrededor de 20 por ciento de la estrategia" en el terreno, explicó.
De hecho, las negociaciones previas y durante la cumbre de Bucarest se concentraron en la cantidad de efectivos adicionales que cada nación de la OTAN despacharía a Afganistán.
Además, se intentó convencer a algunos países de renunciar a las "salvedades" impuestas a sus fuerzas, como restricciones específicas sobre qué actividades podrán realizar y dónde.
Antes de la cumbre, había 47.000 soldados de 39 países en Afganistán, y se anunció la necesidad aumentarlos a entre 6.000 y 10.000 más.
El anuncio triunfal del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, de que aumentaría su contribución a 1.000 soldados fue recortado por la intervención del parlamento francés, que redujo la cantidad a 700.
Bélgica, Gran Bretaña, Polonia y Rumania también anunciaron el aumento de sus efectivos.
"Pero lo que importa realmente no es la cantidad de soldados", remarcó Ana Pejcinova, trabajadora humanitaria que hace poco volvió de la meridional provincia afgana de Helmand, el área más conflictiva.
"Concentrar el asunto en términos de cantidad es eludir la raíz del problema y su posible solución. Ésta no se encuentra en el poder de la fuerza sino lisa y llanamente en la economía, en los medios de vida, en la pobreza, en no tener nada que perder", sostuvo Pejcinova.
"Los afganos tienen muy poco que perder, si es que les queda algo", subrayó.
"La OTAN puede no tener la capacidad para terminar con la insurgencia. Es una alianza militar y la solución podría estar en la economía y la política", repitió Pejcinova, coincidiendo con Rubin.
"La diferencia entre los fondos dedicados a la fuerza internacional y los que se invierten en desarrollo deberían avergonzar a Occidente", sentenció.
De los 25.000 millones de dólares destinados a la reconstrucción de Afganistán, sólo se gastaron 15.000 millones, y 40 por ciento de esa cantidad retornó a los donantes mediante el pago de salarios y beneficios de las compañías que operan en ese país, según un informe elaborado por una red de organizaciones no gubernamentales.
Mientras la OTAN comienza a reconocer que la paz en Afganistán depende de una combinación de acciones militares y de asistencia al desarrollo y pide ayuda a otras organizaciones para esto último, Ana Pejcinova advierte que la alianza atlántica también puede equivocar su enfoque militar.
La OTAN lucha contra "extremistas y terroristas como el (movimiento islamista) Talibán y (la red) al Qaeda", según su documento "visión estratégica".
Pero Pejcinova sostiene que hay que ver más allá de la etiqueta del "extremismo". "El enorme aumento de los ataques no es obra de Talibán, sino, sobre todo, de numerosos grupos armados cuyos combatientes perdieron todo, tierras, bienes, familiares, etcétera, en gran parte por los bombardeos indiscriminados de Estados Unidos".
"Los ejércitos convencionales occidentales libran combates con fuerzas no convencionales y lo que ahora se vuelve un movimiento popular armado en Afganistán", indicó Pejcinova.
"Si bien cada enfrentamiento táctico se gana gracias a la fuerza convencional, los objetivos estratégicos se ven, de hecho, diezmados por cada victoria táctica. El triunfo militar sobre los grupos armados locales sólo sirve para elevar la cantidad de nuevos reclutas y el apoyo a la insurgencia", explicó.
De ello se desprende un consejo: deben destinarse muchos más fondos y atención a la economía y complementarlo con un componente militar más focalizado y restringido.
Rubin, por su parte, apunta a iniciativas específicas no militares para alcanzar la paz en Afganistán.
"El alza de los precios del trigo y otras productos básicos ofrece una oportunidad para invertir en otros cultivos con mayores posibilidades de comercialización (que sustituyan el opio y la marihuana) y venderlos en Afganistán", propuso.
"Para toda la retórica de cómo la economía basada sobre la droga respalda a la insurgencia y al terrorismo ¿dónde están los programas para aprovechar esa oportunidad?", añadió.
"Y para todo lo que se habla de la importancia de Afganistán en la seguridad mundial, ¿dónde está el programa para asegurarnos de que los afganos dispongan de alimentos baratos? Eso le hará, por lo menos, igual de bien que más efectivos de la OTAN, pero con menos riesgos de daños colaterales", concluyó.